El mar y la música (y algunos festivales musicales para el verano)

festivales musicales para el verano  Por Majo Pérez

Desde su atalaya contempló día y noche la inmensidad de las aguas. Pasó una eternidad registrando mentalmente el sinfín de sus colores tornasolados. Llegó a recorrer cada uno de los surcos que se dibujaban en su superficie, a bordear palmo a palmo cada ribera, con sus entrantes y sus salientes. Después bajó a las profundidades y no dejó una fosa ni un cañón por escudriñar. Inventarió cuidadosamente las especies de animales acuáticos y costeños hasta dar con el número exacto. Escuchó la burbujeante llamada de la anémona, presintió la perla en el interior viscoso de la ostra, presenció el abrazo azul de los cetáceos. Sufrió sin inmutarse cada una de las furiosas tempestades, miró cara a cara a los tifones. Amó sin límites el mar. Y lo creó.

Caspar David Driedrich (1818): Acantilados blancos en Rügen (detalle).   Kunstmuseum, Winterthur (Suíza)
Caspar David Driedrich (1818): Acantilados blancos en Rügen (detalle).                           Kunstmuseum, Winterthur (Suíza)

La fascinación que el mar ha ejercido en los artistas se remonta hasta el principio de los tiempos, ya utilicen la pintura, la literatura o la música para representarlo. Desde la Edad Media hasta el Barroco, los creadores ponen de relieve la diminutez del ser humano ante el líquido elemento, centrándose en los peligros que encierra e identificándolo incluso con la muerte. El tópico del locus amoenus se reserva generalmente para paisajes de otro tipo, con masas de agua dulce como ríos o fuentes, pues el mar es escenario de hazañas bélicas o de los trabajos de pescadores y comerciantes. Si las composiciones musicales se basan en un texto, no es raro que los autores aprovechen para transmitir un mensaje moralizante, presentando a las divinidades como la salvación de los hombres. Es el caso de la cantiga 183 de Alfonso X El Sabio (1221-1284) “Sobe los fondos do mar” o de la ensalada “La bomba” de Mateo Flecha El viejo (1481 – 1553).

Durante el Barroco, la expresión de las pasiones humanas llega a su paroxismo. El artista encuentra en la violencia de las tormentas marinas un espejo para sus cuitas amorosas. Las óperas de la época se llenan de arias di tempesta  en las que desdichados amantes cantan su desgarro interno. Con ritmo obstinado, las cuerdas reproducen las olas a base de trémolos y glissandi, los cuales tienen un eco en los melismas de desesperación de los cantantes. Por su parte, los vientos evocan el bufido de los vendavales. En un pasado artículo, tuvimos la ocasión de escuchar la archifamosa aria “Agitata da due venti” de Vivaldi, que aparece en dos óperas,  Adelaida y Griselda, de 1735. Escuchemos, pues, la no menos célebre “Agitato de fiere tempeste”, de la ópera de Handel Riccardo I ré d’Inghilterra (1727), y la “Orage” de la ópera – ballet https://www.youtube.com/watch?v=tJJkRyQV-KcPlatée (1745) de Rameau: festivales musicales para el verano

A medida que avanza el conocimiento de los océanos y se multiplican las rutas marítimas tanto de mercancías como de pasajeros, la relación entre el artista y el mar como objeto de inspiración se vuelve más estrecha. Durante el periodo romántico, cuando se produce una exaltación de lo subjetivo, el mar se identifica con el estado anímico del yo poético, y de este modo se diversifica la gama de sentimientos evocados por sus aguas. Además, los compositores se afanan en transmitir el gusto por la aventura y lo exótico, que está tan de moda. Piensen en la obertura de El holandés errante de Wagner (1843) o en el primer movimiento de Scheherezade de Rimsky-Korsakov, “El mar y el barco de Simbad”.   En las óperas y las zarzuelas decimonónicas  abundan los valses y las barcarolas, cuyo ritmo evoca el vaivén de las embarcaciones. Escuchemos la barcarola “Brilla el mar” de la Marina (1871) de Arrieta y el vals “En el fondo del mar”, de la zarzuela Los sobrinos del Capitán Grant (1877), de Fernández Caballero. festivales musicales para el verano

Pero el mar no solo es (re)creado. El mar, es a su vez, creador. Y no me refiero al uso de conchas o caparazones de tortuga para fabricar instrumentos musicales, como hacían los griegos antiguos. El mar ha constituido durante milenios un espacio de intercambio, de personas y de productos de todo tipo, incluida la música. Por mar llegaron los gitanos durante el siglo XV como peregrinos cristianos hacia Santiago de Compostela, trayendo con ellos su sentido profundamente musical de la vida. Mientras tanto, por mar huían los sefardíes de la persecución cristina, llevando consigo una lírica con sabor hispano. En el siglo XVI, empezaron a gestarse los primeros cantes y bailes de ida y vuelta, que animaban las largas y peligrosas travesías entre la península y el nuevo continente. Y gracias al mar llegaron también un siglo más tarde las primeras óperas italianas, en las que se miraron las primeras zarzuelas barrocas. El mar es creador de música fusión.

Prueba de tan maravilloso hermanamiento musical son los festivales de verano que jalonan la geografía española. Muchos de ellos nos permiten, además, disfrutar del mar, así que hay para todos los gustos. Jazz en San Sebastián y Vitoria-Gasteiz. Melodías y ritmos sefardíes en Córdoba. Flamenco en el Festival de Cante de Las Minas. Habaneras y polifonía en Torrevieja. Lírica en el Castell de Peralada, Zamora o Medinaceli.  Música antigua en Vélez Blanco o en los Pirineos. Y músicas clásicas varias en el veterano festival de Santander, que va por su 70 edición, y en el recién nacido festival de Pamplona, Clásica plus. Estas citas musicales son la ocasión perfecta para estimular nuestros sentidos y evadirnos de nuestra cotidianidad visitando nuevos lugares, regresando allí donde dejamos parte de nuestra alma o viajando sin movernos de casa gracias a la música. Les dejo con esta preciosa habanera del maestro Ricardo Lafuente (1930 – 2008). Feliz verano musical.