El inicio y final del Romanticismo, de la mano de Truls Mørk y la OCNE

El inicio y final del Romanticismo, de la mano de Truls Mørk y la OCNE

Un programa temperamental rozando la elegía emocional. De esa manera se presentó este pasado fin de semana la Orquesta Nacional de España en su ciclo sinfónico llamado ”Revoluciones” con el aclamado cellista noruego, Truls Mørk. Una primera parte que comenzó con la sinfonía núm. 44 en mi menor, o la también llamada Trauer (fúnebre, en alemán) de Haydn y terminando ésta con el esperado concierto para violonchelo en mi menor del compositor británico, Edward Elgar, que puso también nombre a la segunda parte de la tarde con las “Variaciones Enigma”.

El precursor de la etapa del Romanticismo musical fue el Sturm und Drang (tempestad e ímpetu, en alemán), un movimiento esencialmente literario pero que tuvo sus manifestaciones musicales, como fue en el caso de la pieza compuesta por Haydn, la sinfonía núm.44. Se le llama “la fúnebre” debido a que Haydn manifestó su deseo de que el tercer movimiento de esta sinfonía, el adagio, se interpretara en su funeral. Y así fue.

El galardonado director, Sir Neville Marriner, fue el encargado de conducir a la orquesta nacional al éxito de una tarde más. Sin embargo, la fuerza se quedó en el nombre y en la edad. A una década de cumplir el siglo, el director y violinista sólo pareció centrar su atención en el campo de visión cordal, puesto que le costaba controlar las secciones instrumentales que se encontraban detrás. A Haydn pudo dominarlo ya que, como al propio director le gusta, la pieza musical focalizaba mucho la atención en el cuarteto clásico de cuerda. Pero cuando llegó la potencia y fuerza del romanticismo de Elgar, ésta le pudo.

Mørk ayudó y guio al director desde el principio del concierto para violonchelo ya que hubo una pequeña “anarquía” en la sección de vientos y percusión. “Hay que tener mucho cuidado con las fases intermedias, pero lo más importante es acabar bien y a la vez.” Los intérpretes parecían conocer esa regla no escrita. Supieron resolver ese pequeño percance, aunque sudaron la gota gorda durante toda la obra para coordinarse con el solista.

No es cuestión de calidad del director, puesto que ha sido un gran conductor; pero la edad, en ocasiones, no perdona aunque seas una leyenda. Se obsesionan por el nombre y el cartel. Una pena que la “savia nueva” y la cantera tan brillante que existe no salga a relucir. Una pena que la tradición apague y ahogue una obra magistral, porque un director no es alguien que solo mueve las manos.

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La sinfonía fúnebre fue interpretada de una manera correcta con un primer movimiento en forma sonata que hacía recordar el motivo sencillo y principal. Unos pasajes rápidos que tenían que cuadrarse en los continuos “pregunta-respuesta” que dinamizaban esta obra. Haydn, el llamado “Padre de la sinfonía” o “Padre del cuarteto de cuerda”, le encantaba el elemento sorpresa y la innovación. En este caso, colocó el minueto como segundo movimiento; mientras que debería ir, por costumbre, en el tercer lugar. Tras los tradicionales tosidos entre movimientos, arribó el adagio, el que Haydn eligió como su elegía final. Es el movimiento más sentido de esta sinfonía que la cuerda interpretaba en la mitad superior del arco. Usaban además, en el caso del concertino, poco vibrato, aunque pocos fueron los que le siguieron en esta técnica. Por último, el cuarto movimiento presto que, con unos arcos saltarines, puso un gracioso punto y final al inicio del romanticismo.

El momento más esperado de la tarde llegó. El cellista noruego Truls Mørk interpretó uno de los más conocidos conciertos para violonchelo. Esta obra de Elgar siempre tiene en mente a la fallecida e increíble Jacqueline Du Pré, cuya interpretación de este concierto ya forma parte de la leyenda musical. El compositor británico hizo de esta composición un canto a la melancolía, un testamento tras la muerte de su esposa. Las emociones salían de cada instrumento como si de una paleta de colores se tratase.

Desde un principio, el cellista noruego dejó en silencio al auditorio. Mucha fuerza en su ejecución y un ritmo tan sentido y libre que a algunos de la orquesta, y al propio director, le costaron seguir. No obstante, Mørk dirigió con atención desde el pedestal para que todo fuese bien. Una pasión desenfada con la que ligó el primer movimiento y el segundo, sin el silencio característico. En su lugar, unos pizzicatos marcaron uno de los inicios más bonitos que miran al más allá. Luchando por disfrutar, sonreía en algunos momentos, pero no como solía hacerlo en las pasadas interpretaciones. Aun así, los pianissimos y los crescendos llenaron la sala sinfónica, que terminó por culminar en una pequeña cadencia en el movimiento final, donde mostró su virtuosismo en una escala que recorría el traste de la cuarta cuerda. Una distinguida interpretación que dejó un buen sabor de boca a los asistentes.

Tras el descanso, quedaban cuarenta minutos más de romanticismo. Elgar continúa firmando el programa y esta vez con una de las sinfonías que le llevó al éxito: Variaciones enigma. Todo un misterio sonoro, que según el autor, compuso por mero entretenimiento para su mujer y con su círculo de amigos, a raíz de un tema que idearon. Protagonismo de la viola y del violonchelo en las catorce variaciones que contiene dicha obra, fácilmente de distinguir por el contraste del tempo. Sir Neville siguió olvidándose del horizonte sinfónico, pese a la importancia que tuvo la percusión en algunas de las variaciones. A destacar la sexta, llamada Ysobel, un andantino precioso dedicado a los ejercicios de su alumna de viola.

Un público que acariciaba sus ojos y unas melodías que hacían perderse entre la dulce fuerza del caos romántico. Toda una revolución instrumental con un líder sin poder.

 

Isaac J. Martín