La Opéra National du Rhin se atreve con el ya mítico musical El violinista en el tejado (Fiddler on the Roof), a cargo de Koen Schoots y Barrie Kosky.
Sin duda muchos se sorprendieron al saber que una ópera tan prestigiosa como la Opéra National du Rhin (OnR), galardonada recientemente con el premio otorgado por la revista Opernwelt al mejor teatro de ópera del año, iba a contar con un musical en su repertorio de 2019/2020. Sí, un musical de esos de Broadway compartiendo temporada con pesos pesados de la ópera como Parsifal y Così fan tutte. Bien es verdad que no se trata de un musical cualquiera, sino del ya mítico El violinista en el tejado (Fiddler on the Roof), clásico de los 60 que contiene el conocidísimo tema “If I were a rich man”. La apuesta ha sido arriesgada pero muy acertada, gracias a la dinámica dirección de Koen Schoots, la original puesta en escena de Barrie Kosky y la fantástica ejecución de actores y bailarines.
El argumento de este musical está basado en las historias del lechero Tevye, escritas en yidis por Sholem Aleijem. Tevye vive con su mujer, Golde, y sus cinco hijas en el pequeño poblado judío, o schtetl, de Anatevka, en la Rusia zarista. El lechero es un tipo tranquilo y conformista, como casi toda la población de Anatevka. Respetuosos de las tradiciones y del orden impuesto, por Dios y por el zar, llevan una vida rutinaria pero feliz. Aceptan su pobreza con resignación y buen ánimo y confían algún día casar a sus hijos con alguien que les permita mejorar su situación, aunque sea sólo un poquito. Tres de las hijas de Tevye y Golde, Tzeitel, Hodel y Chava, están en edad casadera y es el momento de encontrarles un marido por intermedio de la celestina Yente. Sin embargo, los tiempos están cambiando y Tevye debe afrontar la determinación de sus hijas que, enamoradas, quieren escoger ellas mismas a sus parejas, aunque no sean las adecuadas desde el punto de vista de la tradición: un sastre pobre, Motel Kamzoil; un profesor comunista, Perchik, y un intelectual cristiano, Fyedka. Esta ruptura con la tradición, finalmente asumida por Tevye, acontece en paralelo a los pogromos contra los judíos y su expulsión de Anatevka por las fuerzas del orden zaristas. Las tradiciones se revelan entonces como algo tan poco eterno como Anatevka, que no resistirá mucho tiempo en pie tras el abandono forzado de sus habitantes.
Barrie Kosky nos muestra este abandono de forma paulatina a través de una original puesta en escena construida en torno a un mueble imprescindible en toda casa, el armario. Si bien el escenario se presenta sobrecargado y estrecho durante la primera parte, con espacios que cambian de forma muy dinámica gracias a una plataforma giratoria, en la segunda se nos muestra casi vacío, con una nieve muy realista hecha de trocitos blancos de papel continuamente cayendo sobre los personajes. El armario, lugar donde almacenar, esconder y esconderse, se convierte aquí además en puerta de entrada y salida de los personajes y hasta en cama de matrimonio, en la que Tevye tiene la fingida pesadilla gracias a la cual convence a Golde de que su hija mayor no debe casarse con el tosco carnicero Lazar Wolf. Está muy conseguido el vestuario de los fantasmas de la pesadilla, con ecos al Día de Muertos mexicano.
En general, Schoots y Kosky consiguen un espectáculo muy divertido y variado, aunque algo pesado en la segunda parte. Esto es algo de lo que adolecen muchos musicales, por lo que parece una característica heredada del espectáculo neoyorkino original y ante la cual no han podido hacer mucho los directores de esta producción, que está auspiciada por la Komische Oper de Berlín. Todo el musical ha sido traducido, y muy bien, al francés, incluidas las canciones, lo que hace el espectáculo mucho más accesible al público estrasburgués. Al fin y al cabo, la principal función de un espectáculo como este es la de entretener, y tiene sentido traducir todo a la lengua del país en el que se representa, como se hace en los teatros de musicales. Así, la obra se llama aquí Un violon sur le toit y el tema más conocido se titula Ah, si j’étais riche, como la versión del folklórico Ivan Rebroff.
Dejan con la boca abierta las escenas de baile de la primera parte, en especial la del bar, cuando Tevye se emborracha tras aprobar el matrimonio de su hija. Las coreografías, muy bien ideadas por Otto Pichler y fantásticamente ejecutadas por un buen elenco de bailarines, combinan lo eslavo y lo klezmer, al igual que la música original, compuesta por Jerry Bock. En cuanto a los actores, todos los principales destacan por su expresividad y su garbo a la hora de moverse por el escenario. Sus voces son correctas, suficientes para un espectáculo que no requiere una gran técnica y en el que el valor de las canciones debe apreciarse a partir de otras características distintas al virtuosismo vocal. Olivier Breitman hace del simpático Tevye, y son fantásticos sus diálogos monologados con el terrible y a la vez ausente Jehová. El resto del elenco principal se compone de Jasmine Roy (Golde), Neïma Naouri (Tzeitel), Marie Oppert (Hodel), Anaïs Yvoz (Chava), Cathy Bernecker (Yente), Alexandre Faitrouni (Motel Kamzoil, nervioso y entrañable sastrecillo), Sinan Bertrand (Perchik) y Denis Mignien (Lazar Wolf).
Dijimos que ha sido una apuesta arriesgada, pero sólo en cuanto a crítica, claro, porque en lo que respecta al público el lleno estaba asegurado en este periodo previo a Navidad, especialmente en una ciudad con un mercadillo navideño tan célebre como el de Estrasburgo. Los que hayan venido a visitarlo y hablen francés habrán podido disfrutar de esta encantadora y divertida historia, todo un referente para la comunidad judía de la diáspora, con gran presencia en esta ciudad fronteriza. Eso sí, las pegadizas melodías no les habrán abandonado en unos días. Ah si j’étais riche, di gue da de da de da de…
Julio Navarro