Entusiasmo a dúo: Lisitsa y Tebar en Valencia

Un concierto romántico de los de programación reiterada, pero expuesto con una especial lozanía y espíritu vehemente fue el que ofrecieron la pianista Valentina Lisitsa y la orquesta de Valencia bajo la dirección del maestro Ramón Tebar. En la primera parte se escuchó el concierto para piano de Schumann, en el que la pianista de Kiev, dio una lección de sonoridad, mecanismo infalible, precisión sobre el teclado y, sobre todo, una sensibilidad efusiva, que concedió una nueva vehemencia a la partitura ya de por si fantasiosa y apasionada. Qué predominó más lo vehemente que la dicción sensible, es muy cierto, pero esta última, tuvo raptos muy sugerentes en la articulación precisa y emocional de la solista rusa. Entusiasmo a dúo: Lisitsa y Tebar en Valencia

Entusiasmo a dúo: Lisitsa y Tebar en Valencia

En el «Allegro affettuoso», qrquesta y piano anduvieron juntos en la vertebración conjunta del sugestivo tema principal, que fue expuesto por un oboe, José Teruel, de sonido en exceso abierto y luego recogido por el piano con propiedad henchida de pasión libertaria, aunque no alejada del talante afectuoso que prescribe la partitura. Sin duda la velocidad de la impetuosa pianista obligó a los solistas de oboe y clarinete a ponerse las pilas, para asegurar el diálogo con el teclado. En las versiones de Kissin o Richter, los paisanos de Lisitsa, enfatizan también, tal vez no tanto como ella, la intencionalidad del piano. En consonancia con la instrumentista, que ya había actuado con el maestro valenciano en una maratoniana y homérica sesión con la Nacional en la que se ventilaron los cuatro conciertos y la Rapsodia de Rachmaninov, Tebar inyectó a la orquesta una alta dosis de adrenalina para que la presencia instrumental constituyera un diálogo palpitante, de poder a poder, sin descuidar nunca una sonoridad envolvente y próvida para acoger al piano. El segundo tiempo «Intermezzo – Andantino grazioso», tuvo el preceptivo fraseo más intimista, aunque sin perder intensidad en el planteamiento. El seducido diálogo entre solista y cellos, con el sensitivo tema en notas largas y el aleteo de los arpegios del piano, tuvo, seducción, sin duda precisamente por el énfasis con que platicaron los arcos graves y el teclado. En los cinco últimos compases, en los que reaparece el tema del primer movimiento, hubo una majestad expositiva sin ritardar en exceso, que dio impulso a la presencia del Allegro vivace final, con esos vehementes acordes del teclado que son respondidos con las escalas en fusas de los violines. Es tal vez el movimiento de más exigencias para el piano empezando con esas peliagudas escalas valseadas en seisillos y cuatrillos, que la de Kiev, sorteó, con decidida facilidad. Conviene hacer hincapié en la apropiada acentuación de la danza del segundo tema, una modalidad en hemiola de insólito pulso ternario, que se encabalga en cada dos compases y que tanto se ignora en la mayoría de las interpretaciones. La orquesta insuflada de viveza, respondió con energía a las alternancias de comprometidas escalas y no menos aventurados acordes, que exigieron lo mejor de la pianista.

Los encendidos aplausos del respetable (que el director declinó recibir adjudicándolos con cortesía a la solista), fueron agradecidos con una personal y apasionada versión del chopiniano «Vals brillante».

En la segunda parte Tebar programó la segunda sinfonía de Beethoven. El planteamiento del maestro valenciano fue tan vigoroso y jovial que, quien esto escribe, recordó una conversación con Leopold Hager. Éste dijo con terminante decisión: «el primer Beethoven, es ya Beethoven». Pues con esa intención llevó la obra Ramón Tebar y ello se patentizó en la decisión con que marcó la entrada del primer tema a las cuerdas graves, algo remisas para seguir la intención de la batuta, así como los violines, al responder a los vientos en la exposición del segundo tema. Asimismo el director quiso señalar el carácter obsesivo de la reiteración ascendente del primer tema, en un cuatrillo de semicorcheas y una negra, solución que, al parecer, sigue pareciendo extraña a los instrumentistas del mismo modo que sucediera cuando el estreno.

Tebar otorgó misterio al «Larghetto», en la plática de maderas y los cuatrillos de fusas de los primeros violines, en el sugestivo primer tema y en el subsiguiente, dicho con aire de garboso minueto popular. Se cuidó el director de establecer en sus gestos, un relato sugestivo y airoso a un tiempo, que algunos de los instrumentistas no supieron o no quisieron atender. A señalar, entre otras, las excepciones al flautista, Salvador Martínez, y al trompa Santiago Pla, que sí entendieron, muy bien, estos propósitos. Al tiempo, el maestro cuidó de establecer una intención dramática en algunos acordes que interrumpían la galanura del axioma general.

El «Scherzo» con la blanca a 100 golpes de metrónomo, fue llevado con bastante más lentitud que la que prescribe la pauta. Eso sí, manteniendo los constantes cambios de dinámica. Muy interesante fue en el trio la modulación de Fa#M a ReM y la cháchara entre los vientos y los arcos, de jovial plática.

Entusiasmo a dúo: Lisitsa y Tebar en Valencia

El «Allegro molto» final, aún lo requería el genial sordo más raudo en su escritura de lo que se llevó en la audición del Palau de les Arts (blanca a 132 pulsos). Uno infirió estimar que la ralentización de algunos tempi podía ser entendible debido a la deficiente acústica del auditorio que no contribuye, en absoluto, a la claridad de la articulación en los pasajes rápidos. De hecho, las corcheas iniciales en cuatrillo, no acabaron de ser límpidas, así como las dobles corcheas del sucesivo sforzandi. Cantaron con delectación el tema las maderas y hubo sin duda impulso en la sección consecutiva, pero no primor. Uno que se salvó de la quema, fue el joven timbalero Lluis Osca, cuyo empastado percutir ofrecía una sonoridad sugestionada y muy legítima con el acento vivo del movimiento. Este significativo tiempo tiene ya la indeclinable pasión beethoveniana, aunque mantiene la sugestión del refinamiento clásico. Ese discernimiento no se vio. Es extraño, la orquesta pareció rendir menos en su actuación sin un solista de renombre. Entusiasmo a dúo: Lisitsa y Tebar en Valencia

Era sabido que la orquesta tan solo contó con un día para preparar el programa. Osado referente y a la vez atrabiliario. A este respecto cabe denunciar la poca eficacia del gestor del Palau de la Música, Vicent Ros, para conseguir cuajar un mejor calendario a fin de obviar la irregularidad y falta de ensayos y con ello, lograr la mejor preparación de la centuria musical. Por otra parte el director artístico del Palau de les Arts, Jesús Iglesias, tampoco parece exteriorizar la consideración que se merece una orquesta con la histórica trayectoria de la de la ciudad de Valencia y la del homónimo Palau de la Música por los trastornos de fechas que ofrece para las actuaciones. En fin, cada palo que aguante su vela.

Antonio Gascó