El Malandain Ballet Biarritz versiona a los Ballets Russes en el 71º Festival de Música y Danza de Granada

                                                   Malandain Ballet Festival Granada Por Cristina Marinero

La celebración del centenario del Concurso de Cante Jondo de 1922 es el hecho central y motivo que rodea la programación del 71º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Malandain Ballet Festival Granada

Es tan jugosa y fundamental la época en que se fraguó el evento promovido por Manuel de Falla, con quien colaboraron Zuloaga, Manuel Ángeles Ortiz y Federico García Lorca, entre otros, que toda pincelada que se aporte sobre lo que se había visto, se veía, se había escuchado o se escuchaba en la escena internacional y española en aquellos años es muy ilustrativa para saber sobre qué caldo de cultivo surgió. Solo apuntar que si Falla quiso recuperar con este concurso las raíces del arte flamenco, no hay que obviar su encuentro con Diaghilev y Stravinski en París, cuando estrenaron su Pájaro de fuego, en 1910, y la idea con la que el empresario inició la aventura de la compañía que cambiaría para siempre la historia del arte: volver a los fundamentos de lo ruso y, desde ahí, impulsar un arte moderno. Malandain Ballet Festival Granada

Un apunte más que no hay que olvidar también como parte de la atmósfera en la que Falla se movía, tras haber compuesto para los Ballets Russes El sombrero de tres picos (1919). En mayo de 1921, Diaghilev reunió a los artistas más destacados del género –entre ellos, Estampío; María de Albaicín; Rojas, hermano de Pastora Imperio; o La Minerita– y los subió a las tablas de dos teatros, el Gaîté-Lyrique, de París y, después, The Princess Theatre, de Londres, reunidos en la pieza que tituló Cuadro flamenco. Picasso creó los decorados, como antes hizo para El sombrero de tres picos (1919), entre otros ballets.

Mickaël Conte en ‘La siesta de un fauno’ © Festival de Granada | Fermín Rodríguez 2022

Ya todo un estrecho colaborador del festival, el Malandain Ballet Biarritz ha protagonizado una noche en el Teatro de El Generalife con tres obras esenciales de los primeros años de los Ballets Russes en París, cuando verdaderamente se inició el siglo XX y los escenarios de alta cultura veían cómo la danza llevaba la iniciativa en el arte nuevo que se respiraba.

La velada dedicada a la compañía de Diaghilev ha tenido como protagonistas a Stravinski y Debussy; también a Fokine y a Nijinsky, coreógrafos de las versiones originales, de forma indirecta porque su legado pululaba por las coreografías nuevas, con movimientos identificativos de cada una de ellas. La danza es arte efímero, fugaz hasta la aparición del cine. En el pasado era complicado no ya solo hacer registro de las creaciones –la notación coreográfica era utilizada solamente por un puñado de compañías estatales–, sino volver a montarlas sobre el escenario. Por eso, cuando se habla de los ballets, su autoría se sigue dando al músico, y es verdad que la música es lo que tenemos, pero es un proceder muy injusto porque en su gestación muchos tuvieron a su lado al coreógrafo dictando la estructura y las necesidades narrativas o de movimiento necesarias, incluso tarareando lo que querían y cómo lo querían. Así hizo Petipa con Tchaikovsky, también Massine con Falla.

El director de la compañía francesa, Thierry Malandain, es el autor de los dos títulos que se han visto en el primer acto, L’Apres-midi d’un faune (La siesta de un fauno) y L’Oiseau de feu  (El pájaro de fuego). Su versión de la primera, coreografiada y protagonizada por Nijinsky en la original de 1912, tiene ya treinta y dos años. Es de 1995, pero se torna absolutamente actual, en este momento de redes sociales dominando el mundo de los sentidos y las relaciones personales, muchas veces tan individuales como es el chatear con desconocidos a distancia, sentado o tumbado en una habitación.

