El dúo Morales de María singulariza la música a dos teclados.

El dúo Morales de María singulariza la música a dos teclados.
El dúo Morales de María singulariza la música a dos teclados.

Leonel Morales es un pianista de extenso y elogiable currículo muy vinculado a Castellón donde ejerció docencia en el conservatorio superior como catedrático y Leo de María es hijo suyo y a su joven edad, apenas frisados los 20 años, ya posee un extenso palmarés de importantes premios. Ambos, sin abandonar sus particulares carreras, han conformado un dúo para enfrentarse a un programa tan ambicioso como atractivo.

Llamó la atención a este comentarista que teniendo como tiene el Auditorio de Castellón dos excelentes pianos de gran cola (un Steinway y un Yamaha), Morales hizo traer a Pianos Clemente otro de la marca alemana precisamente para mantener una unidad del mismo ecosistema sonoro y no enfatizar los contrastes entre el brillo del japonés y la morbidez del teutón, particularmente para lograr una coherencia  acústica en la sonata para dos pianos de Brahms que ocupó la primera parte. La versión de esta magistral pieza que promueve el quinteto para piano y arcos, tuvo un marcado componente sinfónico, algo que es habitual en la producción pianística del compositor de Hamburgo, cuanto más con dos pianos al unísono. Un andante ensoñado con relatos paralelos de timbre lírico y sonoridad atmosférica, que compusieron una bella romanza sentimental en el andante. Intensidad en el ritmo percutivo y obstinado del Scherzo. De María apostó por la vehemencia ornamental, Morales por el sólido basamento que identifica el espíritu brahmsiano. El finale con aire de zarda a ritmo binario, tuvo en la sección central un una paladeada serenidad de visión contemplativa.

En la segunda parte se ofreció un repertorio muy contrastado que comenzó con la bella transcripción de la suite de «Cascanueces» de Tchaikovsy, con una marcha con imitativos arpegiados de arpa, a ritmo binario pero llevado a cuatro. La celesta pareció comparecer en la sutileza de la pulsación en el melancólico tema del hada de azúcar, la danza árabe en su sincopada lentitud tuvo hálitos de misterio y arcano y celeridad veloz (en la que discrepa este comentarista) en la danza china. El vals de las flores, fue refinado, musical sin efectismos buscando el eco del pedal para plasmar la atmósfera que en la orquesta crea el cuarteto de trompas.

 El concierto concluyó con una versión muy personal de una obra capital del pianismo impresionista como es «La valse» de Ravel, la pieza que supuso la ruptura de relaciones entre el compositor y el coreógrafo Diaghilev. Si bien la concepción del autor quiso suponer una apología del vals, la guerra del 14 con la caída del imperio austrohúngaro llevó a Ravel a postular inicialmente un tema muy sensorial a 3/4 que al final acaba desmoronándose en un descalabro  catastrófica.

Fue muy sugestivo el concepto del vals originario enquimerado en los acentos sutiles con perfumes chopinianos y la tumultuosa hecatombe destructora de la conclusión no una catástrofe física sino la manifestación de un sentimiento interiorizado de tragedia íntima, y sobre todo de un desmoronado anhelo psicológico.

El público muy complacido ovacionó al dúo que ofreció como bises un danzón y una rumba del compositor cubano Cervantes Cawanagh, llenos de sabor criollo y sincopas caribeñas, que «papá» Morales, en su abolengo originario antillano supo establecer con un ritmo lleno de sabor y cálida sensualidad.

Antonio Gascó