Pese a los recortes que sufren en los últimos años, la Asociación de Amigos de la Ópera de La Coruña ha conseguido poner en pie una atractiva y variada temporada. En este caso, como el año pasado, la asociación herculina ha hecho de la carestía una virtud y, con gran mérito, se iniciaba la temporada con Un Ballo in Maschera en A Coruña.
El Ballo es una obra compleja en la que Verdi da un paso adelante en los conceptos orquestales y compositivos en la búsqueda de una obra redonda, continua, que huya de los esquemas y arquetipos compositivos anteriores y de los números cerrados (que tampoco abandonaría definitivamente) suponiendo una evidente evolución en el drama musical italiano. En esta ópera confluyen dos líneas argumentales diferentes: la conjura política y el drama amoroso, en el marco de una elaborada y compleja orquestación dónde, pero a diferencia del uso wagneriano, tienen gran importancia los leitmotivs.
La férrea censura de la época introdujo cambios en la obra. Al respecto, debemos decir que las funciones que se pudieron presenciar los días 1 y 3 de septiembre, eran las referidas a la versión “bostoniana” de la ópera. Estas funciones estaban dedicadas a la gran cantante gallega Ángeles Gulín.
No vamos a descubrir a Gregory Kunde a estas alturas de la película. Sin duda el gran y más completo tenor de lo que llevamos del siglo XXI. Sólo su excelente técnica le permite sobrellevar su cargada agenda y los exigentes roles que acomete. Dibujó un magnifico Riccardo que fue creciendo, vocalmente, con la función. Mostró una voz bien colocada y emitida, con unos agudos perfectamente redondeados. Sobresaliente fue su interpretación del “Ma se m´e forza perderti …” y del bello duo de amor de la ópera, el “Non sai tu che se l´anima …”, del Acto II.
Saioa Hernández estuvo brillante en su debut en el exigente rol de Amelia. Posee, la soprano, una voz ancha, homogénea, con un centro poderoso y una gran ascensión al agudo. Sacó adelante el difícil cometido que le aguardaba. Magnífica en el citado duo con Kunde y en su exigente aria “Ecco l´orrido campo …” y emotiva y cautivadora con el “Morró ma prima in grazia …”, dónde mostro la calma de Amelia ante la certeza de su muerte a manos de su esposo, y el deseo de poder abrazar y despedirse de su hijo.¡Brava!. Le auguramos otras grandes noches en este rol.
Tampoco podemos decir mucho de Juan Jesús Rodríguez. Desde el “Alla vita che t´arride …”, el barítono exhibió su bello y broncíneo timbre. Rico en armónicos, y con una poderosa emisión, dio vida a un cruel y vengativo Renato. Brillante (y así se lo reconoció el público que llenaba el Teatro Colón) estuvo en la dificilísima, por lo tirante de la tesitura, “Eri tu …”. Marianne Cornetti cosechó bravos en su rol de Ulrica. Dotada de unos magníficos graves, no tuvo dificultad en sacar adelante su rol y en brillar con el “Re dell´Abisso”. Marina Monzó, otra soprano que debutaba en su rol, tampoco tuvo problemas en hacerse con el personaje de Óscar, dándole el contrapunto ligero y desenfadado que el personaje aporta al drama. Pese a su juventud, se vislumbran unas grandes “hechuras” vocales y una fulgurante carrera operística. Los bajos Cristian Diaz (Samuel) y David Sánchez (Tom) estuvieron muy acertados, vocal y escénicamente, desempeñando sus breves roles como los conspiradores. También cumplieron sobradamente, en sus breves cometidos, Pedro Martínez Tapia (Silvano) y Pablo Carballido (Juez y sirviente de Amelia).
Bien empastado estuvo el coro Gaos, dirigido por Fernando Briones, y sacó adelante su difícil cometido pues es una obra exigentísima en todas sus partes corales. Brillaron en toda la ópera acompañando, y sin desmerecer, a un elenco de primerísimo nivel.
Tampoco vamos a descubrir a Ramón Tebar. El director es un magnífico concertador que sabe acompañar y respirar con los cantantes, atento siempre a lo que acontece encima del escenario. También fue mérito suyo, pese a lo reducida que era en este caso la Orquesta Sinfónica de Galicia, que apenas llegaba a 50 músicos por las reducidas dimensiones del foso del Teatro Colón, sacar la riqueza de matices musicales que entraña esta difícil partitura verdiana con unos acertados tempi.
Pese a la ya citada escasez de medios, Mario Pontiggia, realizó una interesante dirección escénica, sobre una propia escena suya y ayudado por una inteligente iluminación (como el rojo en la escena de Ulrica) y quiero resaltar el detalle final, al sacar a Ulrica a escena tras la muerte de Riccardo, retando con la mirada a Renato y certificando, de esta forma, que su fatal vaticinio se había cumplido.
En definitiva, pese a las limitaciones presupuestarias, pudimos disfrutar de una gran velada operística, con un gran reparto y una inteligente producción, como fue la de Un ballo in Maschera en A Coruña.
Daniel Diz