El público de Les Arts pierde la cabeza con ‘Anna Bolena’. Por Pedro Valbuena
Con una cerrada ovación, jalonada de vítores y alharacas, saludó el público de Les Arts la interpretación de Anna Bolena, con la que la sala grande del Palau daba inicio a la nueva temporada de ópera.
Estrenada en Milán en 1830, tuvo un recibimiento algo frío por parte de la crítica del momento, sin embargo, hoy en día está consolidada como una de las grandes obras maestras del belcantismo. La música de Donizetti es inspirada y brillante, si bien aún muestra una clara influencia rossiniana, y se aventura poco en la exploración de la armonía y de los efectos orquestales, recurriendo a elementos un tanto estereotipados ya incluso para la época. Ejemplo de ello es la utilización del arpa como acompañamiento, más o menos onomatopéyico, de una arietta, el uso de fanfarrias de metal para anunciar la presencia real, etc. No obstante contiene muchos elementos que abren camino a la nueva concepción de la ópera como espectáculo de dimensión moral y catártica, y no como un simple entretenimiento refinado, tal y como se concebía durante el periodo clásico anterior. El mero hecho de que se trate de una tragedia es novedoso, si bien los elementos más incómodos como las ejecuciones todavía son obviados sobre el escenario.
El libreto de Felice Romani, basado en textos anteriores, pasa de puntillas sobre algunos aspectos de la historia que resultaban sumamente inquietantes para el espectador medio de principios del siglo XIX, dejándolos vagamente insinuados, como el incesto, la tortura, etc. A pesar de todo, este montaje no prescindió de camisas blancas manchadas de rojo, un procedimiento demasiado exprimido en la tragedia. El éxito de esta Anna Bolena se debió a la excelencia de todos los elementos que formaban parte del montaje, y que en términos generales fue de excelente calidad, pero creo que, fundamentalmente, fue por la actuación de un conjunto de solistas difícilmente superable.
Encabezaba el reparto Eleonora Buratto, que sorprendió a todo el mundo con una potencia poco habitual. Esta fuerza le permitió abrirse camino a través de un acompañamiento que, a veces, sonaba demasiado voluminoso. Su timbre brillante y su extraordinaria versatilidad, le llevó a afrontar los pasajes virtuosísticos sin aparente esfuerzo, colocando tan concienzudamente el registro grave que no se perdió ni timbre ni cuerpo en ningún momento. Con una gestualidad contenida y elegante, supo transferir al oyente el dolor de una mujer atormentada por los celos, el desamor, la traición y finalmente la muerte. Su presencia en la escena era incontestable, y soportó el peso de la tragedia sobre sus propios hombros en un buen número de escenas. Deslumbrante estuvo también la mezzosoprano valenciana Silvia Tró. Con un precioso timbre uniforme y una afinación bastante exacta, dio la verdadera réplica a la protagonista, con la que compartió alguno de los momentos más hermosos de toda la velada, “Dio che mi vedi in core”, manteniendo el empaste con la voz de Buratto en equilibrio, y surcando las agilidades con seguridad y determinación. Su figura, algo más ligera que la de la protagonista, contribuyó a dar ese aire de angelical candidez que parece que tuvo la Seymour histórica. Enrique VIII fue interpretado por el bajo Alex Espósito al que ya hemos escuchado aquí en otras ocasiones. Cantó aprovechando bien su timbre redondo y estuvo afinado y acertado en la parte dramática, pero su verdadero talón de Aquiles en esta ocasión fue el volúmen. Ya hemos comentado en otros artículos que la orquesta de la Comunitat Valenciana tiende a dispararse respecto a la potencia, lo cual es muy espectacular en el repertorio sinfónico, pero poco recomendable en el operístico, ya que acaba por agotar a los cantantes. Hubo algún pasaje en que el rey quedó sepultado entre timbales, violonchelos y otros instrumentos que le disputaban la hegemonía del registro grave. Ismael Jordi se encargó de dar vida a lord Percy. Un papel sumamente