Ernani es para mi una de las mejores óperas del primer Verdi, el de los llamados años de galeras, aunque hace ya largo tiempo que no goza del favor de los programadores de los teatros de ópera. Sin duda, su irregular libreto y la necesidad de contar con cuatro auténticos primeros espadas en el reparto – en absoluto inferior a los del Trovador – nos pueden explicar este olvido, escasamente justificado.
En los últimos 10 años pocas han sido las ocasiones de disfrutar de esta ópera en las condiciones exigibles y tampoco la que ahora nos ocupa ha hecho justicia a la ópera. Escénicamente, ha tenido poco interés, con una dirección musical ruidosa y un reparto vocal en el que hubo más cantidad que calidad.
Al frente de la dirección musical estuvo anunciado siempre Daniel Oren, cuya figura siempre resulta interesante en este tipo de ópera. Por razones desconocidas para mí el director israelita canceló, siendo sustituido por el americano Evan Rogister, cuya presencia ha sido habitual en los últimos años en la Deutsche Oper de Berlín. Su dirección me ha resultado muy poco convincente. Sus tiempos fueron especialmente acelerados durante la primera mitad de la ópera, con el inconveniente añadido de abusar claramente de volumen orquestal. Este primer Verdi y particularmente esta ópera, que es muy exigente para los cantantes, precisa de una dirección consciente de las dificultades que encierra para los cantantes y no fue éste el caso. La Orquesta del Capitole funcionó bien, aparte del exceso de volumen. Bien también, el Coro del Capitole, que también abusó de decibelios.
El protagonista Ernani o Don Giovanni de Aragón, fue el tenor surcoreano Alfred Kim, que ofreció una voz sonora y bien timbrada, con el inconveniente de cantar todo invariablemente forte, aparte de ser un intérprete más o menos de madera en escena, Hace falta matizar mucho más para conseguir convencer en este personaje.
Mucho más convincente fue la actuación de la soprano americana Tamara Wilson en la parte de Elvira. La voz tiene amplitud y resulta muy adecuada para el personaje, siendo además una artista que sabe cantar, ofreciendo los pocos piani que se pudieron escuchar durante la representación. Su mayor hándicap viene de su poco adecuada figura y de sus escasas dotes de actriz.
El barítono ucraniano Vitalij Bilyy incurrió en los mismos defectos que Alfred Kim. La voz es adecuada para cantar la parte de Don Carlo, con el inconveniente de abusar siempre de sonidos abiertos, como si temiera que no iba a ser escuchado debidamente en la sala. Su afán de mostrar su voz, le hizo caer en la monotonía en su canto. No hubo matices y el personaje los requiere.
La mejor prestación vocal del cuarteto solista vino por parte de Michele Pertusi en la parte de Silva. Cantó siempre con gusto y una línea elegante, dando la intención debida a todas sus frases. En otros teatros su voz puede resultar un tanto escasa de volumen, pero no fue así en Toulouse y pudimos disfrutar de una notable actuación. Como digo, lo mejor del reparto, junto con la Elvira de Tamara Wilson.
Los personajes secundarios estuvieron bien cubiertos por Jesús Álvarez como Don Riccardo, Paulina González en Giovanna, y Víctor Ryauzov como Jago.
La nueva producción se debe a Brigitte Jacques-Wajeman, que volvía al Capitole tras su producción de Don Giovanni, que se ha podido ver aquí en varias ocasiones. Su trabajo es un tanto minimalista y en conjunto poco convincente. Prácticamente estamos en un escenario único, con unos árboles en el primer acto y un telón metálico en la escena de la catedral de Aquisgrán Por lo demás, hay un escenario vacío. Dicha escenografía y el vestuario se deben a Emmanuel Peduzzi. La trama parece traerse a tiempos más o menos modernos, llamando la atención el colorido del vestuario del coro en el último acto. El ambiente de la producción es muy oscuro y no destaca la iluminación de Jean Kalman.
Este tipo de producciones minimalistas exigen una gran labor de dirección escénica, pero tampoco ha sido así en este caso. Poca vida ha habido en escena y la dirección de actores se ha quedado muy corta, pudiendo decirse lo mismo del movimiento del coro y figurantes, que resulta más bien escaso.
El Capitole ofrecía una entrada de alrededor del 90 % de su aforo. El público se mostró calido, aunque no entusiasmado. Los mayores plausos fueron para Tamara Wilson.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 29 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 57 minutos. Siete minutos de aplausos. Llamativo el hecho de que la representación duró media hora menos de lo que decía el programa de mano.
El precio de la localidad más cara era de 109 euros, habiendo butacas de platea desde 102 euros. La entrada más barata con visibilidad plena costaba 51 euros.
José M. Irurzun