
El asunto del Fausto de Goethe encuentra su versión operística más fantástica en el Mefistófeles de Arrigo Boito. En su intento de dar una vuelta de tuerca a la ópera italiana, Boito se miró en el espejo wagneriano y recibió una imagen deformada que tuvo poca aceptación por sus coetáneos, pero que supo reformar con inteligencia para convertirla en la joya musical que estos días se representa en la Metropolitan Opera de Nueva York.
La compañía del Lyncoln Center recicla para la ocasión la producción de 1988 Robert Carsen y Michael Levine. Treinta años después, la obra parece haber perdido vigencia, si bien su extremada simplicidad mantiene su eficacia dramática, con escenas muy bien resultas como los monólogos de Mefistófele o el cuarteto del segundo acto. El cartón-piedra no tiene demasiado sentido hoy, cuando las posibilidades técnicas hacen estéril el esfuerzo que suponen escenografías como las de Levine.
Carsen creó su Mefistófele a la medida del añorado Samuel Ramey, lo que hace inevitables las comparaciones con el bajo-barítono de Nueva York, Christian Van Horn. Mucho más adusto en lo escénico, y sin el consabido silbido del cantante de Kansas, Van Horn ofrece un Mefistófele bien matizado aunque olvidable. La limpieza de su fraseo y la solidez de su emisión permiten disfrutar de su timbre metálico y brillante en el agudo, si bien la voz suena mucho más endeble en las profundidades del registro. La sombra de Ramey es alargada, pero Van Horn sale airoso del brete y parece que el Met le reserva más papeles de peso.

El conocido tenor americano Michael Fabiano interpretó a Fausto. Su voz de centro ancho y poderoso emociona por momentos, pese a lo tirante de sus agudos y una emisión en ocasiones forzada, más empujada que proyectada. Fabiano ofreció un Fausto pasional aunque algo amanerado, muy conectado con el foso de Carlo Rizzi. Prueba de ello fue su interpretación de Dai campi, dai prati, cantada, a diferencia de como se acostumbra, con un sensible stacatto, lo que subrayaba la senectud de su personaje. En lo escénico, pensamos que el espectáculo hubiera mejorado de haberse dado una mayor comunicación con la Margarita de Angela Meade.
La soprano del estado de Washington Angela Meade regaló los momentos de mayor calidad canora de la velada. Pese a una opulencia vocal, que le resta flexibilidad a la voz, la Meade dejó una Margarita de libro, cantada con un estilo impecable, sabiduría y mucha sensibilidad artística. Creíble de la primera a la última palabra, sobresalió en todas sus escenas y motivó mayores ovaciones que sus compañeros. Además de una cantante sobresaliente, Meade sabe también y encarna con tino los vaivenes anímicos de un personaje complicado.
El coro del Met, preparado como siempre por el maestro Donald Palumbo, tuvo una de esas noches de gracia en las que los coristas cantan con un brillo especial, pese a verse encorsetados en la difícil estética de una producción que, como en las dos bacanales, aparece en los ojos de los espectadores del nuevo milenio como algo naif.
Al frente de todos ellos encontramos a un Carlo Rizzi seguro aunque convencional, que no pudo evitar algunos desbarajustes escénicos, ni supo plasmar en la orquesta el amor entre Fausto y Margarita que, si no es por la desbordante expresividad de la Meade, hubiera pasado desapercibido. Su momento de mayor acierto no llegó hasta el cuarto acto, cuando Fausto viaja con Mefistofele a la Gracia Clásica, donde vive el amor ideal con Helena. Bajo la batuta de Rizzi, el acto sonó limpio y ensoñador, sin costuras. La soprano Jennifer Check (Helena) de vibrato justo y elegante línea, supo enhebrar su canto con el de Fabiano.
Veinte años ha esperado el aficionado de Nueva York para ver esta producción del Mefistofeles de Arrigo Boito que, aunque desempolvada con el buen hacer del Metropolitan, hoy no dice tanto como antes. Es lícito preguntarse si la compañía elevaría su listón artístico si se atreviera a dar cabida a propuestas más arriesgadas.
Carlos Javier López
* Mesfistofele se representa en el Met hasta el 1 de diciembre.