Ensueño de veladuras: ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu

                                                   ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu Por Félix de la Fuente

Una imagen de 'Pelléas et Mélisande' en el Liceu © David Ruano
Una imagen de ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu © David Ruano

El Liceu ofrece estos días una producción propia de auténtico ensueño para la ya de por sí magistral Pelléas et Mélisande, del compositor Claude Debussy y libreto elaborado al alimón con el premio Nóbel  de Literatura Maurice Maeterlinck, basado en una obra de teatro de este último. Acuñada esta ópera como simbolista, el montaje por el que ha optado el director Alex Ollé no busca, sin embargo, esclarecer símbolos sino ahondar en sus figuras y hundirnos en sus tiempos, cíclicos, disociantes. Diríase que antes que ofrecer en un preclaro entendimiento, procura alimentar una preclara sugestión en la audiencia, a la que se ofrece una inmersión en las veladuras de la mente de la protagonista.

Todo ello preludiado por la interpretación de «el cant dels ocells», de Pau Casals a cargo del chellista Cristoforo Pestalozzi, a modo de alegato musical por parte del Gran Teatre contra la invasión de Ucrania. ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu

Una imagen de 'Pelléas et Mélisande' en el Teatre del Liceu © David Ruano
Una imagen de ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu © David Ruano ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu

En el agua que inunda la escena, amniótico protagonista de vida y muerte, hunden sus pies los personajes y la inmensa mole paralelepípeda donde habitan. Fuera, un bosque de ramajes metálicos aparece ocasionalmente.

Una imagen de 'Pelléas et Mélisande' en el Liceu © David Ruano
Una imagen de ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu © David Ruano

Pocas veces escenografía e iluminación forman una misma materia como en esta propuesta, protagonizada por un imponente monolito rugoso que ha sido concebido en realidad o, mejor, en irrealidad, como un sofisticado juego de veladuras. La sólida roca iluminada desde fuera se va labrando, según se retroilumine paulatinamente, de esas ensoñaciones rectilíneas que son las habitaciones y camarines, o de la ensoñación orgánica de una gruta marina excavándose en el ático según dictamine el guion de luces de Marco Filibeck. Un guion que más que de atmósferas e incisos es, sobre todas las cosas, un guion de materializaciones y desmaterializaciones.

Una imagen de 'Pelléas et Mélisande' en el Liceu © David Ruano
Una imagen de ‘Pelléas et Mélisande’ en el Liceu © David Ruano

Para ello, la escenografía de Alfons Flores parte del concepto del tradicional tul escénico, que tensado en vertical funciona como soporte para crear veladuras que evolucionan de la opacidad total a la total transparencia según se ilumine frontal o posteriormente. Aquí bien, el tenso tul actualiza doblemente su materialidad y se sirve de una malla metálica arrugada a modo de envolvente y de arrugados paramentos interiores con paneles ¿de papel? Todos ellos junto a la iluminación, como decíamos, forman un solo artefacto donde se aloja un inusitado repertorio de recovecos, pistas, despistes y secretos que son, a fin de cuentas, los de la propia protagonista.

Mélisande en el comienzo del acto I © David Ruano
Mélisande en el comienzo del acto I   © David Ruano

La extrañeza de un bucle mental y un tiempo disociativo impregna la producción. Que vemos la ópera no ya con los ojos de Mélisande, sino desde su mente, también queda claro desde que se nos presenta en el acto I en pleno embarazo, tras haber hundido su corona, aterrada y bañada de salpicones en el bosque empantanado y cubierta con un ligerísimo vestido corto cuando se topa con un Golaud ataviado de pleno invierno… Mucho después, meses, ¿años? más tarde, en el acto IV, se nos revela aquella huida de Mélisande como una verdadera evasión mental tras ser maltratada en una cálida estancia doméstica por ese mismo Golaud que ahora es su marido y le desgarra su largo vestido. 

Mélisande y Golaud en el acto IV  © David Ruano
Mélisande y Golaud en el acto IV  © David Ruano

Decíamos que esta producción prefiere añadir veladuras a desentrañar símbolos, y para ello la dramaturgia de Alex Ollé hace uso también del tiempo como una veladura más, introduciendo este bucle, disociando a la propia Mélisande hacia el final o incluso asociando a todas las figuras masculinas de la familia en una misma apariencia. 

Goulaud, Pelléas y Arkel  © David Ruano
Respectivamente, Goulaud, Pelléas y Arkel  © David Ruano

Aunque bien pudiera deberse a la mera moda de la corte, el caso es que todos ellos llevan la misma melena gris caída a la espalda (no así el médico de la escena final). Todos: el pequeño inocente Yniold, el joven entregado Pelléas, el marido severo Golaud, el anciano cínico Arkel… Todos ¿apuntan a otra ambigüedad más del constructo mental de Mélisande? ¿Que tal vez esas figuras encarnen las expectativas y los miedos de la protagonista, presentes, pasados y futuros, tensados entre ellos en una vida de la que no puede escapar? Sea como fuere, su aspecto de calcos inexactos ofrece una veladura más a las sugerencias de este Pelléas et Mélisande. 

En lo musical, la obra maestra de Claude Debussy puede presumir estos días de una magistral interpretación. Empezando por la Simfònica del Liceu bajo la inspiradora batuta de Josep Pons sobre esta partitura, que se vuelve más fascinante aún acompañada de un reparto en estado de gracia vocal e interpretativa.

Goulaud mientras, en la parte inferior Pelléas y Mélisandre se cantan © David Ruano
Goulaud mientras, en la parte inferior Pelléas y Mélisandre se cantan © David Ruano

Julie Fuchs no puede sino despertar las luces más ensoñadoras en el rol de Mélisande, y junto a la equiparable réplica del Pelléas del tenor Stanislas de Barbeyrac encarnan una memorable pareja protagonista. En esta producción se imbuyen además de un hermoso cariz imaginativo que da a su relación un carácter naïf y juvenil que los lleva a una suerte de «adulterio imaginante».  Éste se culmina hermosamente con la escena de la torre y los cabellos representada por los protagonistas sentados en habitaciones separadas, cantándose, unidos solamente por música y palabras en una suerte de sensual cibersexo.

Por su parte, la inmensa presencia del Golaud de Simon Keenlyside se compagina con el asertivo y dignísimo Arkel del bajo alemán Franz-Josef Selig en un reparto sin fisuras que completan Sarah Connolly como Geneviève, el Yniold de Ruth González y Stefano Palatchi como médico.

En definitiva, este Pelléas et Mélisande de Alex Ollé de algún modo nos imanta en un paroxismo de lo irreal donde cualquier escapatoria es siempre tentativa. A tientas, –dame la mano–, se le repite a Mélisande, palpamos una belleza irrefrenable de veladuras superpuestas a la que se suma un desempeño musical e interpretativo cuya perfección no solo se raya, sino que es una raya en el agua del Liceu. Aprovechen y no se la pierdan.


Ficha artística: Pelléas et Mélisande, de Claude Debussy. Pelléas (Stanislas de Barbeyrac). Mélisande (Julie Fuchs). Goulaud (Simon Keenlyside). Arkel (Franz-Josef Selig). Médico (Stefano Palatchi). Geneviéve (Sarah Connolly). Le Petit Yniold (Ruth González). Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical (Josep Pons). Dirección escénica (Alex Ollé. Crítica de la función del 28 de febrero de 2022.OW