El festival Mostly Mozart refresca el verano de Nueva York con La Flauta Mágica – y alucinógena – de la Komische Oper

El festival Mostly Mozart refresca el verano de Nueva York con La Flauta Mágica - y alucinógena – de la Komische Oper
El festival Mostly Mozart refresca el verano de Nueva York con La Flauta Mágica – y alucinógena – de la Komische Oper

Todo encuentra acomodo en la escena artística del verano en Nueva York. Incluso la tradición del cartón-piedra impuesta manu militari por la Metropolitan Opera se ve quebrada estos días por la frescura festivalera de los programadores de Mostly Mozart. El festival veraniego del Lincoln Center no se arredra ante los convencionalismos de la música culta; y a golpe de concierto y ópera, demuestra cada verano que una programación más arriesgada es posible, y hasta deseable, en los teatros de Manhattan.

Muestra de ello es esta producción de La Flauta Mágica de Mozart que la Komische Oper de Berlín creó en colaboración con los dramaturgos británicos de la compañía 1927 (Suzanne Andrade y Paul Barrit). Un capricho feliz de Barrie Kosky, superintendente de la ópera berlinesa, que tiene luces y sombras, pero al que nadie niega ni la frescura, ni la originalidad.

La producción de 1927 reduce en gran medida los movimientos de los cantantes, que se ven constreñidos en un espacio escénico del que son servidores. El escenario lo ocupa una gran pantalla sobre la que se proyecta la escenografía. El reino de la Reina de la Noche y el templo de Sarastro cobran vida gracias a las animaciones del propio Paul Barrit. 

Más allá de la indudable fantasía y la profundidad semántica de las imágenes, en ocasiones Barrit renuncia a parearse con la música. Este error resulta en una falta de cohesión entre la escena y la ópera (música y texto), con bruscas transiciones entre cuadros escénicos. Tampoco ayuda la forzada conversión del singspiel mozartiano en una cinta de cine mudo, que también tiene visos de cabaret finisecular, de cómic contemporáneo y de revista de variedades al uso del Berlín libertino de los años 20. Este totum revolutum resulta en escenas de gran singularidad y de potente magnetismo visual que deleitan a la par que distraen. También produce la irremediable pérdida del recitativo secco, con el clave en un estilo libre que abarca la gama que va del neoclasicismo al ragtime.

Así las cosas, al público del Lincoln Center le gustó ver a Papageno convertido en un trasunto de Buster Keaton, a Monostatos en Nosferatu y Pamina en Louise Brooks. En el aria Ein Mädchen oder Weibchen de Papageno, la copa de vino se sustituye por un descomunal cóctel que hace que Papageno ternime cabalgando elefantes rosas, como en un homenaje al Dumbo de Walt Disney.  También resultó interesante el tratamiento del aspecto masónico de la obra, directo, elegante y elocuente. 

El festival Mostly Mozart refresca el verano de Nueva York con La Flauta Mágica – y alucinógena – de la Komische Oper

Y es que, pese a todo lo dicho, las proyecciones de 1927 tienen una pujanza visual innegable, que en algunos momentos (pocos) intercepta el sonido de la música o incluso lo enriquece, obrando así el milagro de lo que deberían ser todas las puestas en escena. La ópera como género integrador de artes encuentra en propuestas como ésta la afirmación inequívoca de su vigencia. Y eso es algo que el público hace muy bien en celebrar.

En lo musical, lo mejor de la velada fue lo que salió de un foso dirigido por Louis Langrée y que acogía a una desenvuelta y organizada Mostly Mozart Festival Orchestra. Lástima que la partitura para el clave en las transiciones entre escenas rompiera por completo el estilo, rebajando el resultado final.

En lo vocal, La Flauta Mágica del Mostly Mozart arrojó pocas glorias, más allá de la musicalidad de Vera-Lotte Böcker (Pamina) y Wenwei Zhang (Sarastro), ambos de bello timbre, aunque la primera abusara del falsete y el portamento, y el segundo tuviera un recorrido dramático limitado.

Johannes Dunz (Monostatos) y Evan Hughes (Papageno) cumplieron con sus papeles tanto en lo vocal como en lo actoral, mientras que el Tamino de Aaron Blake y la Reina de la Noche de Aleksandra Olczyk decepcionaron con un canto intencionado pero de calidad insuficiente. 

La Flauta Mágica de Mozart demuestra una vez más que es un clásico inmortal capaz de albergar las más variadas interpretaciones visuales. El éxito de esta producción de la Komische Oper reside en lo novedoso de su propuesta visual y en su capacidad para convencer al público neoyorquino, cada vez menos conservador.

Carlos J Lopez