Fausto llega a Oviedo entre luces y sombras

Fausto llega a Oviedo entre luces y sombras
Fausto llega a Oviedo entre luces y sombras. Foto: Ópera de Oviedo

La Ópera de Oviedo ha presentado una nueva producción de Fausto algo frío en lo musical que dividió al público en lo escénico. Con dirección musical de Álvaro Albiach y escénica de Curro Carreres contó en los papeles principales con Stefan Pop, Mark S. Doss y Maite Alberola.

La segunda ópera de la temporada ovetense ha llegado con una polémica magnificada en demasía por el ruido de pateos a su director de escena, Curro Carreres, que sin embargo dejó logros visuales interesantes (en especial en el Walpurgisnacht) e ideas que, si bien pudieron resultar fallidas, sí buscaban una coherencia formal y una uniformidad estilística muy de agradecer en unos tiempos donde las propuestas escénicas se abrazan a caóticos melting pots ininteligibles. Carreres sitúa el mundo terrenal de Fausto en el banal y superficial ambiente de la moda y el culto a la imagen. El teléfono móvil como elemento recurrente –símbolo de lo inmediato en sus selfies, pero también efímero y olvidable–, sirve como nexo entre escenas. Igual que ocurriera en Mazepa el mes pasado, los parones entre actos para los cambios escénicos que, pese a su brevedad y realizarse algunos de ellos a vista, provocaban la dispersión del público. Un público que, en otro orden de cosas, necesita poco para dispersarse, y al que le cuesta recuperar el silencio cuando comienza la música de nuevo porque, en palabras escuchadas en el estreno, “todavía no hay nadie cantando”. Comienzan a ser preocupantes los festivales de toses, móviles, abanicos, pulseras y caramelos que acompañan cada función en el Campoamor y que van a más.

Volviendo a Fausto, –a veces es difícil– algunas soluciones dramáticas no jugaron en favor del resultado musical, y el mayor perjudicado en este sentido fue el coro, sobre todo en el segundo acto que, separado y colocado muy atrás en escena, además de obligado por los pianissimi exigidos desde el foso, tuvo evidentes problemas con las agilidades de la partitura. En el vals final, la coreografía en círculo tampoco ayudó a un perfecto empaste de las voces, provocando desajustes en el conjunto. Sin embargo, cuando el coro pudo desplegar todo su potencial (en especial en el rezo final cantado desde los laterales de anfiteatro), la formación dirigida por Elena Mitrevska pudo resarcirse de estos baches y dejar un buen sabor de boca.

Fausto llega a Oviedo entre luces y sombras
Fausto llega a Oviedo entre luces y sombras. Foto: Ópera de Oviedo

La lectura de Álvaro Albiach resultó algo plana. En una partitura tan densa, con escenas tan largas, a menudo se hacía difícil reconocer una intención, una dirección que mantuviese el interés por la música, en especial antes del descanso. Tras el mismo, los actos IV y V resultaron mucho más atractivos, con Albiach aprovechando más los recursos texturales de Gounod, y buscando el lucimiento de los profesores de la Oviedo Filarmonía con sus intervenciones solistas.

Centrándonos en el reparto, Stefan Pop, con evidentes problemas vocales, tosiendo y bebiendo agua en escena, solventó su Fausto no sin dificultades, e incluso pudo ofrecer algún momento brillante en especial en el final del tercer acto. Mark S. Doss fue un convincente Mefistófeles, ayudado además por su imponente físico, algo falto de volumen en los graves, pero que sin duda fue lo mejor de la noche. Maite Alberola como Marguerite buscó el carácter lírico del personaje, aunque durante los tres primeros actos se mostró algo fría. Bien en el cuarto y excesivamente cansada en el final, que deslució el conjunto. Su hermano Valentín, interpretado por el barítono Borja Quiza, fue una de las grandes noticias de la noche, seguro en la emisión y con un fraseo amplio y muy lírico, fue de los más aplaudidos en el final. Lo mismo ocurrió con el Siebel de Lidia Vinyes Curtis (transformado aquí en mujer por Carreres en una ruptura de género para nada desacertada), quien exhibió un muy bonito timbre y musicalidad. Con papeles reducidos, María José Suárez (Marthe) y Pablo Ruiz (Wagner), demostraron ser siempre un seguro en escena: dispuestos en lo actoral y convincentes en sus intervenciones.

Alejandro G. Villalibre