
Me alegró especialmente la programación en el Auditorio de Castellón del concierto de Akamus, contracción que resume el nombre de la Akademie für Alte Musik de Berlín, agrupación por la que tengo, desde hace años, gran devoción como lo demuestran los no pocos CDs que de ella poseo en mi discoteca y que entraron en razón de las criticas discográficas realizadas. Y mi alegría fue mayor al ver que venía como violinista invitada, la versátil y siempre eficaz violinista Isabel Faust, de la que también poseo una buena cantidad de discos y a la que siempre he escuchado, con auténtica delectación.
El programa todo él de la saga Bach, con cinco obras del patriarca y una de su segundo retoño Carl Philippe Emanuel, tuvo un sabor historicista pues no en balde la agrupación toca con instrumentos originales y con cuerdas de tripa, para conceder mayor adecuación temporal en el color y el timbre. Incluso la solista aparcó en esta ocasión su habitual Stradivarius («La bella durmiente del bosque»), para empuñar un violín barroco a fin de amalgamar, en mayor medida, con el conjunto. La sonoridad global fue aterciopelada, con una reverberación muy envolvente (algo que siempre he admirado de sus versiones) y los tiempos expresivos y sensitivos invariablemente, tanto los más veloces como los más reposados. Si en los primeros predominó la vehemencia en los segundos hubo un manifiesto intimismo, en muchas ocasiones de calado devocional o, cuanto menos, místico.
Abrió el programa el concierto para dos violines BWV 1043, de preciso ritmo pedal de las cuerdas graves y arpegiados del resto de los arcos en el primer tiempo. Talante de zarabanda en el lento con una melodía de voces contemplativas cantadas por el dúo de Isabel Faust y el histórico concertino de la orquesta Bernhard Forck. Muy danzable el tercer tiempo, ágil de aire e intenso de dicción. Manifestó muy bien el grupo la Sinfonía en DoM de Carl Philipp, con un acento que ya preludiaba el clasicismo, estableciendo muy bien la diferenciación de concepto con las obras paternas. Eso es hacer música: criterio adecuación y sensibilidad. Enérgico el primer tiempo, intensos golpes del bajo en el lento, de dramática intención y muy variado el Allegretto conclusivo, llevado muy preciso en el pulso.
Se cerró la primera parte con el popular concierto BWV 1060R en la versión para violín y oboe, arreglada de la original de Bach para dos claves. La solista de viento fue Xenioa Löffler quien, asimismo, tocó con un instrumento sin clavijas. Fue muy sensitiva la integración de las dos solistas con la orquesta, al extremo que en ningún momento hubo preponderancia de ambas sobre el conjunto instrumental. El empaste producía una sensación de galanura de sensitiva ambientalidad. Inspirado el segundo tiempo, plácido y sensorial al que el color de la aleación global concedía un paladar añejo como el de los mejores vinos. Preciosismo interpretativo en el Allegro conclusivo, llevado a dos, para agilizar más el relato, integrando el virtuosismo (que lo hubo) para ir a la intención interpretativa.
El Concierto en Sol para violín BWV 1056R, originariamente también diseñado para clave, permitió a Isabel Faust mostrar su excepcional técnica instrumental virtuosística, siempre bajo el concepto de una musicalidad exquisita y una sonoridad contemplativa, mantenido por el soporte de unos arcos que aguantaban el talante del compás. Asimismo el conjunto en pizzicato permitió, en el segundo tiempo, desgranar la sensitiva melodía de la alemana embebida en una sugestión interior. El Presto tuvo una gran animación entre el contrapunto de la orquesta y el fraseo del violín solista con propósito fugado. La Sonata a trío para dos violines y continuo BWV 529, con el báculo de clave y cello permitió recitar muy bien a Faust y Forck, en un genuino fugato bachiano de algebraica multiplicidad, expuesta con vibrante precisión metronómica. Faust cantó en el segundo tiempo y el concertino fue su eco ambiental y preciso. El concierto en la violinística tonalidad de Rem BWV 1052R, también en su origen escrito para clave, que cerró la audición, tuvo una intensidad romántica en el primer tiempo, gracias a la vehemencia y a la pureza del sonido de una embelesada Isabel Faust, que otorgó refinamiento a la velocidad de su fraseo. Un lento poético y lánguido en la melodía solista, sobre un lecho orquestal intenso y rotundo y un Allegro final de sonoridad empastada y amplia de los arcos, sobre la que discurría el sucesivo arpegiado del violín. A destacar el interesantísimo diálogo de la solista con las violas en la parte central del movimiento.
Los aplausos, contrapuntados con bravos, fueron merecidos e intensos y permitieron al público disfrutar, nada menos que de tres exquisitas propinas.
Antonio Gascó