Como todos los años, Bérgamo celebra en estas fechas un festival dedicado a su hijo predilecto y siempre tiene el interés de presentar óperas de Donizetti que prácticamente han caído en el olvido. En la edición de este año las óperas que presenta el festival son Enrico di Borgogna, la primera ópera que compuso el bergamasco, y el Castello de Kenilworth, que es la que ahora nos ocupa.
El Castello de Kenilworth es la primera incursión de Donizetti en la época de los Tudor, que luego se convertirá en referencia con Anna Bolena, María Stuarda y Roberto Devereux. Esta primera incursión se estrenó en el Teatro San Carlo de Nápoles en 1829 por encargo del famoso empresario Barbaja y en esos años Donizetti era ya un compositor de indudable solidez, con más de 20 óperas a sus espaldas. Bueno será recordar que un año antes Dozizetti se había casado en Roma y tuvo a su primer hijo, que murió a los pocos días de nacer, por lo que las circunstancias que rodeaban la vida del compositor no eran las mejores. La ópera tuvo una buena acogida y un año más tarde Donizetti hizo cambios en la misma. Es una sus últimas óperas antes de que le llegara el gran triunfo con Anna Bolena, lo que tuvo lugar en Milán y un año más tarde.
El Castello de Kenilworth, titulada originalmente Elisabetta al Castello de Kenilworth, trata de la visita de la reina Isabel I al Castillo o morada de su favorito Leicester, quien se ha casado en secreto con Amelia, a la que encarga encerrar para que no descubra su presencia la Reina. A partir de ahí nos encontramos con el malvado Warney, que quiere llevarse a Amelia y acaba por pretender asesinarla, terminando todo con el encuentro de las dos mujeres y el perdón de Isabel a Leicester y la condena a Warney.
La ópera no es una obra maestra, como las que más tarde compuso Donizetti, pero se escucha con placer y tiene momentos de calidad, como es el aria del tercer acto de Amelia, la escena final para lucimiento de la Reina, la entrada de Leicester o un precioso cuarteto en el segundo acto. Hay que señalar la originalidad que presenta esta ópera, ya que sus cuatro principales protagonistas son dos sopranos y dos tenores. Ha merecido la pena el viaje por conocerla, ya que no se veía esta ópera desde 1989, cuando fue su protagonista Mariella Devia.
Para la ocasión el Festival Donizetti ha ofrecido una nueva producción, como no puede ser de otra manera, cuya realizadora ha sido la zaragozana María Pilar Pérez Aspa, una auténtica desconocida para el gran público. Su trabajo sirve para narrar la trama de manera eficaz y con una gran simplicidad de medios, ya que la escenografía de Angelo Sala no ofrece sino una plataforma inclinada en el centro del escenario, que es donde se desarrolla la acción, añadiendo algunos elementos de atrezzo para ambientar las distintas escenas. Aparte de la plataforma no hay más, salvo unas cortinas negras en los laterales y una especie de pantalla al fondo. El vestuario es adecuado y de la época Tudor y se debe a Ursula Patzak. Correcta la iluminación de Fiammetta Baldiserri.
Como digo, la trama está bien narrada y resulta una producción eficaz, que tiene como gran virtud su bajo coste, lo que siempre es de agradecer, especialmente en una ópera como ésta, que habrá pocas ocasiones de verla en escena de nuevo.
Uno de los pilares de la representación ha estado en el foso, siendo su director el italiano Riccardo Frizza, que debutaba en su nuevo puesto de director musical del Festival Donizetti. La dirección de Frizza me ha parecido muy adecuada, llevando la obra con buen pulso, cuidando mucho a los cantantes, sabiendo en todo momento controlar el sonido que salía del foso. Una dirección muy convincente de un auténtico especialista en la época belcantista. Buena la prestación de la Orquesta Donizetti Opera. Correcto el Coro Donizetti Opera en sus breves intervenciones al principio y al final de la ópera.
Elisabetta fue interpretada por la soprano australiana Jessica Pratt, que tuvo una buena actuación. Estamos ante una importante soprano, especialmente en belcanto, como lo ha demostrado en numerosas ocasiones. Brilló con luz propia en su gran escena final, concebida precisamente para el triunfo de la protagonista. En el resto me dio la impresión de que el personaje de Elisabetta necesita una voz más ancha que la suya, más en línea con las otras Reinas Tudor que vendrán a continuación.
Buena también la actuación de la soprano italiana Carmela Remigio en la parte de Amelia, la esposa de Leicester, que brilló en toda la parte de agilidades, especialmente en su gran escena del tercer acto, en la que fue acompañada no por el arpa, sino por la armónica de cristal, interpretada como otras veces por Sacha Reckert.
Leicester era el tenor vasco Xabier Anduaga, que resultó particularmente adecuado al personaje y al estilo de canto. La impresión es muy positiva, cantando y expresando notablemente, no teniendo problemas para dar las notas más comprometidas. Hoy es más que una promesa y no cabe duda de que va a tener una importante carrera por delante.
El malvado Warney fue interpretado por el tenor rumano Stefan Pop, que lo hizo bien, aunque para mi gusto fue el menos adecuado del cuarteto principal de la ópera. A mi parecer a su voz le falta peso y rotundidad para un personaje malvado como es el que nos ocupa.
Los personajes secundarios fueron correctamente cubiertos por Dario Russo como Lambourne y por Federica Vitali en la parte de Fanny.
El Teatro Sociale estaba prácticamente lleno, no habiendo huecos sino en las localidades con escasa o nula visibilidad. El público dedicó una muy cálida recepción a los artistas en los saludos finales, especialmente al trío principal de protagonistas y a Riccardo Frizza. El equipo escénico fue recibido con aplausos.
La representación comenzó con 6 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 33 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 7 minutos. Ocho minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 85 euros, costando la más barata con visibilidad 50 euros.
José M. Irurzun