La reposición de L’Elisir d’amore con la regia de Damiano Michieletto y la batuta de la canadiense Keri-Lynn Wilson ha inaugurado la pre-temporada del Palau de les Arts con un éxito absoluto de público y resultados artísticos dejando una sensación de un trabajo bien hecho, fresco y actualizado de este clásico del género bufo donizettiano.
Un Palau de Les Arts lleno de un público que ha acogido por segundo año la propuesta de hacer una pre-temporada a precios asequibles siguió con absoluta empatía esta propuesta de uno de los títulos más agradecidos y redondeos del repertorio bufo italiano del primo ottocento.
La genialidad del escenógrafo Paolo Fantin de situar la acción en una playa, que bien podría ser la Malvarosa, no hace sino dar otro gag de humor a este melodrama giocoso como fue bautizado por sus autores Donizetti-Romani basado en otra ópera Le philtre, de Scribe con música de Auber, que se estrenó un año antes en París. Pero la versión que ha trascendido la criba de la historia es la versión italiana que desde 1832 se lleva representando por todo el mundo en esa ilusión de conseguir el amor a través del filtro mágico del charlatán Dulcamara.
Estas representaciones tenían además el aliciente de ver el debut de la directora canadiense Keri-Lynn Wilson en Les Arts que no defraudó en absoluto sacando de la orquesta el pulso rítmico, claridad y balance perfecto de esta partitura, y corrigiendo los excesos escénicos que provocaron alguna irregularidad de tempo en algún momento desde el escenario.
Karen Galdeazabal fue una Adina de lujo y demostró que el paso por el Centro de perfeccionamiento Plácido Domingo da sus frutos maduros. Su voz supo matizar cada momento con una proyección perfecta, una dicción clara y una presencia escénica muy agradable, lo mismo que su timbre, nada estridente sino aterciopelado y con facilidad en todos los registros de esta partitura belcantista. Si algo se le podría reprochar es no haber aprovechado más lo gamberro de la propuesta escénica para jugar más con la parte cómica como lo hizo la Giannetta de Caterina Di Tonno, otro valor del Centro y que dibujó un personaje mucho más rico en lo escénico de lo que estamos acostumbrados a ver con este rol.
William Davenport gustó como Nemorino recibiendo grandes aplausos por su entrega a un personaje que es más complicado de lo que a primera vista puede parecer por no caer en los extremos ni de cómico ni de trágico y que este cantante americano supo equilibrar con éxito. No así la parte vocal que aunque cantó con buen gusto su proyección no era lo suficiente en muchos momentos quedando en segundo plano en dúos y concertantes.
El Belcore de Mattia Olivieri fue muy completo tanto por su envidiable presencia física, muy ajustada al personaje dibujado por el regista, como por su cuidada línea de canto que solamente en pequeños momentos se daño por los movimientos escénicos, pero para nada oscurecieron una prestación profesional.
El personaje que ha sido más discutido en esta producción allá donde se ha representado, y ya son varios teatros de Europa, es el de Dulcamara, ya que bajo el aspecto de un vendedor de bebidas excitantes se esconde un traficante de drogas que crea alucinaciones al pobre Nemorino más con polvos blancos que con elixires. En esta ocasión el bajo Paolo Bordogna recreó el personaje haciendo las delicias del público pero tomándose en exceso licencias musicales que no mostraron la calidad musical que en otras ocasiones hemos podido apreciar como en la Cenerentola en la que en este mismo coliseo participó hace unos años. Sin embargo su bis cómica entusiasmó al público valenciano arrancando los mayores aplausos.
L’elisir es una ópera que es fácil de ver en el doble sentido, se pone con frecuencia en los teatros y es tan ligera que es difícil que se haga pesada pero en esta propuesta la participación del coro es muy exigente escénicamente y el Cor de la Generalitat no solo convenció al respetable sino que el montaje les hacía disfrutar de sus muchas intervenciones más escénicas que musicales.
Se ha de señalar igualmente la participación efectiva de la figuración con un protagonismo equilibrado pero presente dando ritmo a la escena en muchas ocasiones como en la despedida de soltera de Adina, verdadero momento de gloria de la producción igual que el baño de espuma del coro femenino en el último acto.
Nuevamente Michieletto ha mostrado que se puede actualizar la ópera desde parámetros bien pensados, ofreciendo el humor que ya tiene la obra pero acercando la acción al público y tiempo presente sin excesos ni lecturas absurdas ni pseudopsicológicas que solo entiende el regista de turno.
Ojalá que esta frescura, este bien-hacer sea la constante de esta nueva temporada 216-17 del Palau de Les Arts, ya que el público así lo premió con sus aplausos prolongados.
Robert Benito