Por Cristina Marinero
Con el estreno de Arriaga de la Compañía Nacional de Danza (CND) en el Teatro del Generalife, han concluido las propuestas de este arte en el 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Como en todas las citas de este año del certamen que dirige desde diciembre Antonio Moral, las estrictas medidas sanitarias –obligada mascarilla, mitad del aforo del patio de butacas…- están siendo un éxito y ya encara las últimas jornadas para clausurarse el próximo domingo 26 de julio, después de un mes, su cita más larga, paradójicamente, en este 2020 herido por la pandemia de la covid-19.
Para la Compañía Nacional de Danza, como para los Ballets de Monte-Carlo lo fue el fin de semana pasado, este es su estreno en los escenarios tras el confinamiento y dedican el programa a todos los sanitarios y profesionales que han estado en primera línea ante la crisis provocada por este inteligente virus que todavía nos domina.
Joaquín de Luz, director de la CND desde septiembre, se despidió en octubre de 2018 de la compañía norteamericana donde se ha hecho estrella, el New York City Ballet, y desde entonces ha intervenido en algunas galas, pero su objetivo principal era estar centrado en el inicio de su responsabilidad en España.
Como la carrera de bailarín es efímera –los meses de confinamiento, más la limitada y gradual vuelta a la sala de ensayos se traducen para estos profesionales en casi una temporada perdida de su corta vida profesional- de Luz se dio cuenta durante este encierro que no quería retrasar sus ganas de bailar con la compañía que dirige. También estuvo investigando entre los compositores españoles y se topó con la belleza neoclásica de Juan Crisóstomo Arriaga (1806-1826), el joven músico que apodaron el “Mozart español” por su precocidad y calidad, y que murió en París a tan solo diez días de cumplir los veinte años.
Por eso, este 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada ha servido de escenario para ver por primera vez a Joaquín de Luz bailando con la Compañía Nacional y para el estreno absoluto del ballet Arriaga, que le ha unido como coreógrafo junto a Pino Alosa, director adjunto de la CND, y a la bailarina Mar Aguiló. Coproducida por el festival, es una pieza deliciosa, donde las formas neoclásicas de De Luz y Alosa fluyen trufadas con el movimiento anguloso de Mar Aguiló, cuyo estilo tiene momentos de impacto visual, si bien en busca de un vocabulario que aproveche más las cualidades del bailarín de técnica académica.
Arriaga es producto de las limitaciones por las medidas de seguridad y distanciamiento que ha debido mantener la CND en su regreso a las salas de ensayo desde finales de junio. Esto le ha aportado profundidad y una dinámica chispeante, arropada en este estreno por los cipreses del Generalife y la buena interpretación del Cuarteto Oscar Esplá de la Fundación Asisa.
Los tres coreógrafos han creado sus partes a partir de esas premisas de distancia y fragmentación, realizando sus pasos a dos, tríos y variaciones de conjunto sumando intérpretes a la puesta en escena según se iban suavizando las normas de distancia. En cierta medida, nos recuerda a George Balanchine cuando contaba la situación en que ideó algunas de sus coreografías de los años treinta, como Serenade: se adaptó al número de bailarines disponibles cada día de ensayo.
Con un material musical tan exquisito, la riqueza de movimiento eminentemente clásica aportada por de Luz y Alosa en Arriaga se vería mucho mejor con un vestuario que permitiera lucir las líneas que dibujan. Las camisolas tan anchas, de mangas largas, para ellas, y los dos piezas tipo pijama, para ellos, que firma Andrea Pimentel, casan con el imaginario expresionista de Aguiló, pero no con el estilo de los coreógrafos. Unos diseños más acordes con la tradición neoclásica, con tops pegados al cuerpo, brazos libres de tela, y finas y vaporosas faldas, con el correspondiente pantalón más ajustado, para los hombres, elevarían la elegancia que posee Arriaga. Lo convertirían en una coreografía mucho más “grande”.
Brillan Giada Rossi, Alessandro Riga, Yanier Gómez, Haruhi Otani, Angel García Molinero y el resto de los solistas. Qué altas cotas alcanzarían si tuviesen programas extensos en La Zarzuela y el Real, y no solo doce funciones como máximo, que es lo que les permiten en el primero, sin que haya ninguna “ley” que imponga esa restricción en el teatro del ministerio de Cultura.
A Suite of Dances ha servido de primera vez para Joaquín de Luz en escena con la CND. Fue realizada en 1994 por el esencial coreógrafo del siglo XX, Jerome Robbins, para Mikhail Baryshnikov, a petición de éste, cuando el creador de West Side Story llevaba cinco años sin crear y el astro ruso había dejado el American Ballet Theatre para embarcarse en danza más contemporánea con el White Oak Dance Project. Es un “traje a medida”, por tanto, aprovechando la capacidad expresiva de su cuerpo más allá del virtuosismo de sus años de gloria, cualidad histriónica que Twyla Tharp ya había extraído de él con la coreografía Push Comes to Shove (1976) y que demostró después en las películas que extendieron su fama de bailarín por el mundo, desde Paso decisivo (1977), por la que recibió nominación al Oscar como actor de reparto.
