Tras la relativa decepción del Otello de ayer, decepción basada en altas expectativas previas, esta vez puedo decir que la historia se ha repetido, pero no en términos relativos, sino absolutos. Una Turandot poco apropiada en términos vocales, ramplona y anticuada escénicamente, y únicamente adecuada en términos musicales. Esperemos que las cosas mejoren, ya que hoy nos espera un programa doble, mediodía y tarde.
La producción ofrecida lleva la firma del director de escena rumano Andrei Serban y fue estrenada aquí hace nada menos que 33 años. Lo primero que hay que decir es que el paso del tiempo se deja notar en la producción, que resulta pobretona, ramplona y muy corta de brillo. También me gustaría decir que esta producción se pudo ver en la temporada inaugural (1997-1998) en el Teatro Real de Madrid, aunque confieso que no recordaba absolutamente nada de ella.
La producción huye del brillo y la espectacularidad de otras de Turandot, especialmente en el segundo acto, y nos ofrece una escenografía más bien reducida, obra de Sally Jacobs, que es prácticamente única para toda la ópera. En el primer acto estamos en una especie de corrala semicircular, con el coro en los balcones, dejando un espacio libre en el reducido escenario para el desarrollo de la acción, añadiéndose unas máscaras, que poco o nada aportan. En el segundo acto estamos en el mismo escenario, al que se añade una pasarela en el suelo y un trono de Altoum, que desciende de la parte superior. Finalmente, en el tercero, estamos en la misma corrala, con el coro siempre en los balcones, poniendo en el centro una especie de pagoda. El vestuario no tiene mucho brillo, resultando particularmente pobre en el caso de los 3 ministros, que más parecen conserjes que autoridades. También se debe a Sally Jacobs. Tampoco la iluminación presenta mucho atractivo y se debe a F. Mitchell Dana. A todo ello se añade una coreografía sin mayor interés.
La dirección de escena la ha llevado adelante Andrew Sinclair y resulta muy poco convincente, particularmente rechazable la aparición del cortejo con Liu en los acordes finales, atravesando de nuevo el escenario, que resulta una nueva horterada en escena. Evidentemente, la producción no necesita mover al coro, que está siempre en los pisos, lo que hace perder espectacularidad al segundo acto de manera más que notable, aparte del hecho de que lo reducido del escenario dejado libre hace que toda la escena de los enigmas pierda atractivo y sentido. En resumen, una producción dispuesta para la jubilación desde hace algún tiempo.
La dirección musical corrió a cargo del maestro israelí Dan Ettinger, que ofreció una lectura de la ópera correcta y adecuada. Sin ser una interpretación magistral, en sus manos estuvo lo mejor de la representación, ofreciendo un buen último acto. Quizá se le pueda acusar de abusar algo de volumen, pero estamos hablando de una ópera como Turandot y creo que los problemas que tuvieron algunas voces para llegar bien a la sala tuvieron que ver con problemas suyos y no del foso. La versión ofrecida fue la larga de Alfano. Buenas las prestaciones de la Orquesta y el Coro de la Royal Opera House.
Al frente del reparto estaba la soprano americana Lise Lindström, que se ha convertido en los últimos años en una de las titulares más consagradas de la Princesa de Hielo. He tenido ocasión de verla en media docena de ocasiones en otras tantas producciones de Turandot y siempre me ha parecido una cantante convincente en el personaje, con un centro excesivamente metálico, buena intérprete y además creíble en escena. En esta ocasión las cosas no se han desarrollado de la misma manera en términos vocales. Parecía como si no se encontrara en perfectas condiciones. Hizo casi un recital de gritos en In questa reggia, mejorando en el tercer acto, aunque hubo también notas descontroladas. No fue una feliz actuación por su parte.
Roberto Alagna fue Calaf y su actuación se quedó por debajo del par, como se dice en el golf, aunque el mérito en el deporte no coincide con el del canto. Le he encontrado al francés mal de voz, con unos graves inaudibles y un centro que ha perdido calidad de manera clara. Tuvo además problemas en las notas altas. No eludió el DO sobreagudo del segundo acto, pero habría sido mejor que lo evitara, ya que fue muy calante. Poco convincente su Nessum dorma tanto en fraseo como en un Vinceró sin brillo y apretado. Por otro lado, tampoco es que sea un dechado de perfecciones escénicas. Decepcionante y en declive.
Aleksandra Kurzak, es decir Madame Alagna, fue Liu y resultó la mejor del reparto. Hay que matizar que mejor no es sino un adjetivo comparativo y no significa que fuera extraordinaria, ni algo más que aceptable. Canta adecuadamente, pero a su voz le falta más peso e importancia para interpretar a la esclava.
Totalmente insuficiente el Timur del británico Brindley Sherrat, uno de esos cantantes que parecen que tienen una pelota en la boca cuando cantan… o lo que sea.
El trío de máscaras tampoco ofreció mucho relieve, siendo la mejor la voz de Leon Kovasevic como Ping. Correcto el Pang de Samuel Sakker, y voz de puro comprimario la de David Junghoon Kim en la parte de Pong.
Yuriy Yurchuk fue una Mandarín sonoro y de escaso interés. Adecuado el veterano Robin Leggate en el Emperador Altoum.
El Covent Garden colocó también en esta ocasión el Sold Out. El público dedicó las mayores ovaciones a Aleksandra Kurzak, mientras que Lindström y Alagna no pasaron de aplausos cálidos de cortesía.
La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 53 minutos, incluyendo dos intermedios, el primero de los cuales era absolutamente inútil, ya que las pasarelas se pueden poner en 3 minutos y no hace falta alargar la función innecesariamente. Duración musical de 2 horas y 4 minutos. Cinco minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 175 Libras, habiendo butacas de platea desde 133 libras. La localidad más barata con visibilidad plena costaba 28 libras.
José M. Irurzun