
Pocas veces se crea una química tan especial entre solistas, coro, figuración y orquesta en un montaje operístico produciendo que el público conceda bravis a toda una labor de equipo empezando por sus dos mayores responsables Riccardo Frizza desde el foso y Vittorio Borrelli desde la escena llenando un teatro no sólo de gente sino de buena energía y respeto a la inspiración del cisne de Pésaro.
No sabemos si el Liceu continuará en racha homenajeando a G.Rossini en el 150 aniversario de su traspaso, pero queda en el recuerdo su Otello de2016 y su comienzo de temporada con su Viaggio a Reims del 2017-18. Y sobretodo esta Italiana que además de llenar el teatro ha ofrecido un segundo reparto apostando por cantantes del país en la misma medida de calidad, profesionalidad y éxito que nos debería hacer pensar si no podría convertirse en una obligación más que en una opción.
A veces lo tradicional se convierte en un prejuicio cuando en arte no se debe de hablar de tradición e innovación como categorías absolutas , sino de obras de arte que nos hacen disfrutar, cuestionar, empatizar,…y el resto sea bello o feo, tradicional o digital no es garantía de calidad sino de snobismo en cualquiera de sus direcciones.
El que escribe estas líneas está deseando ver y escuchar el próximo estreno del Liceu, la primera ópera del gran compositor catalán Bernat Casablancas, pero no por ello ha de pedir perdón por sus aplausos a esta producción de la ópera de Turín redonda y bella en el género bufo para el que la escribió Rossini en plena juventud.
Con un equipo femenino en la escenografía y vestuario Vittorio Borrelli ha sabido mostrar y entresacar con este segundo cast la vena más cómica que esconde el libreto de Angello Anelli para este drama giacoso en dos actos estrenado en Venecia en 1813.
En dicho libreto los personajes están muy bien dibujados y han sido encarnados por unos solistas que se han dejado no sólo la voz en la difícil literatura rossiniana sino la piel y sudor en una dirección escénica tan dinámica como las coloraturas musicales que nos ha hecho primero sonreír y después repetir la risa a lo largo del primer acto y todo el segundo acto con cada dúo, conjunto y finale de esta ópera alla turca.
El maestro Riccardo Frizza comenzó con una versión de la obertura un tanto mortecina, pero se contagió de las buenas vibraciones del escenario para empatizar con una orquesta que supo sonar tan lígera y ductil como Rossini quería acompañando las voces con maestría destacando los diversos sólos de las arias como la de la clarinetista Clàudia Camarasa o el flautista Albert Mora.
Sería injusto no comenzar por el coro masculino del teatro y figuración que pasaban de corte de Mustafá a corsarios, o de eunucos a prisioneros italianos, todo ello con una entrega artística como pocas veces hemos visto, disfrutando de los gags y formaciones geométricas hasta la locura del finale del primer acto sin perder la concentración y calidad musical, merito de cada uno de los componentes y de la labor concertante de su directora Conxita García.
Retomando la labor discreta pero efectiva de la figuración destacar el personaje omnipresente de esclavo deforme y obsesionado con empalar del actor Patrick Martínez que desde un segundo plano enriqueció más de una escena con su profesionalidad.
La mezzo Lydia Vinyes se está convirtiendo en una habitual de los repartos del Liceu y que en esta ocasión ha demostrado nuevamente su profesionalidad y vis cómica en el rol de Zulma.
El Haly de Toni Marsol fue un privilegio ya que después de verlo en otra producción de la misma ópera como Mustafá debutar este rol le ratifica en un valor positivo de la casa con su buen hacer como actor y su magnífica interpretación de los conjuntos y de su única aria “Le femmine d’Italia”.

Sara Blanch en una ascendente carrera de la cual el Liceu se está haciendo eco con diferentes oportunidades en sus temporadas dibujó una Elvira sin mácula aportando sus seguros y rutilantes agudos en los números de conjunto que el compositor le asignó.
Otro de los valores de este cast ha sido el barítono Manel Esteve que ha demostrado que los años, el estudio y la confianza de otros teatros en concederle primeros papeles le ha hecho un profesional digno de la confianza del teatro de su ciudad con un Taddeo de referencia. Seguro, potente, con grandes dosis de musicalidad y humor hizo de su personaje uno de los más ovacionados al final de la función. Ojalá que podamos ratificar estas opiniones en otros roles de igual o mayor importancia en el teatro de las Ramblas para aplaudir nuevamente intervenciones como su magnífico recitativo y aria de la complicada y larga escena de nombramiento de Kaimakán, junto con la infinidad de dúos, tercetos y conjuntos en los que constantemente participa este personaje tan entrañable que debutaba.
El tenor Edgardo Rocha se presentaba en el Liceu con un personaje comprometido que le valió un éxito absoluto tras su cancelación en el Palau de la Música hace pocas semanas en la versión semiescenificada de La Cenerentolla que había de coprotagonizar junto a Cecilia Bartoli. Su voz aterciopelada, generosa de volumen, facilidad natural en los agudos y coloraturas unidas a su juventud, frescura y saber estar en el escenario le valieron el reconocimiento de un público que cae en este repertorio a los pies de otros tenores como Flórez y Camarena de una generación anterior.
Maite Beaumont apreciada en este teatro por papeles tanto haendelianos como mozartianos nos regaló su Marquesa Melibea como carta de presentación rossiniana la temporada pasada y que ha ratificado con esta Isabella que debutada en el Liceu con gran calidad en lo canoro, ofreciendo sus tres arias con matices de quien sabe lo que canta y lo que puede dar su voz sin forzar en ningún momento, primando la calidad por encima de un volumen innecesario.
Pero si hubo alguien en este cast de cantantes del país que ratificó una carrera de éxitos a nivel internacional y que nos hizo un verdadero regalo de Navidad fue el bajo Simón Orfila con su Mustafá tan rico en matices como agotador al ser el factótum y motor de la obra desde la primera escena hasta la última. En estas más de dos décadas de carrera su voz se ha vuelto estertórea en el sentido más positivo de la acepción y que lo sabe combinar con un perfecto fraseo y dominio de la coloratura y del difícil silabato rossiniano. Pero en este personaje no sólo basta un dominio de la voz sino del cuerpo en una producción como está tan dinámica y movida en el que corre, baila, salta cantando demostrando una forma física envidiable junto a un sentido del humor escénico que fue recompensado con los mayores bravos de la noche.
Es un placer escribir en positivo de una producción para acabar un año en que este teatro despide, no renueva, a su directora artística Christina Scheppelmann y que resume sus directrices de programación que por desgracia no vamos a poder ver una continuidad en las siguientes temporadas. Nos queda este éxito entre muchos otros de su gestión con un pleno de taquilla, valoración y ratificación del público con sus aplausos y comentarios así como la calidad de la producción y de los cantantes, que en este caso es una clara y necesaria apuesta por los más cercanos que se han ratificado en su profesionalidad.
Buenas fiestas y mejor música!!!
Robert Benito