Aún recuerdo la maravillosa versión de Lorin Maazel de «Cavalleria rusticana» en el escenario del Palau de les Arts hace once años. La genialidad creativa del maestro, con sus tiempos cercanos al tedio, fue algo tan disparmente novedoso que rayó el prodigio. No fue el mismo caso el que apreciamos el jueves 27 de mayo, con la batuta de Jordi Bernàcer con versiones usuales del dúo habitual en el que, en este caso, la obra de Mascagni se unió a «I pagliacci». Su visión como la de tenor y barítono, tuvo mucho más de concesión a la galería que de creativa reverencia por la propia música. El popular doblete Cav-Pag en Les Arts de Valencia

Citaremos a título de ejemplos puntuales que en Cavalleria el preludio fue muy contrastado pero falto de exquisitez, de rubatos y aliento sensorial. A esa música hay que sacarle mucho más partido. Desajustes en las maderas en el pálido valseado antes de la entrada de las féminas en «Gli aranci olezzano». Poco escrupulosos los divisi de los arcos en semifusas, en la frase «andar di qua e di la» de la salida del carretero. La falta de grandeza litúrgica en la procesión. El brindis desganado y falto de impulso vital, hasta la respuesta del coro. El intermedio poco inspirado y falto de transparencias acústicas. En «I Pagliacci»: en «I zampognari» el coro, con un pulso de compás de metrónomo, llevaba a arrastras a los instrumentistas. El intermedio, anduvo falto de seducción melódica. Atropellados los cinco compases que preceden al MiM con el tema «E voi, piuttosto» que corresponde a de «l’uscita di Tonio» y falta de esa diferenciación entre la humorada musical dieciochesca de la «commedia dell arte» y la realidad del truculento rapto de celos y crímenes.

Sin duda la máxima calificación de la actuación de la noche se la lleva el coro que dirige sabiamente el maestro Perales y eso que por imperativo de la pandemia las voces si situación en los palcos laterales anejos a la escena del primero y segundo pisos. Suplieron con creces el inconveniente con una conjunción y empastado que conmovía en su atmósfera sonora. El contrapunto de voces en el coro inicial, la fuga de «o que bel mestiere» de Cavalleria, era de matrícula de honor.
Las dos voces que hicieron la hombrada del doblete en ambas obras fueron las de Jorge de León que encarnó a Salvaturiddu y a Canio y Misha Kiria que se las vio con Alfio y Tonio. El tenor tinerfeño tiene un vehemente temperamento y una hermosa voz de refulgente squillo, pero tiende a cantarlo todo con excesivos decibelios, para demostrar sus portentosas facultades y su interminable fiato. Este modesto comentarista le señalaría que echó de menos en «Cavalleria», mayor seducción en la siciliana, sutileza en «Santuzza, credimi!» y los PP de «lo so che il torto è mio;» y «Per me pregate iddio».
El barítono Misha Kiria con una media voz generosa y empastada no fue un modelo de musicalidad, de afinación ni de cuadratura, singularmente en el adelanto de una parte de compás en «Ad essi non perdono». En el prólogo escamoteó los dos Lab del «Al pari di vuoi» y el sol natural de «Incominciate!», bien por lealtad a la partitura de Leoncavallo o por no tener esas notas en su tesitura. Con todo, este comentarista agradeció la fidelidad al texto del autor, como el intento no logrado de recoger el torrente de voz en «E voi piutosto»
Sonia Ganassi es una mezzo lírica que al entrar a las zonas abisales que Mascagni escribe a Santuzza se la vio falta de rotundidad. Con todo, al margen de por sus indudables cualidades de actriz, embelesó su canto lírico, fácil arriba, nada habitual en las cantantes de su cuerda que encarnan a la desdichada protagonista de «Cavalleria». Dos frases para el recuerdo fueron «Andate, o Mamma, ad implorare Iddio, e pregate per me» (en el aria) y « La tua Santuzza piange e t’implora» en el dúo con Turiddu.
Una lírica pura y una actriz consumada, señora de su papel en el referente real y en la pantomima,de «I pagliacci», fue Ruth Iniesta, que concedió sensual seducción y musical a su aria, con un solvente Si agudo a su remate. Estuvo pizpireta en el decir y modular como Colombina, intensa como enamorada en el dúo con Silvio (por cierto excelentemente cantado por Mattia Olivieri, un barítono de mucho fuste, bella voz, musicalidad, cuadratura y adecuado fraseo) y mordaz y displicente (como mandan los cánones) en el ingrato dúo con Tonio, que se mantuvo en su línea de canto sin matices.
La más que correcta puesta en escena de la obra de Leoncavallo, se apoyó en dos grandes paneles de fondo con la escena de la Fontana de Trevi y la sensual imagen de Anita Ekberg de la felliniana película «La dolce vita» y en un camión que llevaba anejo, en el remolque, el teatrillo de los cómicos. Cavalleria» se ofreció con la misma escenografía de Leiacker de marzo de 2010. Neorrealismo simbolista versus verismo.
Unos descomunales bloques de travertinos blancos, que querían evocar las minas de Trapani en Sicilia (geografía donde transcurre el argumento de «Cavalleria») buscaron contrastar con los atavíos negros de los actuantes. Bien es cierto que ese color no se ajusta a la demanda del libro, como los flagelantes que comparecieron en el coro «Regina cӕli», cuando en verdad es una procesión de pascua, tiempo que, socialmente, suponía el abandono de los lutos cuaresmales. Es palmario que el director escénico, Giancarlo del Monaco, quería representar con ellos la lobreguez violenta y aciaga del argumento. Los mimos que escénicamente sustituyeron al coro en ambas obras fueron en distribución activa, tan convincentes como eficaces.
Antonio Gascó