Libreto de F. Romero y G. Fernández-Shaw
Comedia lírica en tres actos
Produccón del Teatro Arriaga en coproducción con el teatro Campoamor de Oviedo
23/06/2013 19:00 horasa
De nuevo, la magia del arrigorri sale de la chistera del Arriaga
Para cuando, en 1987, Luis Iturri hacía su particular lectura de El Caserío en el Teatro Arriaga, ya con sus tijeretazos, nada más y nada menos que cinco años antes, el Maestro Miguel Roa, por causa de las inundaciones de Bilbao, tuvo que tomar la difícil y comprometida decisión de tener que trasladar todo el montaje al Teatro Campos Elíseos. En aquella ocasión se ponía en escena la versión traducida al euskera del barítono Esteban Astarloa, quien entre los años 56 y 62 convivió con Guridi.
Así que Historia y modernidad se han dado la mano esta tarde en el Arriaga bilbaíno. Historia porque dirigía el mítico Maestro Roa, y modernidad porque la recortadísima y espectacular puesta en escena del joven Pablo Viar (cinematográfica, mágica, a lo que ayudan la impresionante y poética escenografía de Daniel Bianco, las cálidas y ensoñadoras (¿oníricas?) luces de Juan Gómez-Cornejo y los sencillos y acertados diseños de Jesús Ruiz) nos han trasladado de nuevo a un Arrigorri mágico, como de ensueño, nada más y nada menos que 85 años después de su estreno.
La rueda de prensa fue a todas luces un eco de este encuentro entrañable. Ahí estaba, junto a todo el espectacular elenco, Ainhoa Arteta, con quien he tenido el honor de compartir escenario en Bilbao (Manon, Eugen Oneguin, ABAO) y Oviedo (Don Carlo). Compartió con quienes allí estábamos, y ahora con ustedes, a través de estas humildes líneas, su “ilusión y emoción”, de afrontar este difícil rol (“¿Cuál no lo es?”, en palabras del Maestro Antón García-Abril, dirigidas a mí, hace ya algunos años, en Madrid), habló del “ADN” vasco y de que “cantar Guridi es un reto, que es lo que te hace crecer”.
Siguiendo un orden cronológico, el Coro Rossini hace una impecable actuación, como siempre, si bien en los dos primeros coros, dificilísimos, a capella, se bajan una coma, algo que sólo se advierte cuando entra la B.O.S., siempre solvente y a las órdenes de un maestro comedido y experimentado. Excesivamente fuerte el bocca chiusa (convertido en u) del final del I Acto, máxime cuando desaparece por completo el parlamento de Ana Mari y José Miguel. La escena (preciosista, con Ana Mari entrando en el caserío y Santi cerrando sus puertas) habría ganado aún más en lirismo y belleza con el coro a boca cerrada en pianísimo. Ya en las gradas, impresionante, pero después de la Procesión, en el partido. Antes de este momento su actuación se me antoja forzada, envarada, encorsetada, poco fluida, mecánica, echo en falta la naturalidad y la belleza de que hacen gala instantes después, en las cámaras lentas y después de éstas. Pero el Final del II Acto vuelve a ser forzado, y se deja sentir el agudo apretado de algunos tenores.
Habiendo tenido el honor de participar como artista en el estreno, dos años atrás, no puedo sino comparar ambos montajes, aunque no quisiera hacerlo en demasía. Sí me ha llamado mucho la atención el corte del primer diálogo de Txomin (muy bien cantado por Jorge Rodríguez-Norton, aunque se permite pequeñas licencias de medio tono en el dúo de versolaris: en “tienes las de perder” y “guárdate pa’otra ves”) y Ana Mari, ya que es una escena, además de entrañable, que entiendo necesaria para el posterior parlamento del criado de Santi: “No estás dormido, pobre soñador…”
Tampoco comparto el cambio de escena del Trébole con el intercambio de posiciones coreografiado y la pelea. En lo interpretativo he visto un Txomin plano, encorsetado, reducido a su mínima expresión. Manu (interpretado magistralmente por un histriónico y siempre genial Lander Iglesias), por su parte, repite su soniquete “¡Qué vida más horrorosa!” hasta la saciedad.
Muy bueno el guiño al Athletic de Bilbao, sobre la sublime música del inicio del II Acto, el cruce del ciclista, la escalera del pintor, la sombra del árbol a la derecha de la escena, al fondo… no así el cambio de rumbo del barril, que aprovecha otros momentos musicales, va, vuelve y copa la escena, que pierde así magia y belleza.
