Tras 31 años de barbecho Nabucco vuelve al escenario del Liceu de la batuta del especialista Daniel Oren y de la dirección escénica de Daniele Abbado en una coproducción con Scala de Milán, Covent Garden de Londres y Ópera de Chicago con dos repartos diferentes en diez funciones de este mes de octubre para abrir la temporada 2015-16.
Es curioso como a veces una ópera que permanece en silencio en la programación de los teatros durante decenios de repente y sin motivo aparente sube a los escenarios como una gripe contagiosa. Eso es lo que ha pasado en estas dos temporadas con la ópera verdiana Nabucco. La temporada pasada se incorporó al repertorio del Palau de les Arts en una magnífica versión de Livermore, y en esta temporada que conozcamos está programada, además del Liceu que nos ocupa, en las mismas fechas en la temporada de los Amigos de la Ópera de Oviedo, y al final de esta temporada por los Amigos de la Ópera del Teatro Principal de Mallorca. Todo un revival operístico de este drama bíblico-patriótico con libreto de Temístocle Solera y estrenado en La Scala de Milán en 1842.
Más curioso ha sido todavía la versión dramatúrgica ofrecida por el señor Abbado por incomprensible y confusa. En las notas al programa nos la presenta el mismo regista que para “narrar esta historia he optado por utilizar el máximo posible de elementos de puro teatro…procurando dar a la producción una cierta atmósfera del Novecento”. Tras estas palabras como principios conceptuales y dramatúrgicos se muestra un montaje frío, oscuro, estático, aburrido y en algunos momentos absolutamente incomprensible, contradictorio, absurdo o en el mejor de los casos carente de facilidad comprensiva para quien de antemano no conozca la ópera, sus tramas y personajes.
De Nabucco se pueden hacer muchas lecturas y subrayados pero la base irrenunciable es la claridad de dos personajes, de dos pueblos, de dos religiones enfrentadas, en opresión de una sobre la otra, Asiria sobre Israel, Abigail sobre Fenena/Nabucco, Baal sobre Jehová y el triunfo del pueblo oprimido, Israel, del Dios verdadero, Jehová y del tirano arrepentido, Abigail-Nabucco con el coro como personaje doble pueblo de Israel y pueblo asirio.
Nada de esto quedó claro en la propuesta liceística. Con un solo vestuario, único parecido a las tesis defendidas por Abbado de su inspiración de la película de Bertolucci se confundían constantemente la dualidad que plantea Verdi, los mismos coristas y figurantes que ahora representan al pueblo judío con sus kippas y tallits sin ningún cambio de vestuario se convierten por arte de magia en sus opuestos opresores asirios.
No sabemos si la razón de semejante esquizofrenia de roles se debe a una falta de presupuesto de vestuario, a una falta de presupuesto de coristas y figuración o a una de esas meta-lecturas a las que nos tienen sometidos la nouvel metteur en scène.
Sea cual sea la razón los comentarios entre pasillos era de una gran decepción en lo visual y teatral con lo que el que firma está absolutamente de acuerdo.
Vocalmente tampoco fue una noche para tirar cohetes de alegría en el ámbito de los solistas, si bien este segundo reparto parece ser que comparado con el primero (que curiosamente esta revista no ha tenido acceso a escuchar debido al gran éxito de venta de entradas, cuidando más los ingresos que la repercusión mediática de este medio) fue bastante mejor según he podido leer e intercambiar opiniones.
Centrándonos en este segundo reparto el protagonista interpretado por Luca Salsi, según el programa, fue contundente en proyección, bello fraseo y sin problemas de emisión pero bastante frío en la escena. La Abigail de Tatiana Melnychenko fue intensa en lo escénico y pasó con notable ese terrible rol con el que perdió la voz la segunda esposa del compositor. Su interpretación tuvo algunos momentos de peligro sobre todo por la tensión de los agudos a veces desafinados y casi constantemente gritados, destacando más en las partes líricas y ligadas.
El verdadero canto llegó de la italiana Marianna Pizzolato cuya Fenena nos reconcilió con el bel canto verdiano: fraseo, intensidad, dulzura, matices…todo ello con un gran cuidado y equilibrio y al servicio del texto y drama musical.
Correctos los comprimarios de Anna Puche y Javier Palacios. Demasiado irritable y artificial el Ismaele del tenor Alejandro Roy.
Es una lástima que un papel tan apropiado para probar a un bajo joven del país como El Gran Sacerdote se le otorgara a un cantante de tan poca calidad como Alessandro Guerzoni cuyas anteriores intervenciones en el mismo teatro no fueron en absoluto notables. Tal vez va siendo hora de que los lazos matrimoniales no condicionen los contratos de los cantantes.
Pero lo más decepcionante de la velada fue el debut en el Liceu del bajo Enrico Iori cuyo Zaccaria era mudo por momentos, con problemas de proyección y de entonación, sin el color adecuado, y con una presencia escénica que para nada imponía ni la paz de un sacerdote ni la fuerza de un líder. Un debut para no volver a escuchar.
Se preguntaran después de lo escrito…¿hubo algo interesante? Y la respuesta es un gran SÍ, los grandes triunfadores de la noche fue el triunvirato formado por el maestro Oren y los efectivos de la casa, Coro y Orquesta.
Es verdad que esta ópera es muy coral y que cómo alguien escribió tiene el coro hasta su propia aria, el famosísimo “Va Pensiero” que en la función sobre la que escribo recibió el aplauso más largo de la noche y tal vez el más prolongado que yo nunca he escuchado a un coro en directo pidiendo el bisado del mismo con mayor entrega y belleza si cabe por parte de este colectivo titular, reforzado por miembros del coro Intermezzo, ante la cuestionable política de la Gerencia del Teatro de no completar las bajas y jubilaciones que a lo largo de estos años se han ido produciendo en el Coro del Liceu y que a medio plazo hace peligrar su existencia.
El otro gran protagonista de la noche fue la orquesta que supo crear el ambiente tímbrico y con la intensidad adecuada a cada momento del drama, sin estridencias pero con contundencia, con dulzura pero sin perder la tensión dramática. Felicitar especialmente a la sección de viento, al solista de flauta y a todo el metal que tantas veces hemos criticado por otras noches no tan afortunadas.
El Maestro Oren supo esculpir el sonido verdiano en coro y orquesta por encima de un discurso visual aburrido y unos solistas en muchos momentos poco eficientes.
Acabar esta reseña con una felicitación especial a la recién nombrada Directora del Coro titular del Liceu, Conxita García, una gran profesional y amante del mundo coral que tras estar en diversas responsabilidades corales asume esta titularidad con un resultado magnífico entrando a formar parte de esos nombres que han hecho de la interpretación del “Va pensiero” un milagro, que la unión voces diversas se conviertan en un solo canto lleno de arte y emoción a partes iguales. Per molts anys!!
Robert Benito
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