Si algo caracteriza a Joaquín de Luz es su plena alegría cuando baila. Desde que le vimos por primera vez siendo muy jovencito en el ballet El Madrid de Chueca que Víctor Ullate, su maestro, creó para sus prometedores alumnos, ya sobresalía por la luminosidad de su presencia, lo que su apellido subraya. Como digno heredero del toque seductor y a veces travieso de Baryshnikov –también les une su pasión por las mujeres- es elegante y transmite esa verdad innata a quien ama bailar. En A Suite of Dances tuvo de cómplice para interpretar a Bach a la violonchelista Iris Azquinezer y queremos volver a verle en las actuaciones de la Compañía Nacional de Danza en los Veranos de la Villa de Madrid, del 29 de julio al 2 de agosto, para disfrutar con su deleite por actuar en su país, que él tanto adora.
Love Fear Loss, de Ricardo Amarante, sobre música de las canciones más sentidas que interpretaba Edith Piaf nos mostró a unos estupendos –y mucho más estilizados- Angel García Molinero y Giada Rossi. El bailarín, que debe seguir trabajando la expresión, ahora que ha transformado tan positivamente sus piernas y torso, está dotado para el salto, giros y extensiones de piernas. Su paso a dos con Haruhi Otani, cada vez más precisa en sus variaciones impecables, fue con el Hymne a l’amour que la Piaf escribió junto a la compositora Marguerite Monnot, seis meses después de la muerte en accidente de avión de su amado, el campeón del boxeo, Marcel Cerdan, historia que se desliza por los tres sentimienos del título de este ballet. También Giada Rossi, junto a su compatriota, el principesco Alessandro Riga, presenta un físico mucho más ligero y ha contribuido a que su movimiento sea todavía más bello. Su paso a dos sobre el temor en la relación amorosa, cuando ésta se ha consolidado, así como el interpretado por Cristina Casa y Toby William Mallit, sobre la pérdida, acentúa el sentimiento con la fórmula expuesta por Amarante, impregnando de dramatismo sus portés, arabesques y giros.
La noche había comenzado con el paso a dos de Festival de las Flores en Genzano, creado por uno de los padres del ballet romántico, August Bournonville, en 1858. Este dúo es lo único que se conserva del ballet completo, se sigue representando en galas de estrellas y muestra el virtuosismo técnico del estilo del coreógrafo, por el que los bailarines pasan casi más tiempo en el aire que en tierra.
Es muy importante que la CND siga apostando por títulos de la tradición académica porque solo ella en España puede hacerlo ya que no tenemos más compañías de ballet. De ahí que no debe dejarse llevar por ese runrún inexplicable que pregunta por “lo contemporáneo”, cuando la Compañía Nacional de Danza debe apostar por el neoclásico: sus bailarines tienen la base técnica para ello. Y, repetimos, no hay en España otra compañía semejante, cuando sí hay muchas agrupaciones que son “contemporáneas”.
Yanier Gómez también se ha sumado a ese cambio hacia un cuerpo más estilizado y de músculos alargados que el trabajo de los maestros de la compañía, con Joaquín de Luz y Pino Alosa a la cabeza, está otorgando. Estuvo vital y preciso en sus saltos, los pequeños y continuados brisés “bournonvillianos”, sus identificables entrechats, sissonnes y jetés. Con él, Ana Calderón, bailarina que cada vez nos gusta más, es perfecta en vivacidad para el estilo de este paso a dos, con largas extensiones de piernas, brazos que redondea con el candor de la época y una actitud corporal de confianza a reforzar, con empeines que deben seguir firmes cuando baja de arabesques o saltos.
Seguro que las cinco actuaciones que tiene la CND con este mismo programa en Madrid sirven para afianzar este esencial paso a dos. La falta de un teatro propio, donde bailen frecuentemente en Madrid, como sí tienen las compañías nacionales de las principales ciudades europeas, se tiene que solucionar ya para que el arte de la danza sea tan cuidado en España como los demás.
Y no se trata de planear construir teatros, porque eso lleva muchos años – si se hiciese-. Se trata de que tengan temporadas más largas en la que es su sede teatral tradicional, el Teatro de La Zarzuela. Amorticemos lo que tenemos, porque los proyectos, vemos, son solo eso. Y muy a largo plazo. Con los tiempos que vivimos, hay que pensar en el aquí y ahora. No es tan difícil.