Escúpame, fustígueme, insúlteme… Una ópera sadomaso

Una ópera sadomaso. Por Majo Pérez

Joe Ciccarone: Dominatrix (2016).
Joe Ciccarone: Dominatrix (2016).

En mayo de 2006 un comprador anónimo pagó 3.54 millones de dólares por el violín “Hammer”, fabricado en 1707 en Cremona por Antonio Stradivarius. Aunque en un primer momento su agente de apuestas en Christie’s Nueva York declaró que el instrumento se alquilaría a jóvenes violinistas, desde entonces nadie lo ha escuchado en un concierto público. En junio de 2011, otro postor anónimo pagó 15.8 millones de dólares en el portal de subastas Tarisio por el Stradivarius “Lady Blunt”, uno de los mejores conservados, estableciendo un nuevo hito en el mercado de compra-venta de estos instrumentos-reliquia. Tampoco el Lady Blunt se ha prodigado por los escenarios desde entonces.

La última teoría acerca de la incomparable calidad de los Stradivarius fue formulada en 2003 por Lloyd Burckle, de la Universidad de Columbia, y Henri D. Grissino-Mayer, de la Universidad de Tennessee. Ambos investigadores sostienen que si la sonoridad de estos instrumentos de cuerda no se puede igualar a la de ningún otro no es gracias a una supuesta técnica secreta para tratar las maderas ni a la elección de los pigmentos utilizados, sino que la razón de su superioridad podría deberse a las variaciones en la actividad solar, y más concretamente, al mínimo de Maunder durante la conocida Pequeña Edad de Hielo.

Contrastando con dicha teoría, varias investigaciones realizadas en los últimos años, como la concluida por la Universidad Pierre y Marie Curie de París en 2017, desmontan el mito de la superioridad de los Stradivarius. Para demostrarlo, los investigadores llevaron a cabo varios experimentos en los que invitaron a músicos profesionales a tocar a ciegas detrás de una mampara ante un selecto público compuesto por otros músicos y expertos musicólogos. ¿El resultado? Los intérpretes fueron incapaces de distinguir los violines nuevos de las piezas italianas del siglo XVIII y los violines de fabricación reciente recibieron una mejor acogida por parte de la audiencia, que los consideró superiores en proyección del sonido.

El desembolso, pues, de tamañas cantidades de dinero en la compra de un instrumento que va a terminar gozando de un nulo valor de exhibición, usando la terminología de Walter Benjamin, no puede sino responder a ambiciosas operaciones de especulación financiera. La explicación es esta o que los compradores anónimos del Hammer y el Lady Blunt son unos fetichistas fenomenales que han hecho de esos violines su oscuro objeto del deseo. No en balde, Theodor W. Adorno, aplicando el concepto marxista de “fetichismo de la mercancía” a la obra musical, afirmaba que el disfrute y la satisfacción no solo vendrían de la escucha atenta de un concierto, sino que empezarían en el mismo acto de adquirir las entradas.

Man Ray: Le violon d'Ingres (1924) y La prière (la oración, 1930).
Man Ray: Le violon d’Ingres (1924) y La prière (la oración, 1930).

Pero no pretendo hablar hoy ni de capitalismo financiero ni de filosofía del arte. Según el diccionario de la RAE, el término “fetichismo” tiene dos acepciones. En primer lugar, se define como la “veneración excesiva de algo o de alguien”. En segundo lugar, como una “desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo”. Podría centrarme en la primera acepción y comentar la desolación en la que andan sumidos los fans de la Gruberová, quien a principios de semana anunció abruptamente la cancelación de sus próximos compromisos artísticos y su retirada definitiva de los escenarios. Pero me centraré en el segundo significado de la palabra.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la ópera realizó un viaje de lo histórico-mitológico a lo doméstico-actual, lo cual permitió que el género de alguna forma se democratizara. Los personajes de altos vuelos como dioses, reyes o héroes fueron dando paso a otros más corrientes que, ya en plena época verista, podrían haber pasado por nuestros vecinos de al lado. En el siglo XX, compositores y libretistas prosiguieron ese camino descendente, creando obras más íntimas y personales que empezaron a explorar las profundidades de la psique y del deseo. La opereta y otras formas de teatro musical fueron sin duda la avanzadilla en cuanto a la diversificación de los personajes que habitaban las óperas, y fueron siempre más licenciosas en cuanto a las temáticas tratadas.

