Disciplina, trabajo y amor por su profesión. Estos tres términos bien pueden definir a muchos de los bailarines que han dedicado su niñez y adolescencia al estudio del ballet clásico, se han dedicado profesionalmente a él sobre los escenarios durante más de 25 años y continúan cuidándolo, en su madurez, ya como maestros, coreógrafos o gestores.
Así se puede resumir, en muy pocas líneas, la carrera de Eva López Crevillén con la danza, una intensa dedicación que ahora le ha colocado como directora del Conservatorio Superior de Danza de Madrid “María de Ávila” (CSDMA), donde es responsable de la asignatura “Análisis de repertorio” y del “Taller de danza clásica”, tras haber sido durante una década su vicedirectora al lado de Virginia Valero, primera en ese puesto y a quien, en octubre pasado, le sucedió. A su lado, y ocupando el rango de vicedirectora que ella ha dejado para asumir la nueva responsabilidad, la catedrática de danza española, Rosa Ruiz Celaá.
Eva López Crevillén estudió en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Madrid, sita entonces en el quinto piso del Teatro Real, con Ana Lázaro al frente de la rama de Ballet Clásico y Virginia Valero como maestra, terminando sus estudios, allá por los años ochenta, con matrícula de honor. Ella, como tantas bailarinas educadas en el magno coliseo, disfrutó de estudiar en tan emblemático edificio un arte que se enriquece con la belleza de su entorno.
Bailarina del Ballet Nacional Clásico (hoy Compañía Nacional de Danza), desde 1985, cuando pasó una audición para formar parte del cuerpo de baile que daría vida al II acto de El lago de los cisnes, siendo directora María de Avila, López Crevillén fue accediendo, pasito a pasito, por roles más destacados durante las etapas de Ray Barra, Maya Plisetskaya y Nacho Duato, quien la destacó progresivamente en muchos de sus ballets repuestos o de nueva creación, donde hizo muchas veces pareja con el triste y prematuramente fallecido bailarín, Tony Fabre.
Con Eva López Crevillén hemos hablado de su pasado y presente, ofreciéndonos también algunas de sus claves para el futuro del centro que ahora rige.
-¿Cuáles son sus objetivos ahora que se ha puesto al frente del Conservatorio Superior de Danza “María de Ávila”?
-He formado parte de su equipo fundador y han sido diez años como vicedirectora, participando también en su gestión. Cuando Virginia Valero decide dejar la dirección, lógicamente soy el relevo. Virginia siempre compartía los objetivos con nosotros, por lo que todo ha sido más fácil. Uno de mis motores fundamentales es que creo en los estudios superiores como herramienta poderosa para que la danza se sitúe socialmente donde tiene que estar. Es una formación global, donde la raíz es la parte interpretativa, pero estos estudios te enriquecen de forma humanística y científica, y el resultado es un intérprete, un pedagogo o un coreógrafo diferente. A la larga vamos a notarlo también a nivel social. La danza es una herramienta importante en ese terreno, para el trabajo con niños, adultos o mayores. Quiero que sea un centro muy abierto, muy pendiente de lo que ocurre en el exterior, en otras universidades, de lo que tiene que ver con investigación, con la práctica escénica, con otras artes. Así el desarrollo del intérprete, coreógrafo o docente se verá beneficiado. Siempre, eso sí, buscando la calidad y creando vínculos con profesionales de la propia danza u otras áreas. La internacionalización, también, es esencial. La danza, por su propias características, tiene esa dimensión. También tengo como fin el desarrollo de los postgrados, porque podemos ofrecer másteres artísticos y doctorados, y ese es el siguiente objetivo a corto plazo. Luego, el contacto con el mundo profesional, saber lo que demandan, que vengan al centro, porque es lo que lo mantiene actualizado. Tengo muchos objetivos más, claro, pero esto es lo fundamental.
-¿Hay un equilibrio en número de alumnos entre contemporáneo, ballet clásico y danza española?
-Más o menos. Estamos organizados en “Pedagogía de la danza” y en “Coreografía e interpretación”. En éste, tenemos más en clásico y contemporáneo, un poquito menos danza española, pero está subiendo. En pedagogía están equilibrados, aunque un poco menos en contemporáneo. Creo que se debe a que en éstos pueden permanecer en activo como bailarines más tiempo y dejen para después de su vida en los escenarios estudiar una carrera superior. De todas formas, son unos estudios muy jóvenes, llevan sólo diez años. En danza va todo muy lento, se necesita mucho tiempo para que la gente tome conciencia. Con los años, habrá mucha más demanda, sobre todo si seguimos haciendo bien las cosas.
-¿Qué se puede hacer desde el Conservatorio Superior, o desde los centros de enseñanza, para demandar que haya más presencia de la danza en los escenarios españoles?
