El baile español de Ibérica de Danza triunfa en Holanda con Fígaro. Barbero de Sevilla

Ibérica de Danza en Fígaro. Barbero de Sevilla. Foto-Miguel A. Ramos
Ibérica de Danza en Fígaro. Barbero de Sevilla. Foto-Miguel A. Ramos

Con coreografía de su director artístico, Manuel Segovia, y, en ella, algunas piezas de Sara Calero y Sara Cano, el último ballet de la compañía madrileña ha recibido el emocionado y unánime aplauso del público en su gira por quince ciudades de los Países Bajos.

Cristina Marinero

Hubo un tiempo, en la primera mitad del siglo XX, en el que los críticos españoles escribían que para ver el auténtico baile español había que ir a París. Se podría pensar que esta paradoja fuera solo una invención del intelectual de turno del momento, pero, no, era absolutamente cierta.

Sin ponernos tan alarmistas –aunque la Danza Española se ve muy poco en los teatros de la capital de España y eso que es un arte único de nuestra tradición cultural y escénica-, lo cierto es que después de su presentación en Las Rozas, ciudad de la Comunidad de Madrid donde Ibérica de Danza es compañía residente, Fígaro. Barbero de Sevilla ha tenido su gran estreno europeo en Holanda, durante una gira por quince ciudades, del 6 al 24 de noviembre. Se ha estrenado en Nunspeet, ha pasado por Eindhoven o Amersfoot, entre ellas, para ofrecer su función colofón en Amstelveen, municipio pegado a Amsterdam.

En los que hemos visitado, la constante ha sido comprender cómo estos teatros contienen la energía de estar activos todos los días –no son construcciones que solamente «son teatros» una hora antes de las (contadas) funciones que ofrecen durante la temporada, como sucede con algunos de nuestro país- con una programación escénica jugosa, variada y con mucho aprecio por el trabajo de Ibérica de Danza, que realiza giras aquí desde 2001.

Manuel Segovia y Violeta Ruiz del Valle, directores de esta compañía que ya ha cumplido 26 años, siguen siendo fieles a sus orígenes, en los que “lo contemporáneo” de nuestra danza escénica surge desde su propio adn, de la necesidad de seguir ampliando el vocabulario de movimientos que le dan entidad y que siguen desafiando a los bailarines actuales, cada vez con más posibilidades técnicas.

En esa línea, Fígaro. Barbero de Sevilla muestra una riqueza coreográfica difícil de encontrar hoy en día en las escasas compañías de danza española que existen. Hay pasajes donde los momentos dramático-cómicos permiten una expresividad corporal cercana a la comedia del arte; otros donde se despliegan variaciones más apegadas al baile español clásico, brillantes, y, en ciertos pasajes, licencias imaginativas de atmósfera contemporánea.

Manuel Segovia es el autor de veinte de las veintiséis piezas coreográficas que componen sus cuatro actos; Sara Calero ha creado cinco, y Sara Cano, una. Segovia ha dado libertad creativa a sus colaboradoras –ambas han bailado antes con Ibérica de Danza- y el resultado es una producción con episodios variados en tono y forma, ricos en matices y, sobre todo, muy bailados. Resulta una verdadera delicia contemplarla y se enriquece cuanto más estilizados son los decorados virtuales que le rodean -un acierto darle luz, color y texturas a través del mapping -, obra de Segovia y Miguel Angel Ramos, con vestuario inspirado en el de corte imperio, en los trajes de las bailarinas, firmado por Isabel Cámara en la que es su primera vez con la danza.

El principal trío de primeros bailarines, José Alarcón, Cristina Cazorla y Lucía Martínez, aportan su distintiva personalidad a Fígaro, Rosina y Berta, respectivamente. Alarcón es pícaro en sus solos, muy exigentes técnicamente. El personaje también lo baila, en distintas representaciones, Alejandro Cerdá, con un estilo más altivo. La dulzura de Cristina Cazorla se aprecia también en su movimiento, siempre amplio y pendiente de los detalles. Y Lucía Martínez es una primera bailarina de gran presencia escénica, exquisita en sus variaciones y gran actriz. Ambas redondean sus attitudes, miman cada movimiento, son infalibles. Sergio Suárez, como el Conde Almaviva, es rotundo en la presentación de su personaje, mientras que Jaime Puente otorga su experiencia escénica al conjunto y lleva a su Bartolo a un punto a veces muy de “Corregidor” -todavía puede hacerlo más grotesco-, el personaje del ballet de Antonio Ruiz Soler, El sombrero de tres picos. El papel de Marcelina fue estrenado por la repetidora de la compañía, Raquel Ruiz, co-fundadora de Ibérica de Danza, y está también bailado por la jovial María Gurría.

Los cuatro actos en que se divide Fígaro… toman la personalidad de las tres ciudades íntimamente relacionadas con la obra de Beaumarchais, Madrid (donde el Conde Almaviva conoce a Rosina), Sevilla y Viena (por Mozart y su Las bodas de Fígaro). La ópera de Giacomo Rossini (en la versión orquestal de Wenzel Sedlak, en muchos casos) tiene más peso en los dos actos centrales localizados en Sevilla, lógicamente. En el primer acto, el protagonismo lo tiene Luigi Boccherini, sobre todo a través de su bellísima Música nocturna de las calles de Madrid que nos hace saborear todo el elegante esplendor del XVIII, ofrece la algarabía rítmica para el conjunto y es base para el despliegue estilizado del baile descendiente del bolero. La elegancia de aquella dorada Viena que vio estrenar Le nozze di Figaro, de Wolfgang Amadeus Mozart,  reina en el cuarto acto y completa este ballet que, por lógica, debería tener ya su sitio en un teatro del centro de Madrid y con varias representaciones.