En el Palacio de Bellas Artes de la CDMX se estrenó la versión orquestal de “EL JUEGO DE LOS INSECTOS” del compositor mexicano más prolífico de Ópera, Federico Ibarra, que con ésta obra singular alcanza una madurez plena de sabiduría e inspiración. Con un libreto de la dramaturga Verónica Musalem basada en la obra de teatro de los hermanos Karel y Josef Capek escrita en 1921. Estrenada en su versión de cámara, únicamente con piano, en la Sala Manuel M. Ponce del mismo recinto, a la que asistimos en el año 2009, se presenta nueve años después con una nueva producción de gran formato bajo la dirección escénica de Claudio Valdés Kuri y un equipo interdisciplinario de diseñadores de escenografía, iluminación, vestuario, coreografía, danza área, maquillaje, producción ejecutiva de Julián Robles.
Para que haya guisado de liebre lo primero que se necesita es la liebre. Y Ópera tuvimos. La prolongada espera de tantos años nos brindó, no hay plazo que no se cumpla, la oportunidad de poner a prueba las posibilidades de probar y comprobar una nueva manera de hacer las cosas en el ya obsoleto terreno de un sistema burocrático obsoleto, inapropiado, desfasado de las necesidades de un tiempo distinto. Contando con un espléndido teatro legendario y funcional, una orquesta y un coro fijos con trabajo de tiempo completo y plazas federales, un equipo técnico millonario renovado para festejar el Bicentenario de Independencia y Revolución, avergüenza que no se disponga en este recinto una verdadera institución que garantice continuidad, cantidad y calidad en las puestas en escena tan necesarias en México.
Este equipo de trabajo tuvo además tiempo de preparar a un elenco sólido de cantantes y artistas de la escena para hacer justicia a una ópera de madurez creativa de nuestro mayor compositor del género operático. El triunfo alcanzado tiene como principal artífice a la ópera misma que reúne las virtudes necesarias para que el espectáculo sin límites transcurra con agilidad, brillantez y belleza. Pareciera un contrasentido que esta historia grotesca donde se retratan los peores vicios y atrocidades, los siete pecados capitales, de la especie terrenal trasladados a los aparentemente beatíficos y débiles insectos.
Un vagabundo, que actúa sin cantar el excelente actor internacional de teatro y cine Joaquín Cosío, es el testigo y guía que nos lleva a conocer “la gran aventura de estas hermosas criaturas”. Este alcoholizado ser humano proclama “¡No creo en el ser humano¡ Me gustan los insectos.” Sube desde las butacas del teatro al escenario y nos adentra a ese “mundo de los insectos”, extraño y cruel, muy parecido al nuestro que habitamos, padecemos, sufrimos y gozamos. Es la música, indudablemente, la estrella más brillante de este universo visual y sonoro, cruel y grotesco, desalmado, lleno de ironía, sarcasmo, humor negro, maldad extrema, vicios y prejuicios, de quienes vemos en el foro tan parecidos, ay, a nosotros mismos, retratados con gran fidelidad pero sublimados y metamorfoseados por ella.
El elenco de cantantes que dan vida a estos insectos es múltiple y variado. Incluye a todos las voces y registros. Las mariposas: Felix, Orlando Pineda, Otto, Enrique Ángeles, Clytia, Rosa Muñoz, Iris, Dhyana Arom. El mundo subterráneo: Crisálida, Penélope LN Luna , Señor Escarabajo, Alberto Albarrán, Señora Escarabajo, Gabriela Thierry, Parásito, Gerardo Reynoso Tenor, Mosca, Luis Rodarte, Larva, Mauricio Esquivel, Señora Grillo, Cynthia Sanchez, Señor Grillo, Rogelio Marin. Las hormigas: Ciega, Raúl Román, Ingeniero, Rodrigo Garciarroyo, Ingeniera, Norma A Vargas, Científico, Enrique Ángeles, Mensajero, David Orlando Pineda Roldan, Soldado 1, Joel Pérez, Soldado 2, Martín Luna, Soldado 3, Arturo López, Soldado 4, Francisco Martínez. Epílogo: Mariposa 1, Gabriel Thierry, Mariposa 2, Dhyana Arom, Mariposa 3, Jacinta Barbachano. Buen trabajo y desempeño de la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes.
Debemos destacar que el elenco fue muy bien seleccionado por sus características vocales y actorales. La creación de personajes se logra plenamente. Todos los recursos técnicos y humanos se conjuntaron. Pero de todos ellos destacó el director concertador, el italiano Guido Maria Guida, quien estudio a fondo la compleja, complicada, dificilísima partitura de Federico Ibarra, que está llena de retos musicales que requieren de experiencia, talento, sensibilidad, pues concertar tales fuerzas numerosas, las acciones dramáticas, los cambios de ritmos, las combinaciones armónicas, los matices y las sutilezas, la orquestación exuberante, obsesiva, simbólica, llena de marchas, danzas, melodías excelsas, que llenan una función de tres horas, incluido un intermedio, con una banda interna de metales en la escena de la guerra de las hormigas. La última escena, en el epílogo, después de las atrocidades de la historia, las mariposas, en trio y solas, y la Crisálida, con una soprano esplendorosa, poesía y luz, rompe la cárcel que la constreñía y alza el vuelo al fuego que la consumirá. Ese final, todavía con la luz de la esperanza que se niega a morir, es una de las páginas más bellas y logradas de la literatura operática mexicana. Una lección que nos permite constatar que hay salvación todavía y que el arte tiene en ello una parte trascendental.
Manuel Yrízar