exigente, que obliga a un largo recorrido de la voz. Su actuación tuvo un cierto aire heróico, algo ajeno al personaje, pero cantó con tanta pasión que resultó del todo convincente. Se mantuvo con la voz bien colocada incluso en la zona sobreaguda, a la que llegó después de sortear endiabladas agilidades, y su parte dramática, quizá algo sobreactuada, fue aceptable. El desdichado músico de la corte Smeton, fue cantado por Nadezhda Karyazina. que con voz ligera y gestos apropiados desarrolló su personaje a la perfección, a pesar de tener un papel condensado en el inicio de la obra. Lord Rochefort fue defendido por Gerard Farreras que cuenta con una voz capaz de abordar roles más exigentes. En esta ocasión estuvo muy afinado y su vertiente teatral ayudó a hacer más verosímil su trabajo. Acertada también estuvo la intervención de Jorge Franco como Harvey, un papel limitado que estuvo a la altura de sus compañeros. El Cor de la Generalitat estuvo muy bien. En su línea habitual resolvió la parte musical con voces empastadas por el trabajo de años. Algún desliz pude percibir tanto en las entradas como en el remate de alguna frase, pero todo ello forma parte de lo esperable en un estreno. Me gustó especialmente el coro del segundo acto que cantó la sección femenina mientras rodeaba a la protagonista, consolándola de su funesta suerte.
Más reparos encontré esta vez en la flamante Orquesta de la Comunitat Valenciana, de la que no obstante, me sigo declarando ferviente admirador. La calidad de su interpretación fue extraordinaria, pero creo que esta orquesta se ve obligada a asumir gran cantidad de repertorio nuevo en cada temporada, y en algunas cosillas se nota. Aparte del volumen exagerado que tampoco la batuta de Maurizio Benini fue capaz de doblegar, esta noche he notado algún fallo de afinación en los metales y ligeros desajustes en el fraseo. También algo descompensadas las secciones instrumentales que en ocasiones, resultaban ahogadas unas en otras. Hubo un momento en que los violines primeros desaparecieron, a pesar de que los arcos se movían con energía inusitada. Sin embargo, su profesionalidad les mantuvo a salvo de todo peligro, y supongo que en las representaciones siguientes estos pequeños detalles serán atendidos.
La escenografía de Ben Baur, respondió esencialmente a las exigencias de la historia, pero no vamos a negar aquí que la puesta en escena de Jetske Mijnssen resultó demasiado estática y monótona. Para una representación que excede las tres horas de duración, es a todas luces insuficiente. El escenario quedó demasiado reducido, y el juego teatral que daba el abrir y cerrar de puertas, en mi opinión no compensaba el sacrificio de hacer que todo transcurriese en un espacio tan angosto. Especial mención merece el vestuario (Klaus Bruns) que se convirtió en otro de los protagonistas de la noche. En un estilo pseudohistórico muy bien concebido, mezcló elementos de la Inglaterra Tudor con otros minimalistas, dando un resultado realmente interesante. Todo ello llegó a su culmen cuando los comensales de la boda aparecen vestidos de un fantasmagórico blanco, que contrastaba brutalmente con el gris azulado de la malhadada protagonista, en una especie de atroz burla final. Les Arts ‘Anna Bolena
La temporada de Les Arts comienza así, de forma intensa y vibrante. Nos espera una temporada repleta de novedades, exquisitas rarezas y títulos consolidados. Una vez más confiamos en que este soberbio teatro, aderezado nuevamente de andamios, continúe en su línea de calidad y la supere. Les Arts ‘Anna Bolena
Valencia, 1 de octubre de 2022. Palau de les Arts. Anna Bolena de G. Donizetti. Dirección musical: Maurizio Benini. Solistas: Alex Esposito, Eleonora Buratto, Silvia Tró, Ismael Jordi, Gerard Farreras, Nadezhda Karyazina, Jorge Franco. Dirección de escena: Jetske Mijnssen. Escenografía: Ben Baur. Vestuario: Klaus Bruns. Iluminación: Cor van den Brink. Coreografía: Lillian Stillwell. Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunitat Valenciana. OW