El Liceu nos presenta esta Manon Lescaut recentrada en el tema de la inmigración. El propio director, Davide Livermore, constata que el De Grieux que vivió su veintena durante los acontecimientos de la ópera en su estreno de 1893 hubiera llegado a la apertura de la isla de Ellis de 1954 como un octogenario vestido de traje blanco; allí rememora el fatal desenlace que en esta producción sustituye el desierto de Louisiana por este centro de inmigrantes, y desde allí comparte escena con el recuerdo de su propia historia.
Resulta curiosa la elección temática del director, puesto que la inmigración en sí es un tema periférico en el libreto, donde además resulta de una condena judicial a Manon, sin el hálito de esperanza hacia una nueva vida que mueve al inmigrante, sino más bien al contrario, la desesperanza absoluta del ostracismo. Sea como fuere, es interesante que la sujeción de toda la narración a los arneses de la memoria de De Grieux hace que escenografía, iluminación y dramaturgia participen de imágenes y momentos más cercanos a una ensoñación surrealista que al verismo, pero claro, así es la memoria, imperfecta, dúctil, y sin atenerse a la continuidad del tiempo.
En este Manon Lescaut en el Liceu, la atmósfera y tiempo innatural propios del recuerdo se perciben a través de la dramaturgia y la iluminación de Nicolas Bovey, cuando De Grieux focaliza su atención en sí mismo y en Manon, dejando al resto de los personajes inanimados en cuadros estáticos, cuando los cambios lumínicos contraen partes del día en un instante o cuando la iluminación global se desliga de la luz natural para inundar la escena del color del estado de ánimo del anciano en una mezcla entre recuerdo y ensoñación, así cabe entender, por ejemplo, la mansión del ricachón y viejo marido de Manon, que De Grieux ve como el burdel carmesí de un viejo verde. Entre recuerdo y ensoñación cabe entender también el final del primer acto, cuando los amantes se fugan, en lugar de en el carruaje que estipula el libreto, en una locomotora sin vagones.
También se percibe esa ductilidad de la memoria a través de la arquitectura escénica en la medida en que el paisaje de cada acto se configura partir de la estructura del centro de inmigración de la isla de Ellis. Son deformaciones de ella, donde Giò Forma y el propio Davide Livermoreañaden o sustraen algunos elementos bajo los enormes arcos carpanel de la galería de inmigración.
En lo musical, el Liceu reconoció al De Grieux de Gregory Kunde en su aria final del tercer acto “Ah! Non v’avvicinate!”, un despunte para una interpretación potente aunque algo rígida para la juventud arrebolada que rebosa canónicamente este personaje, una juventud a la que tampoco contribuye por una mera cuestión estética el aspecto más maduro de Kunde. Lo mismo le ocurre físicamente a la adolescente Manon, encarnada por una Liudmyla Monastryska que sin embargo consiguió transformar su personaje en uno de los puntos fuertes de la noche con una voz que no reparó en opulencia cromática y hermosura, especialmente hacia el cuarto acto, si bien mermada por una cierta frialdad actoral en ciertos momentos. El otro punto fuerte fue el anciano recaudador de impuestos con el que se casa Manon: Carlos Chausson construye un Geronte sin fisuras, de gran solidez vocal y dramática, mientras que David Bižić pone en escena un Lescaut correcto. Adecuada labor del coro, de los secundarios Mikeldi Atxalandabaso como Edmondo, y Carol Garcia como músico, y de la orquesta del maestro Emmanuel Villaume, que supo hacer suyo y destacar un bello intermezzo.
Es interesante que el flashback que plantea el director no sea solo un recurso de montaje al que luego siguen una ristra de escenas fehacientes, sino que establece la memoria como un ligamen narrativo capaz de recuperar las escenas una a partir de la otra de forma dúctil, imperfecta y sin atenerse a la continuidad del tiempo. La memoria, pues, más cercana a un filtro que a un registro, un filtro incapaz de discernir los hechos de la ensoñación tal y como el romanticismo hace con el amor, o la obsesión materialista de Manon hace con la riqueza.
Félix de la Fuente