Fue uno de los lugares de encuentro más importantes de la sociedad burguesa del siglo XIX en la capital húngara, y su ambiente interior quedó reflejado en las novelas del escritor Alejandro Dumas: noches de ópera bajo la luz cálida de un formidable candelabro de gas, que relucía en los ornamentos dorados de las paredes, en los vestidos de las mujeres y en los uniformes de los húsares.
La condición principal que el emperador Francisco José I impuso para promover la obra del edificio, que éste no excediese en dimensiones al de la Ópera de Viena, obligó al arquitecto Miklós Ybl a volcar su ingenio en la decoración interior y en la acústica a la hora de realizar el proyecto, en 1875. Por tanto, la parte menos visible del edificio se transformó en una verdadera obra de arte, donde cabe destacar el candelabro de 3 toneladas que cuelga del techo, diseñado por el mismo Ybl, y cuya fabricación tuvo que acometerse en Alemania.
Ya en el año de su construcción, a causa de la concienciación por la seguridad que causó la muerte de 386 personas en el incendio de un teatro en Viena, el edificio de la Ópera incorporaba algunas medidas punteras en esta materia; de hecho, fue el primer teatro de Europa en instalar una cortina de seguridad, así como salidas de emergencia. Otras mejoras técnicas incluyeron la sustitución de las estructuras de madera de los escenarios, propias del Barroco, con sistemas hidráulicos modernos.