El lúgubre rechinar de Lucia di Lammermoor en el Liceu

Por Félix de la Fuente

Lucia (Nadine Sierra) y Edgardo (Javier Camarena).                                                                                Foto: © A. Bofill

Lucia di Lammermooor sirve de telón final a esta temporada 20-21 en el Liceu. Aunque la producción de la directora Barbara Wysocka, más que un telón que arrope la obra de Donizetti, pareciera que, por querer poner en tela de juicio demasiadas cosas a la vez, acabara por privar al espectador del momento más devastador de la ópera.

En lo musical, eso sí, la soprano estadounidense Nadine Sierra, que debutó en el Liceu, y el tenor mexicano Javier Camarena, ya veterano del Gran Teatre, fueron los artífices de una de las noches más fogosamente aplaudidas de la temporada. El engominado Edgardo de Camarena fue en un continuo crescendo, desde su dedicado fraseo hasta el virtuoso desparrame que arrancó hasta dos ovaciones. Por su parte, la Lucia de Nadine Sierra brindó en su cristalina e impecable voz toda la hermosura tonal, ligada y suntuosamente belcantista, a un público entregado que recompensó efusivamente. No cabe duda que en el futuro lucirá aún más cuando incorpore ciertos dramatismos a los que se presta el personaje. En un segundo plano, Alfredo Daza planteó un Enrico sonora y deliberadamente enfadado, arquetípicamente antagonista, y Emmanuel Faraldo ofreció una buena ejecución de Lord Arturo. Todo ello bien refrendado por Giacomo Sagriapanti desde el foso, con una orquesta de la casa en horas altas, y un coro atinado que remató con la jubilación de una de sus cantantes.

Lucia di Lammermoor en el Liceu con Nadine Sierra y Javier Camarena                                                              © A. Bofill

Bien es cierto que en una ópera como Lucia di Lammermoor resulta de lo más cabal que la disociación mental y el enajenamiento sean la materia prima del montaje. Y en base a ello, Wysocka plantea el desquiciamiento entre tres visiones del mundo: la de los personajes junto al mobiliario, la del desvencijado salón que aloja las dos partes de la ópera, y la de la propia Lucia que va saltando de una a otra.

En la primera, la directora reformula el drama con el imaginario de la América de mediados del siglo XX: la aristocracia original se persona como la élite empresarial con vestuario y mobiliario de la época, mientras que Edgardo encarna al cinematográfico rebelde sin causa, pero con Mustang y chupa de cuero. Lucia di Lammermoor en el Liceu

Salón donde transcurre la ópera                                                                                                                      © A. Bofill

En la segunda visión del mundo, que envuelve a la anterior, un opulento salón desconchado y resquebrajado, dejado a su deteriorada suerte, aloja premonitoriamente toda la ópera en una alusión fatalista al decaimiento económico de ciudades como Detroit a principios del siglo XXI.

Detroit Michigan Theater Car Park.                                                             © Jedimenta44 Wikimedia Commons

La coexistencia indiferente de ambas visiones no es carente de un cierto surrealismo donde la tercera visión, la de Lucia, sirve de puente entre la primera y la segunda, pero sobre todo donde al público se le hace partícipe o se le niega ver lo que ve la protagonista… lo cual acaba por jugar en contra del espectador y de la propia ópera. Ocurre por momentos, en la fuente, e imperdonablemente en el punto álgido del aria de locura. Ambos comparten ese hilo conductor que es el raciocinio de Lucia tensado como una cuerda entre su fascinación y la realidad.

No parece sustantivo magnificar elementos del montaje que no terminan de formar parte del relato, como el Mustang, y apocar elementos clave de la ópera como en la premonitoria escena de presentación de Lucia, donde la fuente solo es visible con la forma de un pequeño retrato fotográfico apoyado a la izquierda del salón, e invisible (tanto como el fantasma del que habla Lucia) para el flanco izquierdo del teatro.

Aparición de una versión infantil de Lucia mirando la fotografía de la fuente.                                                      © A. Bofill

Y ocurre en el aria de locura. Antecedida por la irrupción en el baile nupcial del capellán ensangrentado, aparece una Lucia nada desaguisada: armada con una pistola, perfectamente peinada y enfundada en un inmaculado traje de luces, acaba por tomar el micrófono del proscenio en un solo de prima dona con apariencia de gala de Año Nuevo…

Nadine Sierra es Lucia di Lammermoor en el Liceu. Imagen del aria de locura                                                     © A. Bofill

Ambas escenas se centran a su modo en la visión enajenada de Lucia, cuando ciertamente la fuerza emocional radica en el contraste de esa visión con la realidad. En el primer caso por omisión, limpiando de la escena fuente y fantasma cuando tal vez lo sugerente sería hacer partícipe al público de ese atisbo. Y en el segundo caso, por visión obligada del idilio de ella misma como diva de gala… sin el contraste entre la cruenta realidad física y la elevada aria de locura se priva también al espectador de ese lúgubre rechinar poético que emana de la mujer que da título a la ópera.

Ficha artística:

Lucia di Lammermoor, de Donizetti. Nadine Sierra (Lucia). Javier Camarena (Edgardo). Alfredo Daza (Enrico). Mirco Palazzi (Raimondo). Emmanuel Faraldo (Arturo). Anna Gomà (Alisa). Moisés Marín (Normanno). Barbara Wysocka, dirección de escena. Giacomo Sagripanti, dirección musical. Gran Teatre del Liceu, 24 de julio de 2021.