CARLOS ÁLVAREZ
“Sólo tengo una hipoteca y es sentimental”
No hay mejor terapia que el escenario. Lo sabe bien Carlos Álvarez (Madrid, 1962), que viene de protagonizar el mutis más largo de toda su carrera. Nada menos que quince meses de forzado absentismo desde que le detectaran un tumor benigno en una de las cuerdas vocales. Entre medias, una recaída que le obligó a decir “no” por segunda vez a Riccardo Muti. La primera fue cuando, con 26 años, sintió que no estaba preparado para encarnar a Rigoletto. Aunque fuera en La Scala y con el pretexto de catapultar su incipiente carrera de cantante. “Para poder interiorizar el rol del jorobado hay que ser padre primero”, alegó entonces. En la segunda negativa medió también Verdi, aunque tuvo lugar en los camerinos del Met neoyorquino en febrero de 2010. Iba a volver como el combativo Attila y terminó batiéndose contra sus propios fantasmas. “La voz dijo basta…”, recuerda visiblemente emocionado. “He llorado mucho, pero siempre rodeado de mi mujer y de buenos amigos”.
Cuenta el barítono malagueño que el tiempo que no ha cantado lo ha invertido en “todo lo demás”. No ha malgastado un minuto, ni siquiera cuando, tras cada intervención quirúrgica, y fueron varias, había de permanecer callado varios días. “El silencio me ha enseñado lo fácil que es decir tonterías. Yo, que sufro de alopecia lingual y nunca me he callado nada, ahora pienso dos veces lo que voy a decir”. La convalecencia no le ha cambiado la escala de valores, “pues la familia siempre ha sido lo primero”, pero le ha hecho darse cuenta de algo. “Soy un privilegiado”, celebra.
Hace unas semanas, Carlos Álvarez volvió a encontrarse con el público durante un emocionante y sentido recital en el Teatro Arriaga de Bilbao. Los próximos días 3 y 5 de agosto vuelve al XXVI Festival de Peralada como el “Don Giovanni más original de Mozart” en un montaje minimalista de Roland Schwab en el que Guillermo García Calvo se encargará de dirigir a la Orquesta de la Deutsche Oper de Berlín y al Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana.
Pregunta.- ¿Qué balance hace de los quince meses de forzado sabatismo?
Respuesta.- Habrá quien no lo crea, pero lo cierto es que, más allá de ciertos momentos aislados que han sido muy duros, he pasado estos meses tranquilo, disfrutando de la compañía de mi familia. Hacía mucho tiempo que no nos dedicábamos tanto tiempo… Mi hijo me decía que era feliz. De alguna manera ha sido como si, en mi peor momento profesional, hubiera aprendido lo que soy. Un auténtico privilegiado.
P.- ¿Es este Don Giovanni un antes y un después de algo?
R.- Han pasado muchas cosas, pero sigo siendo el mismo. No entiendo otra manera de estar sobre un escenario, ya sea grande o pequeño, que no sea al cien por ciento. Puede parecer presuntuoso, pero es que si no lo das todo el público lo nota. Se da cuenta de que te reservas algo. Y eso, en música, es lo mismo que mentir. En cuanto a este Don Giovanni sólo puedo decir que es especialmente oportuno. Por lo que suponía mi reencuentro con el público de Zúrich el pasado mes de noviembre y por mi vuelta ahora a Peralada. Cuesta creerlo, pero en el Castell nunca se había representado esta ópera… Los responsables del Festival vinieron a verme a Zúrich. Era una forma de comprobar mi estado de salud y, al mismo tiempo, de darme ánimos. Y digo esto porque no vinieron de incógnito a espiar desde el patio de butacas, sino a reafirmarse en su apuesta. Lo entendí con un voto de confianza, como un piropo. Un magnífico piropo.
P.- Dice haber vuelto a empezar de cero. ¿Cuánto ha afectado este impasse a su repertorio?
R.- Todo y nada. Quiero decir que la única prueba fehaciente que tengo es el escenario. Habrá que esperar. Iré comprobando, poco a poco, mis capacidades. De momento, no he tenido que renunciar a nada. Como sabe se canceló la Tosca del Teatro Villamarta de Jerez. Pero no por la salud de ningún cantante, sino por la del propio país. Cuando un ayuntamiento plantea un ERE a sus trabajadores es comprensible que la ópera pase a un segundo plano.
