Tatjana Gürbana y Ariane Matiakh traen a la Opéra National du Rhin (OnR) un Werther muy convincente y sólido, con el foco puesto en el intimismo y el aspecto teatral de la obra de Massenet.
La gran ovación del público cuando “tout est fini”, en palabras del propio Werther, es buena muestra del acierto de Tatjana Gürbana y Ariane Matiakh en su versión de la ópera de Massenet, que se representa estos días en la Opéra National du Rhin (OnR). Estas dos artistas, Gürbana como directora de escena y Matiakh a cargo de la dirección musical, presentan la obra maestra de Massenet con tal fuerza y sentimiento que es difícil evitar emocionarse en la última escena.
Hay que decir que cuentan con un buen material de base. Goethe se vió obligado a añadir una nota de advertencia al comienzo de su célebre obra para intentar frenar la ola de suicidios entre los sentimentalmente inestables seguidores del Sturm und Drang. Massenet supo hacer frente a la dificultad de adaptar una novela puramente epistolar a la narración de una ópera. Otorgó más protagonismo a Lotte y la hizo confesar su amor por Werther, aumentando si cabe la carga dramática del suicidio final. El resultado es una ópera muy intimista, con pocos personajes en escena; sin coro, excepto las voces de los hermanos de Charlotte al principio y al final, y, por tanto, con una carga importante de interpretación teatral.
En consecuencia, Gürbana sitúa a los persoanjes en un escenario cerrado y pequeño, enteramente revestido de madera clara y con aspecto de apartamento nórdico funcional. Este decorado, ya presentado en la Opernhaus de Zúrich, transmite el carácter opresivo no sólo de la mundana vida en el pueblo de Wetzlar sino también de la impotencia del joven Werther frente a la imposibilidad de su amor. La acentuación de la perspectiva, gracias al acercamiento del punto de fuga respecto a lo que sería una habitación de paredes rectas, incrementa si cabe esa sensación de opresión. Este escenario no cambia durante toda la representación, pero no paran de revelarse armarios y puertas ocultas de donde salen objetos y personajes.
Por lo demás, la puesta en escena es sencilla, libre de alardes y metáforas abstrusas, a excepción de parte de la escena final, en la que se abre el fondo para dejar ver las estrellas en movimiento y, en cierto momento, la Tierra. Este viaje espacial es interesante como símbolo del paso a mejor vida del protagonista, además de que los efectos están muy bien conseguidos, pero el que aparezca nuestro planeta ahí anula la poesía y da la impresión de que ha sido hecho para lucimiento del artista gráfico autor del vídeo. Una pequeña pega que, por suerte, no loga ensombrecer la fuerza de la escena, en la que una pareja de viejitos muestra el futuro que disfrutarían Werther y Charlotte de no ser víctimas de las circunstancias.
Por otro lado, ya desde el magnífico preludio Matiakh da muestra de su buen gusto dirigiendo la Orquesta sinfónica de Mulhouse. La gracilidad de sus movimientos de batuta y la originalidad de sus gestos casi distraen de lo que pasa en escena.
En cuanto a los cantantes, parecen haber sido seleccionados por su habilidad para la dramaturgia, algo indispensable para llevar a buen puerto la obra de Massenet. Massimo Giordano encarna a un Werther cuya falta de potencia y mal francés asustan durante el primer acto pero que, a partir del segundo, se rehace inexplicablemente y domina con contundencia el resto de la obra. Quién sabe si se trata de una estrategia del tenor para epatar al público justo cuando comienza la angustia de su personaje. Anaïk Morel, algo ensombrecida por su compañero, nos ofrece una Charlotte muy humana, tan capaz de expresar convicentemente felicidad como tristeza o desesperación. Régis Mengus (Albert) muestra la fuerza y rigor que su personaje requiere, mientras que Loïc Félix (Schmidt) y Jean-Gabriel Saint-Martin (Johann) se adaptan bien a su papel de solteros gamberros. Kristian Paul (el bailío, padre de Charlotte) da el perfil perfecto de cabeza de familia, aunque no luzca tanto su voz. Pero la estrella de la pieza, al margen de Giordano, es Jennifer Courcier, que interpreta a Sophie, la hermana de Charlotte. Sophie ilumina el sombrío drama de Werther, siempre intentando animar al resto de personajes aún cuando, según se intuye, también está enamorada del protagonista. Courcier adopta este rol a la perfección, interpretando a su personaje con mucha gracia y proyectando una voz clara y límpida, de agudos brillantes e inflexiones muy cuidadas.
La calidad de la propuesta de Gürbana y Matiakh parece fruto de haber comprendido bien el importante peso dramático de la obra. La han abordado así desde un punto de vista muy teatral, limitando el espacio escénico y seleccionando a intérpretes que consigan meterse bien en la piel de los personajes. Todo esto cuidando al mismo tiempo la lírica y la música. Un equilibrio nada fácil de conseguir ante una ópera con un histórico de representaciones tan abultado como el de Werther.
Julio Navarro