Berlín, 6 de octubre de 2012. Rosalía Sánchez.
Podría pensarse que Barenboim vive de las rentas, del esfuerzo titánico realizado desde 1996 para posicionar a la Staatskapelle como un punto de referencia wagneriano, alternativo a Bayreuth. Pero al entusiasmo de aquel momento se suma ahora el poso que han ido dejando las representaciones durante década y media, así como la madurez adquirida en este repertorio, de modo que la consecuencia es que, cuando se escucha Wagner en Berlín, el héroe es Barenboim.
En el primer estreno de la temporada, Sigfrido, el director ha buscado además voces de igual o mayor experiencia, como la de Lance Ryan en el papel principal, que ya lo ha cantado anteriormente en Bayreuth, bajo la dirección de Thielemann, en Valencia bajo la dirección de Zubin Mehta y en Salzburgo bajo la dirección de Rattle. La apuesta sobre seguro resultó un éxito y el tenor mostró señorío en la ejecución y un timbre cristalino que terminaba de perfilar al joven espontáneo y sin miedo. También brilló la voz de Peter Bronder en el papel de Mime, con una prodigiosa precisión y una vocalización de agradecer. Su timbre limpio, su impecable entonación y su línea vocal elegante contrastaron con el Caminante, que debido a problemas de salud del finlandés Juha Uusitalo no quedó tan pleno de talento como se ha escuchado anteriormente en voz de este mismo cantante en Munich y en Viena. Y para completar estaban la soprano Irene Theorin, que ofreció un Despertar de Brunilda iluminado en color vocal y la frágil Anna Larsson, la omnisciente Erda, además de so completos Mikhail Petrenko (Fafner) y Johannes Martin Kränzle (Alberich).
La puesta en escena ideada por el belga Guy Cassiers, en una coproducción de la Staasoper de Berlín y el Teatro alla Scala de Milán tiene algo de hipnótico, con la pantalla gigante que ocupa todo el fondo del escenario y en la que se reproducen el vuelo de una masa de estorninos, las limaduras de hierro imantadas o las gotas de mercurio, en uniones moleculares inconcretas, durante cinco horas y media. La morada de Sigfrido y Mime se verticaliza en plena obra y el fuego, alimentado por la ira de Sigfrido contra el enano, añade tensión a al partitura. Pero es la Staatskapelle la que pone el misterio del bosque, los juegos y trinos de la naturaleza, así como la dulzura de la madre desconocida y el poder fantasmal del dragón. Barenboim continúa despierto, vital, apasionado y valiente emprendedor, a pesar de que el 15 de noviembre cumplirá 70 años. Construye una narración wagneriana cautivantemente instrumental, sin ningún tipo de presión sobre la conversación de las voces y con la marca que le caracteriza: aparentemente sin esfuerzo.