El Teatro Degollado de Guadalajara fue el bello escaparate de una nueva producción de la ópera Otello de Verdi. Conmemorar el año Shakespeare ha podido ser el motivo para la elección de la obra, considerada desde su estreno en 1887 en Milán como un título que exige unos mimbres de alto nivel. La propuesta escénica de Ragnar Conde y su equipo cumple con la implantación de plaza, palacio y dormitorio. El mar está presente a través de unas proyecciones, lo cual dificulta la iluminación (Enrique Morales), echando en falta algún momento con esa característica luminosidad del ambiente mediterráneo. La contundente escenografía, también firmada por Morales, tiene su principal virtud en el aspecto práctico. Los solistas y el coro podían ser movidos con relativa facilidad, sin estorbarse unos a otros, manteniendo a todos visibles al público. Conde movió los conjuntos con inteligencia y no descuidó los detalles en las escenas más íntimas. El vestuario (Brisa Alonso), rico y diseñado con buen gusto y bastante apego a la época, contribuyó al realce del espectáculo. Marco Parisotto, director titular de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ), ofreció una lectura briosa, con tempi rápidos ocasionalmente ralentizados, equilibrada en el volumen lo cual señala un buen conocimiento del material vocal del que disponía.
Las partes corales fueron interpretadas por la OFJ con un gran caudal sonoro y el Coro Municipal de Zapopán respondió brillantemente, espléndidos en su intervención inicial “Una vela!” y vibrantes en “Fuoco di goia”. Parisotto hilvanó, desde la tormenta del comienzo, la tensión dramática de la representación y fue motor de la progresión teatral de los personajes. El tenor Issachah Savage, en su debut en el difícil personaje que da título a la ópera, exhibió los exigentes requerimientos vocales que plantea el Moro, una preparación musical y entrega notables y logró sacar adelante tan complejo papel. Dosificó su fuerza, quizá por eso el escaso fulgor de su “Esultate”, pero su brillante timbre y sinceros graves se mostraron sólidos en el en toda la noche, especialmente en el dúo de amor con Desdemona, aquí la soprano letona Maija Kovalevska, una lírica con sensibilidad y material vocal interesante, de centro redondo, con carne, y justa en el registro grave. A su interpretación no le faltó expansión y cantó sobresalientemente la “Canzone del salice”. También debutaba personaje el barítono estadounidense Michael Chioldi y lo hizo con un gran nivel. Iago es un papel que requiere una sinuosidad mayúscula. Verdi y Boito pretendían crear la esencia del mal, pérfido y sutil a la vez. Chioldi manejó su potente instrumento sonoro con inteligencia, matizando su canto e interpretando paso a paso el desarrollo de la maldad hasta la apoteosis del “Credo en un Dio crudel!”. Destacada la solidez de la mezzosoprano Cassandra Zoé Velasco como Emilia y muy interesantes los tenores Harold Meers (Cassio) y Daniel Montenegro (Roderigo), ambos con un volumen adecuado y buena técnica de canto. El bajo ruso Grigory Soloviov (Lodovico) y el barítono mexicano Josué Cerón (Montano) mostraron su valía, por sonoridad y fiabilidad, en cada una de sus intervenciones y especialmente en el concertante. El público aplaudió con entusiasmo a cada uno de los cantantes y particularmente al maestro Parisotto.
Federico Figueroa