Espectaculares los bailarines de Aukeran, bajo las órdenes de Eduardo Muruamendiaraz, pese a que el Maestro Roa no parece mostrar mucho entusiasmo en sus intervenciones, llevando un “A uno” constante, deslavazado y sin brío, que retoma sin pudor en el inicio del III Acto.
Puestos a cortar, ¿por qué dos veces el coro de los pelotaris? Lo bueno, si breve…
José Luis Sola debutaba el rol de José Miguel, ¡y de qué manera! Formado en los brazos del Tenor y Maestro Ricardo Visus, amigo de Guridi y de Alfredo Kraus, suyo y mío, lo cual me enorgullece enormemente, de criterio impecable y gusto exquisito, el resultado tenía que ser espléndido.
Sola posee una voz firme y segura capaz de filados preciosistas, y su debut como José Miguel, avalado por el aplauso del público, ha sido espectacular. Un solo pero, que quizá no todo el mundo comparta: la dicción. José Luis, qué puedo decir, te aprecio muchísimo, como cantante, como artista, como amigo, como compañero y colega, tienes una voz preciosa, haces unas frases bellísimas y haces gala de una línea de canto, técnica y fiato envidiables. Y además pronuncias con una claridad diáfana. ¿Entonces?: Ten cuidado con las vocales entre consonantes: “JuvenEtud, nunEca, canEción, que es ERraro, cuanAdo, cuenEta, volunEtad“…, las dobles consonantes inexistentes: “AnNa MMari, Kqué loKcura”…, la frase “¡A todos adiós!”, que se convierte en algo así como: “¡A toTos aTiÁs!”, y también con una cierta nasalización al hablar. Por lo demás, una delicia. La romanza “Yo no sé qué veo en Ana Mari”, ya preciosa (y dificilísima) de por sí, cobra una nueva dimensión en la ductilísima voz de José Luis. El filado final es sublime. Muy acertado también el momento en que saca la cinta roja de Ana Mari del bolsillo interno del gabán durante el interludio musical. No así el agudo final del dúo de versolaris, que alcanza una nota indefinida entre el Si bemol y el Si natural, cuando con el La escrito por el Maestro Guridi era más que suficiente.
A Ainhoa la he visto más preocupada por el canto que por la actuación, algo que no le hacía falta, porque borda el papel en ambos registros. Me ha parecido muy comedida en muchos momentos, pero también hay que tener en cuenta que aún quedan cuatro funciones por delante. Sea como sea, ha estado sublime, como siempre. En lo actoral, en muchos momentos parecía una niña, desprendiendo esa dulzura tan característica de la protagonista.
Javier Franco ha estado muy bien. Su voz es redonda y sonora, de un pulido metal aterciopelado que le va muy bien al personaje. La letra se le va en una ocasión en su primera intervención, como si siempre tuviera que hacer algo así, lo cual raya lo neurótico. Por lo demás, impecable.
Loli Astoreka, genial. La verborrea explícita en euskera de la que hace gala en el II Acto no tiene precio.
Belén Elvira, casi anecdótica, se presenta agitanada y pija a un tiempo, curiosa mezcla, que remata con su canto oscuro de mezzo de finales redondísimos e imposibles, todos en una suerte de “o”… Por lo demás, bien, cumple. Pero el dúo cómico deja de serlo para convertirse en soso no, lo siguiente.
Pako Revueltas, un tanto exagerado y gritón. Por lo demás, bien.
Esta tarde la chistera del Arriaga se ha abierto para sacar de sus entrañas, de nuevo, un Arrigorri mágico, onírico, maravilloso… pero el Arrigorri que sacó hace dos años (tal vez sea porque desde dentro del sombrero se ven las cosas con otra perspectiva, tal vez con ojos de niño travieso, de criado enamorado, de soñador, de perdedor, de pobre diablo, tal vez por eso, y sólo por eso, tal vez) se me antoja esta noche aún más mágico, más vibrante, más auténtico, más real, dentro del ensueño… y eso que dicen que el recuerdo y el tiempo lo difuminan todo, y lo cambian… Sí, tal vez sea por eso, y sólo por eso…
De cualquier modo, sea ésta o aquélla, es una producción bellísima de un nivel tan espectacular que llenará allí donde vaya.
Que, con los tiempos que corren, no es poca cosa.
Zorionak!
Alberto Núñez