El Dúo de ‘La Africana’ en Oviedo: la caricatura como modelo

El Dúo de ‘La Africana’ en Oviedo: la caricatura como modelo
Escena de El Dúo de ‘La Africana’ en Oviedo. Foto: Ayuntamiento de Oviedo

El Dúo del ‘La Africana’ inaugura en Oviedo el XXII Festival de Zarzuela en el Teatro Campoamor bajo la dirección escénica de Emilio Sagi y las voces de Mariola Cantarero y Javier Tomé en los papeles principales, con Rubén Díez en el foso dirigiendo a la Oviedo Filarmonía.

La palabra ‘metateatro’ nos sitúa ante la intención del autor de hablar del teatro, técnicas, funcionamiento, convirtiendo lo accesorio en principal, en el tema primordial del texto que a menudo se detiene en la contemplación de un mundo que para el espectador suele presentarse como oscuro e inasible, y que de esta manera revela sus más íntimos secretos. El metateatro es realidad, es certeza, es verdad. Llamar ‘metateatro’ a El Dúo de ‘La Africana’ de Caballero, bajo la dirección escénica de Sagi –que en Oviedo fue desempeñada por Carlos Roó– probablemente sea excesivo. Aquí hablamos de deformación de la realidad, de parodia, de exceso que, sin perder la conexión con la realidad, nos presenta más una caricatura que un retrato realista. Y como toda caricatura es divertida, es mordaz, a veces amarga, pero siempre incisiva. E hilarante. Porque si algo se puede decir de esta producción es que el público ovetense, el frío público de primera función del Campoamor, se rió. Mucho.

Producción limpia de Sagi que nos sitúa entre cajas, baúles y tramoyas, sencilla pero no por ello vacía, muy efectiva, pensada ser acompañada únicamente a piano en su versión original para el Teatro Arriaga, y que aquí ha alcanzado la plenitud al introducir la orquesta para ofrecer una versión completa. Con chistes medidos que demuestran un conocimiento preciso de los procedimientos de comedia, que no tiene miedo a abrazar la sobreactuación cuando es necesario, el escenario se convierte en una pasarela por el que desfilan arquetipos de la ópera, exagerados, pero en el fondo reales.

Mariola Cantarero como La Antonelli se llevó las grandes ovaciones de la noche, más Cantarero que nunca en su timbre poderoso aunque ligero en el agudo, y sobre todo con un divertidísimo papel que por momentos le llevó a supeditar el canto por el histrionismo de su personaje. De esta manera no pudimos disfrutar de su voz en plenitud hasta su interpretación de “Me llaman La Primorosa” en el tradicional interludio a modo de audiciones que se sitúa en el medio de la representación para alargar este título del género chico. Audiciones en las que además participaron a modo de cameo María José Suárez –impagable su versión de la señora «de Oviedo de toda la vida»– audicionando para Querubini con la comprometida aria “Ah, que j’aime les militaires” perteneciente a La Grande Duchesse de Gerolstein de Offenbach, que la mezzo asturiana interpretó con solvencia vocal y una gran vis cómica. Uno de los momentos estelares de la noche se produjo precisamente en estas audiciones con la aparición de Enrique Viana haciendo de… bueno, haciendo de Enrique Viana, con su imparable verborrea, sus dobles sentidos y su acidez implacable con el mundo lírico, que además combinó con una divertida versión de “Al espejo al salir me miré” de La Viejecita de Fernández Caballero.

El Dúo de ‘La Africana’ en Oviedo: la caricatura como modelo
Escena de El Dúo de ‘La Africana’ en Oviedo. Foto: Ayuntamiento de Oviedo

 

Al lado de Mariola Cantarero se situó Javier Tomé, ofreciendo un Giuseppini estirado y divo, que, en la línea de toda la producción, caracterizó actoralmente su papel a la perfección como arquetipo de cantante mujeriego, pero que en el canto presentó una línea correcta, quizá algo falta de potencia. Caballero no presenta grandes dificultades en este papel, y quizá por eso (pese a algunas cadencias que Tomé modificó para llevarlas al agudo y aportar algo más de lucidez a su intervención) resultó algo frío en su conjunto.

Para los papeles secundarios sólo tenemos halagos en lo escénico. Sobre todo Felipe Loza como Querubini, en un papel con un texto que mezcla español e italiano en una interminable retahíla que él convirtió en natural, una presencia poderosa e intimidante como director de la compañía e, imprescindible aquí, un elevadísimo sentido de comedia. Pero en la parte musical (el dúo con el tenor), igual que ocurrió en el primer número con Lander Iglesias en el papel de Inocente Pérez, es donde estos estupendos actores flaquearon, comprometiendo por momentos la partitura y condicionando decisiones musicales que al final tuvieron que plegarse ante las evidentes carencias musicales. La aparición final de Gurutze Beitia como la aseñorada madre que vuelve para recuperar al tenor y sacarlo de ese mundo de perversión puso la guinda a un trabajo teatral sobresaliente. Itxaso Quintana como una divertida e histriónica Amina, Itxaso Quintana como el bajo de la compañía y las sastras Loli Astoreka y Esther Velasco completaron un elenco dramático de altísimo nivel.

La Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, coro residente de la Temporada y garante del buen hacer de la temporada de zarzuela en el Campoamor, fue de menos a más, siempre dentro de un nivel alto, alcanzando su cénit en el celebérrimo Coro de las Murmuraciones, destacando como es habitual en una capacidad actoral y un dominio de la escena inhabitual para un coro, combinada con una precisa afinación y un empaste que pudo superar dificultades referentes a la colocación y sobre todo al presentarse de manera reducida con sólo doce cantantes, que en la versión original debían de enfrentar el acompañamiento del piano pero que en Oviedo tenían a toda una orquesta, a la que supieron imponerse, gracias también al cuidado balance de volúmenes procurado por Rubén Díez, director del coro y que en esta producción debutaba además en el foso del teatro ovetense.

Ante una partitura que tiene más carga de intencionalidad que musical en sí misma, donde la sencillez y la habilidad del compositor en el ‘menos es más’ es patente, Díez supo conectar con el humor de Caballero llevando –siempre que las limitaciones de los actores cantantes se lo permitieron– unos tempi ágiles que dotaron de vitalidad al conjunto, y que incluso permitieron lucirse a la Oviedo Filarmonía en una lectura del dúo «No cantes más La Africana» que queda en el recuerdo como lo mejor de la noche, plena de matices sin abandonarse a la jota más estandarizada, buscando contrastes y una línea musical marcada.

En definitiva, el público se fue con una sonrisa a casa, olvidando las miserias diarias para durante cien minutos zambullirse en la fantasía cómica de Fernández Caballero. Disfrutó, se rió y fue cómplice de las andanzas de esas compañías que siempre ven en el escenario y que nunca pueden conocer. Entretenimiento, esparcimiento. A menudo nos olvidamos de que vamos al teatro a disfrutar.

Alejandro G. Villalibre @agvillalibre