La coreografía se convirtió en la protagonista de la noche de El holandés errante en Washington, lo que supone que los cantantes no brillaron especialmente, a excepción de Christiane Libor (Senta), y que hubo un punto extremo en el movimiento del coro sobre el escenario. La producción de Stephen Lawless comenzó con los marineros capitaneados por Daland en tal inesperada actitud cómica (inclinándose al unísono hacia uno y otro lado para indicar el balanceo del barco) que la aparición del holandés errante como espíritu atormentado en medio de los mares tardó en alcanzar el clímax. Probablemente el equilibrio se consiguió en el segundo gran cuadro, donde el aria de Senta sobre su obsesivo amor por el legendario marinero, castigado a vagar hasta que encuentre una mujer fiel, quedó bien entretejida con el canto de las hilanderas. En la conclusión, el baile celebratorio de los marineros ofreció más carácter que el inicial.
Christiane Libor mostró las pertinentes dotes de soprano dramática, aunque en algún momento su deseo de alcanzar las notas más altas la llevaron a la frontera con el grito. Eric Owens interpretó bien la figura misteriosa del holandés, pero hubo momentos en que resultó demasiado distante y dio la impresión no de querer arriesgar en la escala, quizás debido a críticas que recibió en su último trabajo wagneriano. El tenor Jay Hunter, en el papel de Erik, estuvo convincente en su fuerza interior para intentar apartar a su amada Senta de un matrimonio con el misterioso holandés. Por su parte, el bajo estonio Ain Anger, como capitán Daland y padre de la joven, resultó algo liviano en su interpretación, envuelta de frivolidad y absoluta despreocupación en relación a un posible abuso sobre su hija.
A cargo de la orquesta estuvo Phillippe Auguin, director musical de la Washington National Opera. Aunque su versatilidad no siempre merece un aplauso, demostró que sabe internarse en el mundo de Wagner con mano segura. Ofreció sones claros e imprimió una marcha suficientemente ágil como para que los momentos más lúgubres no apantanaran la obra.
Emili J. Blasco