El binomio diez: Tebar Zimmermann

El concierto de la Orquesta de Valencia que el 26 de febrero contó con el inapreciable concurso del violinista Frank Peter Zimmermann, tuvo el reseñable detalle de ser dedicado a la memoria de Claudia Montero, compositora residente de la Orquesta de Valencia, fallecida en agraz hace escasas fechas. El maestro Ramón Tebar, titular de la agrupación sinfónica, en su honor inició la audición con una de sus partituras más emblemáticas: «Ausencias» para orquesta de arcos. La obra es una evocación sentimental de su tierra argentina en la distancia. Entre la sugestiva melodía de la nostalgia añorada, emergen raptos, bien ensamblados, del folclore pampeano de rítmico porte. Precisamente uno de ellos cierra la composición en un aliento del ímpetu existencial de la autora al cantar a su patria. Tebar quien en su evocación de la compositora, escrita en el programa de mano, patentizó su vínculo admirado hacia ella y hacia los cafishios milongueros, por sus comparecencias en el prestigioso Colón bonaerense, dio buena prueba en su versión, sensitiva, palpitante y heterogénea, de cuanto es esta pieza territorial, afectiva y vehemente a un tiempo. La dicción tuvo color, ambientalidad geográfica y muy significativamente, pálpito de sugerencia interiorizada. El binomio diez: Tebar Zimmermann

Ramón Tebar frente a la Orquesta Sinfónica de Valencia
Ramón Tebar frente a la Orquesta Sinfónica de Valencia El binomio diez: Tebar Zimmermann

El concierto de violín de Schumann, no es de los más conocidos, ni tampoco de los más complicados de ejecución, pero tiene una personalidad muy propia, dentro de los postulados románticos de la época. Precisamente ahí, en conferirle esa identidad, es donde se encuentra la mayor dificultad de su interpretación. Si bien (sobre todo en el inicio) tiene débitos del carácter brahmsiano su tipificación es genuinamente identitaria del sentir de su autor, en sus últimos momentos de vida complacida. Se desarrolla en tres tiempos de un carácter muy particular. Un primero de planteamiento vehemente y sensitivo, con una doble exposición, un segundo íntimo y altamente poético y un tercero, de índole folclórica, a ritmo de polaca.

Pues bien, se tuvo la suerte en esta audición de contar con el excepcional Frank Peter Zimmermann quien en la actualidad, pasa por ser uno de los traductores más estimable de esta partitura. Díganlo sus muchos registros en vivo colgados en internet y sus dos relevantes versiones discográficas para EMI y RCO. La versión fue riquísima en dinámicas, matices y determinación, merced a la excelente vinculación entre el solista y la batuta precisa, atenta y, sobre todo, identificada de Ramón Tebar que ya había trabajado con el músico en anteriores comparecencias.

Escuchado el vehemente inicio, entró el violinista con delectación incitante de exposición y un sonido sugestionado y luminoso. La orquesta le respaldó con sedosa complacencia y le acompañó en las dos suertes de cadencias en las que el solista no interviene en solitario como es habitual. La complicidad inspirada con la batuta y con los músicos no pudo ser más precisa y sugerente. En los mismos términos se desarrolló el tiempo lento, en el que Zimmermann, cantó con calidez radiante, el inspirado motivo cardinal que introducen los cellos, liderados, con eficacia y musicalidad, por Iván Balaguer. El solista germano, obtuvo de su Stradivarius inspiración y fuerza emocional, paladeando cada frase, en un pulso seducido que fraguó el director. La polonesa tuvo en el arco del alemán más aire aristocrático que la habitual rítmica porfiada del aire folclórico, que solamente el director reservó para las intervenciones en solitario del tutti. Buena prueba de la oportunidad de este ideario refinado es la recapitulación en el segundo tema del motivo del lento resuelto en forma de variación.

En la segunda parte la orquesta ofreció una versión bastante cuestionable de la cuarta sinfonía de Schubert. Si es dramático el lento inicio del primer movimiento, en Dom, es por el contrario radiante el final en la tonalidad mayor. Ese contraste no se materializó. En el jugoso vivace central en animosos cuatrillos de corchea de los arcos, el timbal se tendría que hacer mirar sus entradas en solitario, inusualmente desacompasadas.

En el segundo tiempo la batuta buscó contrastar los aires y las dinámicas del primer tema, especulativo de un himno procesional y el emocionante segundo en las preguntas de los arcos agudos y las respuestas de las maderas, no muy convincentes a decir verdad y las cuerdas graves. El minueto, de atrevidos ritmos asincopados y hemiolas de procedente énfasis, recibió la visita de Haydn y Mozart, a los que Tebar les abrió obsequioso la puerta. Por último el final de alentadora energía que solicitó la batuta, con débitos del postrer tiempo del primer concierto para piano de Beethoven, no se vio respondido por los segundos violines y violas, que enviaron al garete varios pasajes de acompañamiento. Y ello partiendo de la acción de los respectivos cabezas de cuerda que, en ocasiones, ni siquiera lograron mantener la unidad interna de sus propias secciones. El binomio diez: Tebar Zimmermann

Uno se pregunta a tenor de lo escuchado y escrito, como es posible que una orquesta que fue excelsa en el concierto de Schumann, exhibiera en algunas secciones, un rendimiento tan bajo en la sinfonía. Y ello, aplicando un elemental, silogismo, no se explica cuando este comentarista, que ha llevado a cabo no pocas actuaciones con orquestas y bandas, pudo percibir como los gestos de la batuta eran idénticos en ambas obras, para demandar toda suerte de matices, fraseos, intenciones, pulsos… Incomprensible.

Juan Ribelles