La Metropolitan Ópera de Nueva York estrenó el pasado martes la reposición de la producción de Michael Mayer del Rigoletto verdiano, con un elenco de voces célebres encabezado por Nadine Sierra (Gilda), Vittorio Grigolo (Duca) y Roberto Frontali (Rigoletto).
La producción desarrolla el drama del jorobado de Mantua en la ciudad de las Vegas de los 1960s. Ya representada por el MET en 2013, la puesta en escena de Michael Mayer sigue dividiendo a la audiencia. Quien esto escribe la encuentra inconsistente, caprichosa e irrespetuosa.
Me explico: A la hora de analizar una nueva puesta en escena, es clave que lo visual no contradiga lo que se escucha. Esta producción de Mayer convierte al Duca en un vividor que más se asemeja a Frank Sinatra que a un noble europeo. Los ademanes, las actitudes, y por descontado el vestuario de los personajes se oponen a la trama y plantean problemas que el director de escena no sabe resolver de manera satisfactoria. Se advierte cierta arbitrariedad en el tratamiento de los personajes de Rigoletto, Monterone y Giovanna. Ninguno de ellos se ajusta a las características básicas requeridas por Piave y Verdi. Por ejemplo, la relación entre Rigoleto y el resto de cortesanos (en este caso, jugadores del casino) está desdibujada, de manera que el aria Cortigiani, vil raza, aunque interpretada con casta por Roberto Frontali, queda vacía de contenido. Asimismo, el personaje de Giovanna, la criada de Rigoletto, asiste al primer dúo entre Gilda y el bufón con una actitud autoritaria y descreída, lo que niega la autoridad de Rigoletto en su propia casa y dificulta la comprensión de la escena. Por su parte, Monterone es un jeque árabe que es asesinado en escena con un disparo. Huelgan los comentarios.
Cuesta imaginar un Rigoletto de Verdi en un casino de Las Vegas. Incluso sin los deslices anteriores, la ciudad del juego de Nevada está demasiado alejada en el tiempo y en espacio a la Mantua imaginada por Verdi, (en realidad es la corte de Francisco I de Francia y su bufón es el Tribulet de Le Roi s´amuse de Victor Hugo). Por ello, se hace imposible conciliar una corte europea donde las apariencias y la doble moral informan las relaciones, con ese parque temático del vicio y el entretenimiento que es Las Vegas.
Las únicas luces de esta producción, y nunca mejor dicho, son los neones de Christine Jones. La diseñadora de la escenografía de los musicales de Broadway American Idiot y Harry Potter, deslumbra con un decorado de luces a más puro estilo Vegas, desbordantes y exageradas en el primer acto, elocuentes en el tercero. En particular, su solución a la escena de la muerte de Gilda es lo mejor de la producción.
No es la primera vez que el MET se estrella intentando imitar a sus vecinos de Broadway, precisamente porque la espectacularidad que funciona calle abajo no es suficiente en Lincoln Center, sobre todo cuando los escenógrafos no conocen la obra en profundidad.
En cuanto a lo vocal, todo transcurrió según lo esperado. La soprano de Florida Nadine Sierra cosechó un gran éxito con su Gilda, papel ya fetiche para ella. Su interpretación de Caro nome, de gran voltaje dramático y expresivo, y emocionante delicadeza vocal, fue lo mejor de la noche. Trinando como se debe y deteniéndose en las inflexiones de la partitura, la soprano interiorizó el papel y lo hizo suyo. Hay mucha intención en el estilo de esta joven soprano, cuyo instrumento aún tiene campo para el desarrollo y cuya carrera aún no ha asistido a su momento más álgido. Es sin duda una de las Gildas más convincentes de la actualidad.
Vittorio Grigolo interpretó un Duca cómodo en Las Vegas, y por lo tanto fuera de cacho. Con agudos varoniles y una proyección desbordada, casi agresiva, su personaje dejó huella con cada intervención. Su Duca es acaso demasiado esquemático y brutal, pero su canto varonil y la química con la Sierra son indiscutibles.
El Rigoletto de Roberto Frontali estuvo un poco perdido durante toda la representación. El italiano cantó bien, pero no llegó a conectar con Gilda ni con el coro, a veces ni siquiera con la orquesta de Luisotti. Será cuestión de días que Frontali encuentre una buena mano en el casino, e intente desbancar a Grigolo y Sierra como grandes triunfadores de este Rigoletto. Condiciones y sabiduría no le faltan.
La Giovanna de Jennifer Roderer y el Marullo de Jeongcheol Cha estuvieron a la altura del Met, mientras que el Sparafucile de Štefan Kocán sonó apocado e inofensivo. La voz del bajo Robert Pomakov sonó dúctil y atractiva como Monterone, pero su carnavalesco atuendo de jeque árabe le restaba gravedad a su personaje, arruinándolo.
La sabiduría de Nicola Luisotti tuvo sus momentos más audaces en los dos primeros actos, donde el maestro italiano apretó el foso en unos tempi heterodoxos, más atropellados que expresivos. La música de Verdi necesita respirar para desarrollar toda su fuerza teatral, así que las apreturas de Luisotti no le vinieron bien a esta producción, ya de por sí bastante desquiciada. A partir del aria de la vendetta, el italiano transitó senderos más seguros, y dibujó un tercer acto preciso y de altura.
Ya cansa celebrar los aciertos del coro del Met, pero es que el conjunto de coristas no suele fallar casi nunca, y se conoce la ópera a la perfección. Los cantantes del coro del Met nunca saludan al final. Cantan y se van, casi como si fueran funcionarios. Son parte de la maquinaria de la compañía, un reloj suizo a salvo de toda coyuntura. Hay mucho arte en el coro, y que siga siendo así.
Como nota aparte, hay que resaltar lo inapropiado de los subtítulos que el Met ofrece a los espectadores. El público puede elegir entre varios idiomas, inglés, español, alemán e italiano. Todas las traducciones del libreto se adaptan (habría que decir que se retuercen) de manera inmisericorde, para ajustarse a los desvaríos de la escena. Así, no sólo se obvia el trabajo del libretista, sino que también se subestima la capacidad del público para entender el texto de Piave. Sin duda, una decisión errónea por parte del teatro.
No podemos bendecir desde aquí el manoseo de obras maestras como Rigoletto, por mucho que sea en el Metropolitan de Nueva York. Tampoco parece acertada esta deriva de ciertas producciones del Met hacia el musical de Broadway. Que se lo haga mirar el Metropolitan, pues no por incidir en el error se convence a un público que espera lo mejor de la compañía.
Carlos Javier López