Si el transcurso del tiempo ha permitido confirmar la originalidad del primer acercamiento de Giuseppe Verdi a la dramaturgia shakesperiana y su incuestionable condición de fascinante capolavoro, la tragedia operística del rey escocés permanece, en buena medida, como una perfecta desconocida para gran parte del público que sí acude enfervorizado al reclamo de Nabucco, Traviata, Rigoletto o Aida. No ha sido éste el caso de la última representación del Otoño Lírico de los Amigos de la Ópera de Vigo. Macbeth retornaba al García Barbón casi cuatro décadas después y lo hacía con la magnífica respuesta de un respetable que llenó la sala y se entregó a encendidas ovaciones a la conclusión del drama. Las expectativas de este cierre de temporada eran considerables, tras los excelentes resultados obtenidos en Der Fliegende Holländer y el título verdiano no defraudó, bien al contrario. Por paradójico que pueda parecer, una de las mejores temporadas líricas de la ciudad ha venido protagonizada por dos obras inhabituales en estos lares.
La propuesta escénica de Ignacio García hace permanente hincapié en los conceptos de ambición y violencia, términos siempre presentes en su visión del funesto e irremediable devenir del dubitativo y obsesivo monarca y su maquiavélica esposa. La muerte se erige como elemento protagónico y, al mismo tiempo, nexo entre las distintas escenas. Como ya sucediera en el Rigoletto del pasado año, el artista madrileño propone durante el preludio una suerte de retrospectiva interior o ‘flashback’ en el que Macbeth contempla los cadáveres de las inocentes victimas de su ansia de poder. También la muerte, con el cuerpo del rey Duncano, ocupará una privilegiada posición en la composición de la escena conclusiva del primer acto e inicio del segundo, a la que se añade la inesperada, pero coherente, incorporación del asesinato del sicario en pleno brindis y la original presentación de ocho camas a modo de morgue, de las que surgen las visiones de Macbeth en el tercero y en las que Macduff habrá de encontrar los cuerpos de sus hijos antes de afrontar la conocida “Paterna Mano”. La ubicación del coro entre el público para la interpretación del conmovedor coro de los proscritos, “Patria Oppressa”, logró un bello efecto acústico y dramático, siendo uno de los momentos más originales. El movimiento escénico resultó casi siempre dinámico y atractivo, desde las distintas intervenciones de las brujas hasta las travesuras de los hijos de Macduff, y tan sólo apareció confuso e ineficaz durante la genial fuga del acto final que ilustra la batalla. El “pero”, la inadecuación de alguna de las proyecciones del fondo y la elección de un vestuario de época que provocó algún que otro anacronismo con diferentes elementos de atrezo.
En el apartado vocal, José Antonio López mostró por qué debe prodigarse más en el género operístico. Su Macbeth, más allá de sus virtudes tímbricas, fue una creación musical y teatral. De partida, su amplia experiencia en el campo liederístico anticipaba su buen hacer en un rol que requiere minuciosidad en la expresión y el cuidado de la palabra. Y no defraudó, ni mucho menos. El Barítono murciano hizo gala de una interpretación rica en matices, capaz de combinar susurro o sutileza, con vehemencia y pasión, siempre con escrupuloso respeto a las detalladas anotaciones de Verdi para su parte. Su “Pieta, rispetto, amore” no fue sino el colofón a una gran versión de este complejo personaje. La soprano Maribel Ortega es una de las escasas voces españolas de la actualidad capaz de hacer frente a las endiabladas exigencias del rol estrenado por la florentina Barbieri-nini. La soprano jerezana ya había mostrado apenas un mes antes su generosa voz de lírico-spinto en una Senta con mayúsculas y, en esta oportunidad, volvió a exhibir sus mejores cualidades, sirviendo íntegramente la versión definitiva de 1865, con la bella “Luce Langue”, y repetición incluida de la “cabaletta “. Felipe Bou fue una vez más un intérprete solvente, con presatancia vocal y escénica, resolviendo a la perfección su breve quehacer como Banquo y culminando, además, con brillantez su página solista “Come dal ciel precipita”. De un tiempo a esta parte se ha recurrido a voces en exceso ligeras para la parte de Macduff. No es este el caso del tenor Eduardo Sandoval, cuyas intervenciones en frases como” trammi al tirano in faccia” o “la patria tradita” sonaron con el color y el ímpetu apropiados. Por su parte, Pablo Carballido, Marina Penas, sobresaliente en el concertante del I acto, y Pedro Martínez Tapia encarnaron a la perfección sus respectivos cometidos como Malcolm, Dama y Médico/Heraldo.
Sabido es que el coro, según manifestó el propio compositor, se erige en el tercer gran protagonista de la ópera y, como tal, sus intervenciones son reiteradas y complejas en su resolución musical. El Coro Rías Baixas dirigido por Bruno Díaz mejoró sus ya buenas prestaciones del pasado Rigoletto y solventó con éxito la exigente tarea con mención especial para la parte de las brujas. Finalmente, la Orquesta sinfónica Vigo 430, dirigida por Diego García Rodriguez cumplió quizá su mejor prestación en las temporadas líricas, sirviendo con aparente sencillez los requerimientos del Macbeth, y ello pese a la celeridad de algunos de los tempi escogidos. La agrupación viguesa sonó siempre desde el foso con precisión, empaste y buen balance con solistas y coro.
Joaquín Gómez