Estreno de Angelus novus de Jorge Fernández en los Teatros del Canal de Madrid. Una apuesta inteligente que exige la implicación del espectador.
El proceso de búsqueda del(os) camino(s) creativo(s) de las artes en el mundo actual también se refleja en el diminuto mundo, comparativamente hablando, de la composición operística. La ópera contemporánea, a la cual los musicólogos aún están discutiendo cómo definirla, se adentra en veredas que se entrecruzan con otras tantas manifestaciones artísticas. Supondríamos que el resultado final podría ser de una riqueza inconmensurable. Desafortunadamente con frecuencia no es así y a veces asistimos a estrenos de nuevas composiciones líricas que sólo dejan la idea entre el público que el género está a un paso de la muerte. El estreno mundial de una ópera será siempre para nosotros, sus fieles amantes, motivo de congratulación. En el caso de este nuevo título, Angelus novus, debemos ofrecer un primer aplauso al compositor Jorge Fernández Guerra por su firme defensa de un género, que como he mencionado antes, parece que navega a la deriva en una barca a la que los aficionados ven desde bellas y concurridas playas pero muy pocos quieren acercarse para disfrutar de lo que pueda ofrecer. ¿Qué sucedió para este “distanciamiento” con la música de nuestros días? ¿Por qué otras actividades artísticas sí han logrado enganchar masas a pesar de fuertes críticas de algunos sectores por el “nuevo” lenguaje que utilizan?
En el estreno de ayer, en la sala más pequeña de los Teatros del Canal, no lograron ocuparse todas las butacas de su reducido aforo. Fernández Guerra busca y rebusca en la larga tradición de cuatro centurias de la historia de la ópera y logra un personalísimo y sugerente lenguaje sonoro, un tanto áspero en el tratamiento que da a las voces. Angelus novus es su tercera incursión en la composición operística y es una obra de cámara (flauta, clarinete, violín, percusión y piano) para dos voces (soprano y barítono), casi en formato “de bolsillo” y con un libreto del propio compositor a partir de textos, muy libremente adaptados, del filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940). Fernández Guerra compuso esta obra como un homenaje Benjamin en el septuagésimo quinto aniversario de su muerte. Los textos del pensador alemán pueden ser líricos, como señala el propio compositor en las notas del programa de mano; pero no podemos obviar que no son precisamente claros. Fragmentarlos, simplificarlos y descoyuntarlos sólo llevan a restar luces al ya oscuro espacio en el que los espectadores acaban engullidos. El espectáculo visual que ha creado la directora de escena Vanessa Montfort con esta música y las siete escenas del libreto, es visualmente potente, con vasos comunicantes al performance. La escenografía firmada por la escultora Darya von Berner pone sus cimientos en la luz a partir de una escultura lumínica que sobrevuela el espacio escénico (magnífica la sala para este espectáculo) y la iluminación (Rodrigo Ortega) se pliega con respeto e inteligencia a ella.
El lenguaje corporal de los cantantes fue tratado con mimo por la coreógrafa Marta López Caballero, con resultados verdaderamente bellos. El ejercicio de libertad, mencionado por Montfort en el programa, termina por ofrecernos una decostrucción del espectáculo: el lenguaje musical va por un lado, el texto por otro y la escena elige andar por uno diferente a los otros dos. Tomémoslo como una invitación a que cada uno haga su reconstrucción y entienda lo que mejor le parezca. En cualquier caso, la propuesta es atractiva. Enorme y meritorio trabajo el del director musical, Juan Carlos Garvayo, y los cinco instrumentistas, y muy especialmente de los dos cantantes. La soprano Ruth González vuelve a demostrar su gran flexibilidad en la recreación de este personaje, muy exigente vocal y lo escénicamente, y el barítono Enrique Sánchez-Guerra convence con una potente y expresiva voz sumadas a su notable disposición para la escena.
Federico Figueroa