La producción de Jack O´Brien de Il Trittico de Puccini que celebra los cien años del estreno del Tríptico en Nueva York, se vio eclipsada por la celebración de los 50 años de carrera en el MET del tenor español Plácido Domingo. No es para menos. Ningún cantante antes en la historia de la Metropolitan Opera había tenido una trayectoria tan extensa y relevante como Plácido. Son 50 años de leyenda, desde su debut el 28 de septiembre de 1968 en Adriana Lecouvreur sustituyendo a Franco Corelli hasta esta temporada en la que, además de cantar de nuevo Germont en la Traviata, añade Gianni Schicchi a su lista de personajes en el MET (y ya son 52).
Plácido Domingo recibió la ovación unánime de todos los espectadores del MET, en un acto sencillo pero emotivo que tuvo lugar en el primer descanso. El director de la compañía, Peter Gelb, le obsequió con una de las tablas del escenario y la capa dorada en recuerdo de la mayor de sus creaciones en este teatro: el Otello verdiano. Entre el público se encontraban para homenajearlo otras estrellas de su generación como Sherrill Milnes, Martina Arroyo y Teresa Stratas. Un emocionado Plácido Domingo recibió todas estas muestras de afecto y tomó la palabra para agradecer al público del Lincoln Center su fidelidad. El tenor español elogió a la compañía, agradeció a sus directivos y compañeros el cariño y la confianza durante estas décadas de profesión y deseó para el MET un futuro lleno de éxitos y nuevos cantantes.
Para este Trittico, el MET ha unido a cantantes estrella en los roles principales junto a una muestra de los mejores cantantes jóvenes en una producción visualmente espectacular. La unidad de estilo en lo musical estuvo asegurada por el detallista director de orquesta francés Bertrand de Billy, que le supo dar poesía y pulso drama de Puccini, siempre con un aire sofisticado.
El primer título de Il Trittico, Il Tabarro, contaba como protagonistas con Amber Wagner (Giorgetta), George Gagnidze (Michele) y Marcelo Álvarez (Luigi). Con un centro potente y una línea muy estilizada, la Giorgetta de la soprano dramática estadounidense Amber Wagner flojeó en lo escénico, pese a su química con George Gagnidze. El barítono georgiano administró sus recursos con sabiduría y llenó el escenario sin dificultades para cuajar un Michele de altura. Su éxito fue indiscutible. Más apurado en lo musical estuvo el tenor argentino Marcelo Álvarez, que compensó sus dificultades vocales con la belleza de su timbre y una inspirada interpretación de Luigi. No podemos obviar, sin embargo, una emisión tirante y algunos agudos abiertos, cuando no calantes. Tanto Gagnidze como Wagner y Álvarez debutaban sus roles en el Met. Hay que subrayar también la espectacularidad de la propuesta escénica de Douglas W. Schmidt, muy alineada con el realismo de la partitura, y puesta en relieve por la sutil iluminación de Jules Fisher y Peggy Eisenhauer.
La Suor Angelica de Puccini fue excelente en lo musical, con un Bertrand de Billy comodísimo al mando de los talentosos maestros de la orquesta del MET. La escena, muy convencional, dejaba poco a la imaginación. Tampoco contribuyó a la credibilidad de la propuesta el final exotérico propuesto por O´Brien. Tras otros éxitos puccinianos en el MET (Manon, Butterfly, Mimi) Kristine Opolais debutó una Suor Angelica psicológica y bien definida. Es una gloria cuando los cantantes ponen técnica y recursos vocales al servicio de la música para conformar un personaje que no puede dejar de emocionar. El trabajo de las solistas del coro del Met junto al resto de las comprimarias elevó la calidad de la obra, mientras que la soberbia intervención de la mezzo americana Stephanie Blythe le dio la réplica necesaria a la Opolais. Blythe, feliz producto del programa Lindemann del MET para el desarrollo de jóvenes cantantes, encarna esa legión de secundarios de lujo que hace que las óperas en el Lincoln Center sean inolvidables. Blyhte fue capaz de dejar también después del descanso una excelente Zita en Gianni Schicchi, demostrando su enorme versatilidad.
La representación de Gianni Schicchi contó con el aplauso unánime de todos los espectadores, que asistieron no sólo al debut de Plácido Domingo sino al de la soprano rusa Kristina Mkhitaryan como Lauretta. Su O mio babbino caro sonó carnoso y sensual, como debe. Mkhitaryan se ha hecho artista en el Bolsoi y su voz tiene el pellizco de las grandes de antaño y las cualidades de las figuras de hoy. El bajo italiano Maurizio Muraro brilló más con su Simone en Gianni Schicchi que con el Talpa de Il Tabarro, con un sonido untuoso y palpitante muy atractivo. El tenor brasileño Atalla Ayan fue un Rinuccio temperamental y romántico, aunque su canto descontrolado en Avete torto deslució su debut. Fue injustamente aplaudido por el público.
No obstante, la ópera estuvo secuestrada por la presencia escénica de Plácido Domingo, que arrastró todas las miradas en una producción muy cuidada en la que hay mucho que ver. Plácido cantó con entrega y musicalidad un Schicchi humano y entrañable, pese a lo reducido de sus medios vocales. El artista suplió con inteligencia las carencias propias de la edad (es inaudito que aún pueda cantar y actuar con esa energía), para cerrar una interpretación que hizo estallar al MET en una tremenda ovación final.
Al final de la velada, después de su intervención como Schicchi, hubo lluvia de ramos de flores, a la antigua, mientras Placido Domingo besaba el escenario del Met cincuenta años después, bajo una ensordecedora oleada de aplausos y bravos.
*Il Trittico se presenta en Nueva York hasta el 15 de diciembre.
Carlos Javier Lopez