Fernández Caballero vuelve a La Zarzuela con Château Margaux y La viejecita

Fernández Caballero vuelve a La Zarzuela con Château Margaux y La viejecita
Fernández Caballero vuelve a La Zarzuela con Château Margaux y La viejecita

El viejo y siempre entrañable coliseo de la calle Jovellanos volvió a ponerse de gala en un verdadero homenaje a la figura del maestro Fernández Caballero, con una producción inteligente e interesantísima que englobaba a dos de sus títulos muy conocidos y siempre aplaudidos, tales como Château Margaux y La viejecita. No es que sean las mejores y más incuestionables obras del maestro murciano, pero sí constituyen un claro exponente de la facilidad de Caballero para escribir para la escena. Château Margaux tiene un argumento intrascendente, casi un juguete cómico, pero cuenta con una música pegadiza, agradable y con ese continuo chispazo de genialidad melódica que configura el quehacer de su compositor. En lo que se refiere a La Viejecita tampoco el argumento es demasiado interesante, pero también es cierto que la delicadeza y la finura de la música, la rica inspiración, y la indudable calidad técnica de que hace gala Fernández Caballero son méritos más que suficientes para que la obra siga conservando su frescura, su lozanía, su envidiable juventud, siga siendo objeto del beneplácito del público y sirva también para reivindicar lo que ha sido la zarzuela en la historia de la música española. En La Viejecita Fernández Caballero es elegante, delicado, con un buen gusto que recorre toda la partitura y que quizá tenga su culminación en el precioso número de Al espejo al salir me miré. Difícilmente se puede conseguir una melodía más finamente trazada, con esa elegancia, con ese buen gusto y sin que renuncie el autor a una mayor exigencia en el trazado pleno de calidad de la partitura.

Y ahora nos quedaba la incógnita de ver cómo se casaban en escena estas dos obras, tan diferentes pero que muy bien pueden ser complementarias. De un lado el disparate alegre y desenfadado de Château Margaux, de otro lado la fina comedia sentimental, un poco absurda, pero graciosa y elegante, que constituye el argumento y la música de La viejecita. Pues bien, ahí teníamos la inteligencia, la capacidad teatral, la originalidad y el buen gusto que nos vino de la mano del director de escena Lluís Pasqual. He escrito originalidad porque la idea de iniciar Château Margaux englobándola en un concurso radiofónico de los años 40 y 50, obviando -creo que acertadamente- la endeblez del argumento, resulta francamente espléndida. En lugar de la representación de la zarzuelita, los números de la misma se van desgranando por los cantantes que hacen de concursantes para ese gran premio que ofrece la radio española de la época. Una visión en la que hay nostalgia de una época de la radio, sin renunciar al sentido crítico, a la leve y elegante ironía, a la caricatura apenas esbozada pero muy bien sugerida, de una forma de vida que giraba en torno a la radio.

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Sencillamente formidable estuvo Jesús Castejón en su papel de locutor, siguiendo con indudable acierto los patrones de actuación radiofónica de la época, con el inevitable triunfalismo trasnochado de los años posteriores a la guerra. Castejón borda el papel, lo hace creíble y con él reimos y revivimos una época que, guste o no, constituye parte de nuestra historia. Y junto a él estuvieron espléndidos los dos concursantes, esto es los dos cantantes que “aspiraban a premio”. Simpáticos, graciosísimos sin caer en exageraciones, primando el buen gusto y la gracia, tanto la encantadora Ruth Iniesta como el muy convincente Emilio Sánchez que dieron vida a los personajes de Angelita Vargas y Manuel Fariñas. Cantaron muy bien, y lo hicieron con mucha gracia y donaire, con sobriedad, buen gusto y con indudable vis cómica. Una verdadera delicia fueron los anuncios que nos recordaban una época y que provocaron la hilaridad del público, ante tanta gracia de buena factura, siempre lejos de la sal gorda.

Y luego La viejecita. Una verdadera miniatura de porcelana musical. Un encanto de partitura, bien escrita, bien concebida donde de nuevo se puso de manifiesto la inteligencia, el buen gusto y la originalidad de Lluís Pasqual. Porque si estábamos en temas radiofónicos, aquí lo que se hace es transmitir, radiar como se decía antes, una representación de la zarzuela en cuestión. Se aligera el libreto, se va explicando cómo se desarrolla la acción y se combina lo radiofónico con el esplendor escénico de un palacio de un noble español. Buen gusto en todo momento, habilidad en la confección de la trama y un plantel de intérpretes que estuvieron a muy buena altura. Si Pasqual es un gran triunfador con su visión escénica no podemos perder de vista lo bien que llevó la orquesta- por cierto situada al fondo del escenario y convertida en un elemento más- decimos lo bien que llevó la orquesta el director Miquel Ortega que supo matizar como pocos ese estilo tan elegante, tan consistente en realidad pero con apariencia de fragilidad, que es la música que para esta zarzuela escribió el maestro Caballero.

Volvió a brillar con luz propia la soprano Ruth Iniesta ahora en el papel de Luisa. El papel de Carlos-Viejecita, originalmente encomendado a una soprano o mezzo, pasó en esta ocasión a una voz varonil. El joven Borja Quiza hizo una acertada versión de su difícil y caricaturesco personaje, consiguiendo dotarlo de una gran comicidad. El público se le entregó ya que cantó muy bien, solventando los problemas que planteaba su personaje, pensado para una tesitura muy diferente. Su versión de la romanza Al esperjo al salir me miré resultó acertada. Sería injusto decir que salió airoso del papel, hay que señalar que triunfó en toda línea, que fue muy justamente aplaudido y que realizó un trabajo muy difícil pero que supo resolver con brillantez. El resto estuvo también a buena altura, Emilio Sánchez, Miguel Sola, Antonio Torres y Lander Iglesias.

Como es habitual sonó muy bien el coro, dirigido por el maestro Fauró y fueron acertadas la escenografía, la iluminación,el vestuario, sin olvidar los acertados arreglos para los números publicitarios que hizo el maestro Ortega.

En resumen disfrutamos de este homenaje al buen gusto y a la originalidad con la siempre elegante y deliciosa música de Fernández Caballero.

José Antonio Lacárcel