«Si suona a Napoli!» significativo y seductor título para el concierto ofrecido en el Auditorio de Castellón por «Il Giardino armonico» con la música que se hacía en la ciudad del Vesubio, en los siglos XVI y XVII en los palacios de los virreyes españoles de los tiempos de los Carlos y los Felipes.
Quien esto escribe, ha seguido con atención el desarrollo de este formidable grupo camerístico que fue habitual en las programaciones de hace dos décadas del festival peñiscolano de Música Antigua y Barroca en los tiempos en que estaba al frente del Instituto Valenciano de la Música, la inolvidable y eficaz Inmaculada Tomás. En algunas de estas audiciones en las templadas noches estivales del patio de armas del castillo del Papa Luna —por cierto de excelente acústica— uno departió muy afablemente con los fundadores de la agrupación Pianca y Antonini y entendió su criterio riguroso, esmerado, erudito e inspirado para abordar el repertorio que programaban, del alto renacimiento y barroco, siempre interpretado con instrumentos originales. La agrupación posee una forma muy propia de entender las partituras de la época, teniendo en cuenta hasta la respuesta sonora según los espacios en los que actúan, al extremo que pese a los instrumentos y encordaduras históricos, la ambientalidad de su música prosperaba en el ámbito de 1200 localidades del Auditorio castellonense.
No es extraño que la orquesta milanesa se haya enquimerado con la música napolitana. Una especial alegría festiva, señala el carácter de los cantos locales. Desde la festiva tarantella, a las decimonónicas canciones del golfo, el panorama de actividad musical no puede ser más sugestivo. Las reiteradas serenatas nocturnas, que tanto molestaban a muchos vecinos según se lee en crónicas del setecientos, son referentes de una ciudad festiva mediterránea, existencial, y con mucho temperamento (la camorra, aunque en otro código, da prueba de ello). Y frente a esta música nativa del pueblo, con aditamentos teatrales de «La commedia dell’arte» la música cortesana tanto sacra en el Duomo o la Chiesa del Carmine Maggiore a los palacios de Caserta, Capodimonte con los Scarlatti, Veneciano, Marchitelli, Mancini, Caldara y Pergolesi, entre otros, al frente de grupos orquestales que amenizaban los saraos y las refinadas audiciones de los tiempos de alto copete de los miriñaques y las casacas de seda.
Un periplo interesante fue el que ofreció «Il Giardino armonico» que se iniciaba con el primer barroco de Falconieri, con un florilegio danzable, («Il spiritillo brando», «Sinfonia a tre»), seguida con un postulado sinfónico operístico (La battaglia de Barabaso»), o sentimentalmente melódico («La soave melodía»). La sonata barroca estuvo representada por Marchitelli con un primer tiempo adagio cantábile un allegro intermedio muy festivo y un allegreto final de regusto palaciego. El concierto de Niccola Fiorenza permitió degustar el virtuosismo de la flauta dulce solista, sobre todo en los dos tiempos pares siendo el primero y el tercero de sugestivo e idílico melodismo, incluso con onomatopeyas de la floresta y los otros dos de animado propósito de baile.
No podía permanecer ausente Alessandro Scarlatti del repertorio con su sonata para flautín, con un sugestivo allegro inicial, una compleja y muy interesante fuga, un emotivo largo y un allegro conclusivo de intensa dicción. De Gesualdo, tan vinculado a Nápoles por truculentos motivos de su biografía y razones familiares, oimos la «Canción francesa del príncipe», bellísima melodía de melancólico espíritu, de la que se han hecho numerosas transcripciones de entre las que gustamos la de arpa doppia y clave. Melancólica y señorial.
Dos sonatas para conjunto de cámara cerraron el concierto. La primera, de nuevo obra de Marchitelli, en cuatro tiempos: un refinado y comedido inicio, un elegante allegro, un doliente y organístico grave y un señorial allegro postrero. La segunda de Mancini en cinco partes fue mucho más variada con un allegro, furibundo que la inició, en el que la flauta compitió en acrobacias con el concertino, un primoroso larghetto, sensitivo apacible y sentimental, una muy sorprendente fuga de estigma scarlattiano y un allegro de cierre que de nuevo puso de manifiesto la técnica del flauta solista.
Vamos una actuación tan cautivadora como atractiva, que el público acogió con sonoras ovaciones.
Antonio Gascó