-Es una pregunta complicada. Muchas veces me lo planteo. Creo que tiene que ver con que la danza no está incluida en las enseñanzas generales de la educación. En otros países, pienso en los anglosajones, tienen artes escénicas en la escuela y eso proporciona el amor por la disciplina y formación de público. Los anglosajones, además, van mucho más allá, se hacen mecenas. Pero también hay que hacer buena danza, de calidad.
-¿Qué recuerda de sus años como bailarina profesional y cómo lo vierte en su trabajo docente?
-Lo recuerdo mucho, lo tengo muy presente. Tengo muy claro que acabó y no tengo ningún problema. Si soy la docente que soy ahora es por la experiencia de tantos años en los escenarios. Yo sabía que en el futuro querría enseñar. Como empecé muy joven, todo mi proceso de madurez personal ha ido paralelo a mi carrera en la danza. La experiencia siendo muy joven o el viajar, te enseñan mucho. La dinámica de tu carrera te hace ver las distintas culturas, ya desde los propios compañeros. Cada vez que subía al escenario, sentía esa dualidad: por un lado, los nervios por hacerlo bien; por otro, la increíble sensación cuando bailas. Para mí era una forma de comunicarme a través del movimiento. Una suerte haber podido tener una carrera así.
-¿Y trabajar con María de Avila, cuyo nombre distingue al Conservatorio, en aquel Ballet Nacional de España-Clásico, cómo fue?
-Entré con ella, sí, en 1985, muy jovencita y por audición. Fue para formar parte del cuerpo de baile del II acto de El lago de los cisnes. Yo estudiaba danza, me encantaba bailar, pero no tenía tan claro si iba a ser profesional. Sabía que disfrutaba muchísimo bailando. Pero era muy joven y no tenía nada pensado. Eso sí, una vez que ya estaba en el Ballet y vi a Eva Evdokimova, que había venido como invitada, ensayar, ahí sí que ya me decía a mí misma que quería ser bailarina. Recuerdo bien a María en los ensayos, con su espalda siempre erguida. Me acuerdo de cada detalle de entonces, del vestuario, de todo.
-Y luego siguió en la compañía, que cambió su nombre a Ballet del Teatro Lírico Nacional La Zarzuela, cuando Maya Plisetskaya fue nombrada directora…
-Antes hubo una dirección con Ray Barra. Después vino Maya, con Barra como adjunto, y, tras ella, Nacho Duato.
-Con Duato tuvo más protagonismo aún…
-He ido accediendo a todas las etapas poco a poco. Barra me eligió para Nocturno. Maya me dio la protagonista de La fille mal gardée… Así fui creciendo. Y también, con las galas fuera de la compañía. Para mí todo era positivo. Y me ponía a trabajar para hacerlo muy bien. Con Maya tuve muchos momentos muy buenos. Con Nacho se produjo el contacto con este estilo de danza contemporánea, con base clásica, pero trabajando directamente con el coreógrafo. El tipo de compañía ya fue distinto, importaba más el conjunto, pero sí sentías que formabas parte de algo importante. En cada etapa he obtenido cosas distintas y ahora las veo reflejadas en mi forma de enfocar la docencia.
-¿Y cuando dejó de bailar, cómo lo llevó?
Dejé la compañía para dedicarme a formarme mejor como docente. Pero me conoció Roland Petit y me ofreció bailar repertorio suyo en las galas que organizaba con sus bailarines del Ballet de Marsella. Incluso interpreté a la protagonista, Albertina, de su ballet Proust o las intermitencias del corazón, en el Maggio Fiorentino, con Manuel Legris y Massimo Murru, en 2001. Fue una segunda etapa artística muy jugosa para cerrar mi carrera.
-Entre los primeros eventos que han tenido en el Conservatorio Superior, bajo su dirección, está el II Encuentro Internacional de Danza España-Francia, con profesores tan eminentes como Maguy Marin, Paola Cantalupo o José Carlos Martínez. ¿Cómo los valora?
-El curso 2016-2017 lo empezamos muy fuerte, con las actuaciones que normalmente hacemos en abril, pero esta vez fueron en octubre. Y el II Encuentro Internacional de Danza España-Francia, idea de Paula de Castro y Hervé Ilari, organizado por el CSDMA y patrocinado por el Instituto Francés y la Embajada de Francia, va en ese espíritu de apertura, de contacto con el exterior y con otros centros de educación. Es maravilloso encontrar profesionales valiosos que están dispuestos a compartir sus conocimientos sobre danza, en clase o en las mesas redondas realizadas, como han sido Maguy Marin, Paola Cantalupo o José Carlos Martínez. También es muy valioso vincular a otros centros docentes públicos y privados. Estos eventos son muy gratificantes por lo que ocurre en el aula y por lo que ocurre en los pasillos, donde el intercambio de ideas entre la gente que participa es muy intenso. Me llena mucho, además, el contacto con los jóvenes. Los profesionales te aportan una cosa y los alumnos tienen un espíritu por aprender y una pasión que me rejuvenece (risas).
Cristina Marinero