P.- Otro diría que la ópera nos puede ayudar a salir de ésta…
R.- Y tendría razón. No sólo por la vigencia y rotundidad de algunos libretos, sino por el propio ritual de la ópera. Me refiero a la conjugación en la grada de diferentes tipos de público ante determinados acontecimientos escénicos. Unas veces puede ser Muti dirigiendo de espaldas al escenario un Va, Pensiero y otras, una simple mirada al palco de autoridades…
P.- ¿Qué compositor cree que reflejaría mejor el actual estado de cosas?
R.- Sin duda, Verdi. Puccini es puro sentimiento y Wagner a menudo resulta demasiado enteléquico. En cambio, Verdi es capaz de tomar un asunto tan absolutamente mundano como una señora que vende su amor y su cuerpo y plantarla delante de una sociedad que la aborrece. Lo que Verdi hacía era verdadera ópera-social.
P.- ¿Afecta la crisis también a los cantantes consagrados?
R.- En mayor o menor medida, pero a todos nos toca. Si no es un caché es la cancelación de una producción prevista hacía años… Ahora nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y se quedan tan tranquilos. ¿No será que hemos vivido dentro de las posibilidades que nos han permitido? Yo sólo tengo una hipoteca y es sentimental. Cuando empezaba mi carrera internacional tenía un compromiso con el Teatro de Klagenfurt, en Austria. Se canceló porque el Teatro de la Zarzuela me llamó a filas para una ópera. Y aún no me he podido sacar esa espina…
P.- Hablando de espinas, ¿resarcirá a Muti con otro Attila?
R.- Hemos trabajado muchas veces juntos. Tarde o temprano nuestras agendas volverán a cruzarse. Pero ese Attila, que no se hacía en el Met desde la primera representación de 1846, ya no volverá. Fue duro renunciar a eso. Recuerdo que estaba en el camerino con mi mujer, Gergiev, Muti y Peter Gelb. Todos apoyaron mi decisión.
P.- Rechazó el Rigoletto de Muti por falta de madurez. ¿Qué hay que tener para encarnar a Don Giovanni?
R.- Hay que haber vivido. Mucho. Lo bueno y lo malo. Don Giovanni es un diván, una inmersión en tu propia psicología. Tienes que conocerte muy bien si no quieres acabar haciéndote daño.
P.- ¿El montaje “originario” de Roland Schwab es el contrapunto moral a las versiones redentoras de Dmitri Tcherniakov y compañía?
R.- En parte sí. Creo que algunos directores de escena no pueden evitar proyectarse en los protagonistas, lo que termina por adulterar la naturaleza de los personajes. Don Giovanni es un cúmulo de contradicciones y, al mismo tiempo, la antítesis del maniqueísmo. No es fácil juzgarle como tampoco es fácil no identificarse con él. La producción minimalista de Schwab es bastante oscura y describe a un Don Giovanni algo barriobajero en su manera de relacionarse con los demás. Recupera la idea original del libreto, según la cual el protagonista no debe ser redimido al final de la obra. Pero con un sorprendente desenlace.
P.- Siempre ha sido un gran defensor de la zarzuela. ¿Qué le parece que el nuevo director del Teatro de la Zarzuela tenga nombre extranjero?
R.- La calidad del género está por encima de cualquier tipo de nacionalidad. Y me da la sensación de que Paolo Pinamonti va a intentar que exista renovación e internacionalización. Hasta donde yo sé es un estudioso serio. No se le notará el acento, se lo aseguro.
P.- En este tiempo alejado de los escenarios también ha aprovechado para impartir algunas clases. ¿Qué consejos les da a los cantantes que empiezan?
R.- Lo primero que necesitan es preparación. Luego la asunción de una premisa fundamental, y es que nuestro trabajo siempre depende de los demás. Con esto quiero decir que no siempre tu mejor intención te lleva a obtener el resultado que esperas. Si no entiendes eso estás perdido.
P.- Durante este tiempo falleció su padre. ¿Qué ha aprendido de ese duelo?
R.- Fue una pérdida importantísima, pero tengo asumido que forma parte del proceso, de la función de la vida. Yo no soy creyente y mi única certeza es que por la misma razón que venimos, un día, nos vamos. Como sabe, los surrealistas inventaron aquello del cadáver exquisito, que creo resume muy bien lo que somos al final de nuestras vidas: un conjunto de palabras y de imágenes entrelazadas que se han ido plasmando por diferentes circunstancias. A veces por efecto del azar, otras a base de esfuerzo.
P.- ¿Y hay alguna teoría que explique el apoyo que ha recibido de sus colegas mientras no podía cantar?
R.- Creo que todo obedece a la propia naturaleza de los cantantes, que somos gente sentimental, como dice Javier Marías. Me siento orgulloso de esta profesión. Y agradezco todo el apoyo recibido. De corazón.
Benjamín G. ROSADO para Opera World