Simone Young. Concierto. Madrid

La oración de Bruckner

Ciclo Sinfónico. Orquesta Nacional de España.

Simone Young. Ricarda Merbeth. Claudia Mahnke. Andrew Staples. Stephen Milling.

Auditorio Nacional de Música. Madrid. 7 de marzo de 2014.

No deja de ser curioso cómo el hombre, el compositor, el artista, en su búsqueda de una expresión impar que pueda identificarse con su existencia, tiene la necesidad de abordar la difícil tarea de elaborar un nuevo lenguaje, con un vocabulario distinto o una sintaxis diferente. El pasado viernes nos sumergimos en el insondable universo de Bruckner, y Simone Young, que tiene el semblante de un fenómeno de la naturaleza, se enfrentó cara a cara con la Novena Sinfonía y el Te Deum de Anton Bruckner y sus reflexiones en torno a Dios y a sí mismo.

Simone-Young

Desde el inicio del concierto la gestualidad de la directora fue marcada e intensa, su energía sobrepasó con creces las expectativas del público que tuvo que aligerar su ritmo interno al verse precipitado a seguir el pulso impetuoso que ella marcaba con su batuta. Lamentablemente la orquesta no se contagió por igual de su apasionada interpretación. Exceptuando los pasajes técnicamente más complicados y rítmicamente más obstinados la ONE no transmitió al respetable la esencia de la última sinfonía de Bruckner.

El Coro Nacional de España salió al encuentro de la Orquesta para interpretar el Te Deum junto con la soprano Ricarda Merbeth, la mezzosoprano Claudia Mahnke, el tenor Andrew Staples y el bajo Stephen Milling, todos ellos desenvolviendo la partitura con una ejemplar ejecución. La presencia del órgano completó la experiencia añadiendo otra dimensión al espectáculo, la imagen de una gran masa sonora proporcionada por más de cien personas proyectando una oración.

La presencia de un músico que ocupa el escenario con su empaque es una visión a la que no estamos acostumbrados los que acudimos a las salas de conciertos. Simone Young dirigió no sólo con la batuta, sino con todo el cuerpo, la música no residía únicamente en su cabeza sino que traspasaba esas limitaciones físicas que la espiritualidad de la profesión a veces conlleva. No cabe duda, la intensidad del movimiento que produce un cuerpo que comprende la música no le resta valor místico a ésta, lo suma.

Esther Viñuela Lozano