L’Elisir d’amore en la Scala Por Bernardo Gaitán
Dentro del mundo del espectáculo, a pesar de que cada representación de un título debería ser igual a las demás, existen funciones con algo particular que no se puede describir con palabras, algo que la hacen diferente tanto para los intérpretes como para el público. Este ‘algo’ puede ser tanto positivo como negativo. Y desgraciadamente, la función de estreno del revival del Teatro alla Scala de L’elisir d’amore con la conocida escenografía y vestuarios firmados por el pintor italiano Tullio Pericoli para la ópera de Zúrich en 1995 fue un epic fail. Esta producción es la cuarta vez que se presenta ante el exigente público milanés, tras las representaciones de 1998, 2001 y 2019.
La ‘mala suerte’ comenzó con la cancelación por parte de la soprano Adina Garifullina, quien habría interpretado el rol de Adina en todas las funciones. En su lugar dieron oportunidad de debutar a la soprano genovesa Benedetta Torre, quien durante el primer acto ofreció una Adina correcta vocalmente, pero rígida en la escena. Torre ejecutó las notas escritas en la partitura de manera casi mecánica, una interpretación metronómica, sin la expresión ni la pasión que un rol como éste requiere. Para el final de la ópera, en concreto en las coloraturas de ‘Il mio rigor dimentica’, fue evidente su cansancio vocal y la falta de fiato.
La infortuna se consumó con la participación del tenor Paolo Fanale como Nemorino. El cantante siciliano es poseedor de una voz engolada y tremendamente nasal que se maximiza en su registro agudo. Ello aunado a una necesidad de rallentare todas sus partes solistas como si fuera intencionado para darle más emotividad trajo como resultado un desganado y arrítmico Nemorino. Sus armónicos son escasos, al igual que su potencia vocal, pues fue siempre cubierto tanto por la orquesta como por los demás cantantes en los conjuntos. En la parte histriónica fue donde selló su suerte, pues su Nemorino fue arrogante y completamente alejado del ingenuo y pueril personaje descrito en el libreto.
El loggione no dejó pasar la oportunidad de reiterar que aún tiene poder en las decisiones del teatro. Paolo Fanale despertó la rabia de los melómanos del último piso de la galería, quienes le abuchearon tras interpretar ‘Una furtiva lagrima’, predestinando su suerte durante el resto de las funciones. Tan mala fue su ejecución que tres días después el teatro anunció que la función restante –originalmente programada para Fanale– sería interpretada por Francesco Meli. El primer reparto, con Vittorio Grigolo, no sufrió cambios y actuó como estaba programado.
Para salvar un poco la función estuvieron las voces graves. El barítono Davide Luciano ofreció un Belcore convincente tanto vocal como actoralmente. Luciano cuenta con un registro medio potente y bello, aunque sus agudos no son espectaculares. Por otra parte, el también barítono Giulio Mastrototaro, a quien la Scala ha invitado en sus últimos títulos belcantistas, cumplió como siempre interpretando a Dulcamara de una manera ágil, simpática y dinámica vocalmente. El rol normalmente es ejecutado por bajos-barítonos o por bajos bufos probablemente más por la profundidad y color de voz que por la altura de las notas. En el caso de Mastrototaro, somos testigos de su talento en roles baritonales bufos, pero Dulcamara necesita un color más robusto que el suyo.
Francesca Pia Vitale también aportó su granito de arena. De hecho, el único momento digno de recordar fue el aria de Gianetta con el coro femenino ‘Saria possibile?’, gracias a la interpretación de Vitale y a la dirección coral de Alberto Malazzi.
La dirección musical, como hace dos años, corrió a cargo del joven director milanés Michele Gamba. En esta ocasión, Gamba tuvo un desempeño mediocre al frente de la orquesta, pues no mostró la menor sensibilidad ante la fabulesca partitura donizettiana. Una ejecución severamente rígida y lejana a los requerimientos del género belcantista. Paralelamente, la dirección escénica de Grischa Asagaroff fue tremendamente burda. A diferencia de la versión de 2019, Asagaroff agregó algunos gags predecibles y de pésimo gusto. Por ejemplo, puso a Nemorino a hacer malabarismos con tres pelotas, lo que no hizo otra cosa que recordarnos a Rolando Villazón en la versión de Viena de 2005. O bien la lastimera coreografía del final del primer acto en ‘Fra lieti concenti, gioconda brigata’, con todo el elenco, así como el ridículo juego escénico entre Adina y Nemorino tanto en ‘Chiedi all’aura lusinghiera’ como en ‘Esulti pur la barbara’.
Una función para olvidar en la larga historia del Teatro alla Scala.
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Teatro alla Scala de Milán, 9 de noviembre de 2021. Melodramma giocoso en dos actos de Felice Romani. Música di Gaetano Donizetti. Adina Benedetta Torre, Nemorino Paolo Fanale, Dulcamara Giulio Mastrototaro, Belcore Davide Luciano, Giannetta Francesca Pia Vitale, Attore Davide Gasparro. Coro y Orquesta del Teatro alla Scala. Director musical Michele Gamba. Maestro del coro Alberto Malazzi. Regia Grischa Asagaroff. Escenografía y vestuarios Tullio Pericoli. Iluminación Hans-Rudolf Kun retomadas por Marco Filibeck.