El maestro valenciano al frente de la orquesta de Les Arts ofreció un excepcional concierto en el Auditorio de Castelló
La gestión de Alfonso Ribés al frente de Castelló Cultural ha conseguido el privilegio de que la excelente orquesta del Palau de les Arts haya visitado el Auditorio de Castellón en cuatro ocasiones en esta temporada. Se merece una efusiva enhorabuena por tal logro.
Siempre es una satisfacción escuchar a la agrupación que creó Lorin Maazel y que pese a contar solo con el cincuenta por ciento de los efectivos fundacionales, cuando la rige una valiosa batuta ofrece rendimientos parejos al nivel originario. Este fue el caso del concierto del pasado domingo en el que la excelente batuta de Gustavo Gimeno brilló con luz propia. Hay una importante herencia genética en el colectivo instrumental que sigue aportando excelentes gollerías a la agrupación que embelesan al oído más exigente, cuando son condimentadas por un chef de muchas estrellas, batuta en mano. Fue el caso del maestro valenciano que, curiosamente, se puso al frente del colectivo musical por primera vez en el Auditorio de Castelló hace cinco años con un programa Beethoven, que fue reseñado por este comentarista con los mayores elogios en estas mismas páginas, poniendo singularmente de manifiesto la exégesis investigadora de las partituras originales, la personalidad y el revelador criterio interpretativo. De hecho, si uno tuviera que hacer mención de las mejores interpretaciones que ha escuchado a la orquesta de la Comunidad Valenciana en este postrer lustro, no dudaría en señalar las de Tebar, Luisotti y Gimeno, como más relevantes.
En esta ocasión que comentamos, se enfrentó a la novena sinfonía de Mahler, una partitura muy trascendente por su rica instrumentación, sus acentos múltiples y sobre todo por su concepto, que ha supuesto no pocas discrepancias entre los directores y exegetas de la obra del bohemio. Va a suceder que el criterio del maestro Gimeno se acerca mucho al de quien esto escribe (o mejor viceversa) y, por tanto, en la escucha, uno sintió una especie de fervor comunicativo que le produjo la versión de un modo muy inspirador y sugestivo.
Argumentalmente la idea del final de la vida sin duda está presente, pero esa sensación fue siempre compañera de viaje en el ciclo composicional de Mahler. Es más, pese a haber atravesado un tiempo muy amargo y aflictivo, en ese momento de su biografía, cuando la escribió se encontraba en un periodo de recuperación por la ilusión de los muchos conciertos que tenía firmados en Norteamérica y en varias capitales europeas. Existe, sin duda, ese patetismo (que muchos han llegado a poner en paralelo con la VI de Tchaikovsky) pero también hay reflexión y vivencia del pasado, hasta con mordacidades irónicas, y, por supuesto, el camino resignado hacia un final que es incontrovertible en todo ser vivo. El hecho de que el autor muriera un año después de la conclusión de este cuasi póstumo trabajo, ha alentado, no poco, el melodrama premonitorio de la postrimería, pero este comentarista no sabe si creérselo del todo.
Pues bien, en ese postulado pareció fundamentar el precepto de la obra Gustavo Gimeno, con influencias de dos directores con quienes ha tenido una gran colaboración: Jansons y Abbado, pero con un criterio muy propio basado en una dicción preciosista unas sonoridades sensitivas e intensas y unos pulsos métricos tan reveladores como novedosos. La orquesta, muy motivada, respondió con pulcritud y fidelidad extremas al requerimiento de la batuta, clara y significativa, sonando como en los gloriosos años de su creación.
El primer tiempo fue una especie de resumen del propósito global de la partitura: remembranzas y premoniciones. Los dos scherzos (el segundo a ritmo de lander y el fugado tercero) fueron irónicos casi a extremos sarcásticos y el cuarto y último patentizó un referente de religiosidad y un postulado de serena aceptación que conducía al inicio de un ensueño perpetuo sin amanecer, manifiesto en el «adaggisimo» exigido PPP a la cuerda (sin contrabajos) en sus postreros 18 compases.
Grandísima lectura rica en concepto, en sonoridades ambientales, en fraseos reveladores y en descriptivismo imaginativo que el público ovacionó con fuerza contrapuntando los aplausos con entusiastas bravos, alguno excesivamente temprano.
Antonio Gascó