Un momento de ‘El pájaro de fuego’ © Festival de Granada | Fermín Rodríguez 2022

Si Nijinsky entonces escandalizó a los espectadores del Teatro del Châtelet con su fauno animalesco y de actitud sensual, que terminaba tumbado sobre el velo de la ninfa que le producía el éxtasis erótico final, Malandain pone a su protagonista –un excelente Mickaël Conte vestido solo con slip blanco– directamente tumbado sobre una enorme caja de pañuelos de papel a modo de la roca donde sesteaba la criatura original. Y sitúa en el escenario, como únicos dos elementos escenográficos adicionales, dos montones de kleenex gigantes en forma esférica, como cuando se hace un gurruño con los papeles usados… Sobran las palabras para comprender que Malandain ha ido “al grano” y nos habla directamente, no ya de las sensaciones posteriores del Fauno al haberse quedado prendado de la Ninfa, sino de un hombre en soledad y la potencia de su imaginación y fantasía eróticas. Acaba cubierto por uno de los enormes pañuelos de papel que finalmente extrae y con el que se tapa totalmente a modo de sábana.

Si El pájaro de fuego (1910) fue el primer ballet compuesto por Stravinski para Diaghilev, donde la ligazón con el mundo de su maestro Rimski-Korsakov se hace patente, y su coreógrafo, Michel Fokine, fue el protagonista de la primera etapa de la compañía, La consagración de la primavera (1913) inicia el fenómeno rompedor en que se convirtió el músico, con Nijinsky a su lado para contribuir al escándalo que se formó la noche de aquel estreno parisino, creando una coreografía que desde lo ancestral también pone sobre la escena el lado sensual-sexual que el bailarín ya había iniciado con La siesta de un fauno.

Ese año de 1913, después del sonoro estreno de este ballet, sería crucial en la vida del artista, pues dejaría de ser pareja de Diaghilev para casarse, en septiembre, durante la gira de los Ballets Russes por América del Sur, con Romola de Pulszky, una aristocrática fan que incluso se integró en la compañía, enamorada de él. Y entonces empezó el desastre en su vida. Diaghilev lo echó de la compañía, aunque volvería por breves periodos de tiempo, y empezó a acrecentársele la esquizofrenia que padecía, hasta su muerte en 1950.

Un momento de ‘la consagración de la primavera’ © Festival de Granada | Fermín Rodríguez 2022

En El pájaro de fuego, estrenada en París en noviembre pasado, Malandain despoja de exotismo al vestuario y escenografía con que fue concebido; tan solo el maillot del bailarín Hugo Layer, intérprete del ave, conserva directrices del original –rojo y con cierta pedrería en él–, vistiendo al resto de la compañía de negro, gris y blanco según va avanzando la pieza. Con eminente vocabulario neoclásico, más contemporáneo que el utilizado por Michel Fokine en su original de 1910, aderezado con expresividad en torso y brazos, sin dejar nunca la línea académica, el director de la compañía de Biarritz ha llevado este cuento ruso sobre el ave fénix a un terreno cristiano, donde la resurrección es ese renacer de las cenizas del mito. Malandain Ballet Festival Granada

En la versión vista de La consagración de la primavera el autor es el coreógrafo invitado, y anterior miembro del Ballet Biarritz, Martin Harriague. Como la partitura de Stravinski es absolutamente más que maravillosa, poseedora de un desasosiego que muchos proponen como el eco anticipado de todo el malestar que se venía fraguando en Europa produciendo la I Guerra Mundial, cualquier opción coreográfica que se tome es como que no importa porque la música lo envuelve todo, lo llena todo y basta con dejarse llevar por sus pasajes tan deslumbrantes como inquietantes. Harriague también opta por el minimalismo para vestir la pieza y recoge la pulsión de Nijinsky para las secuencias de percusión tan características de la primera parte. También, como hicieron en sus personales versiones otros coreógrafos, como Pina Bausch, sigue el paso del coreógrafo de los Ballets Russes para optar por una mujer como La Elegida, destacándola rodeada del resto de bailarines para el tradicional rito pagano que se expone en este ballet que ya cumple 110 años.

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