Por otro lado, muchas de las puestas en escena actuales ya no privilegian las lecturas literales de los libretos, lo cual da lugar a obras más complejas y divergentes. Este modus operandi no solo permite huir de la monotonía  que se desprende de poner en cartel los mismos títulos temporada tras temporada, sino que da paso a una competición entre propuestas artísticas cada vez más arriesgadas y controvertidas. Pero una nueva lectura no consiste en contar la misma historia de siempre mostrando cuerpos desnudos en posturas lascivas o personajes esnifando cocaína, sino que debería nacer de un análisis profundo del libreto, sus fuentes y las lecturas inferenciales que permiten. Además, si seguimos haciendo una lectura literal de muchos libretos, estaremos dando pábulo a postulados machistas, clasistas o supremacistas que lo único que van a encontrar es el rechazo del público y a contribuir a la imagen de la ópera como un arte anacrónico.

A pesar de los avances producidos, aún son escasas las óperas que tratan la sexualidad con normalidad, alejándose de planteamientos moralizantes o directamente mojigatos. Por eso me ha encantado descubrir hace poco Three Way (cuya traducción literal sería Trío), un tríptico de óperas de un acto con música de Robert Paterson y libreto de David Cote que exploran las relaciones sexuales en nuestros días desde el humor y la inteligencia emocional. Fue estrenada en Nashville en enero de 2017, y se representó en Nueva York en junio de ese mismo año. The companion (El compañero), primer acto del tríptico, está ambientado en el futuro y trata de una mujer que aparentemente ha encontrado al amante perfecto en un autómata biomórfico. Sin embargo, con el tiempo este partenaire tecnológico resultará ser un estúpido androide paranoico y la búsqueda del amor ideal no dejará en la protagonista más que una irremediable sensación de soledad.

Safe Word (Palabra de seguridad), el segundo acto y el más encuadrado en las coordenadas BDSM, trata de un hombre de negocios arrogante y tozudo al que sin embargo en la intimidad le produce placer ser dominado y humillado. Un día, a pesar de haber concertado una cita con Madame Tosca, cuando llega a la exclusiva mazmorra de lujo se encuentra que quien está ahí es Madame Salomé, y obviamente esta dominatriz resulta ser mucho más salvaje que la otra. La soledad de la gran ciudad se cuela nuevamente en el trasfondo de esta historia, en la que la genuina intimidad se ve reemplazada por el fetiche y las fantasías sexuales.

“Pain and release, torture and tears, I will fulfill your deepest needs” – “Dolor y orgasmo, tortura y lágrimas, colmaré tus necesidades más profundas”, afirma la soprano en su aria:

El tercer y último acto, Masquerade, está ambientado en una fiesta swinger organizada en una casa de campo por una cibercomunidad llamada Pleasure Pilgrims (Peregrinos del Placer). La velada reúne a cuatro parejas muy diferentes que solo comparten el deseo de explorar los límites del placer sexual y terminarán enfrentándose a sus tabúes más profundos.

Esperemos que esta ópera de cámara, de una duración de 2 horas 45 minutos, se estrene pronto en Europa, a ser posible en España. Las medidas de seguridad que impone la pandemia de Covid-19 exigen planteles artísticos reducidos, por lo que parece una buena idea programar este tipo de formato. Asimismo, creo que en la programación de todos los teatros con temporada lírica debería haber paridad entre los títulos clásicos y los de nueva creación, al menos en aquellos financiados con fondos públicos. Formulado este deseo, solo me queda hacer una cosa: volver un momento a la primera acepción de fetichismo para mandar un saludo a todos los fans incondicionales de la Gruberovà y recordar, como no, a la Regina del bel canto.