Por Alejandro G. Villalibre
El Festival de Teatro Lírico de Oviedo estrena, casi un año después de su aplazamiento por la pandemia, la versión de Curro Carreres de las zarzuelas Agua, azucarillos y aguardiente y La Revoltosa (rebautizada como Revoltosa’69), en un programa doble donde la sororidad es el elemento unificador de ambos títulos.
Sin embargo, las aproximaciones son bien diferentes: mientras que en la zarzuela de Chueca Carreres presenta un montaje más o menos costumbrista, con sus niñeras, sus barquilleros y su paseo de Recoletos, la historia puesta en música por Chapí se ve trasladada temporalmente a 1969, y el libreto de López Silva y Fernández Shaw es adaptado por Pedro Villoria para actualizar expresiones y acercar a la contemporaneidad la trama de Felipe y Maripepa. Y, comenzando por el final —ya que una ‘actualización’ suele ser lo que, a priori, más recelos puede provocar—, es justo destacar el concienzudo trabajo de Villoria y Carreres a la hora de amar una estructura teatral que respeta al máximo la rítmica y la métrica de la zarzuela tradicional. Un profundo conocimiento de los textos originales que les permite alejarse de ellos y volver siempre que es necesario, sin que las ‘costuras’ sean visibles. Luego, este tipo de acercamientos podrán gustar o no, pero es innegable su coherencia, y desde luego se detecta una enorme carga de trabajo detrás.
Destaca en este espectáculo el vestuario ideado por Gabriela Salaverri y Nadia Balada, el precioso trabajo coreográfico de Antonio Perea y la cuidada puesta en escena, con un texto muy bien trabajado. Además, encontramos una nutrida presencia de actores (muchos de ellos asturianos) en papeles secundarios que, en Agua, azucarillos y aguardiente, constituyen un fresco costumbrista de altísimo nivel dramático: Inma Rodríguez, José García Mancha, Ángel Palacios, Tamara Norniella, Hugo Menéndez, Natalia Suárez y Senén Menéndez, además de Adrián Ribeiro en el papel de Garibaldi, y los niños Gabriel López, Rodrigo Menéndez y Daniel Puente. Roca Suárez como Don Aquilino, y Darío Gallego como Vicente elevaron aún más el listón, pero entre tanto y tan buen trabajo cabe destacar el debut del actor-cantante Enrique Dueñas, que construye un Lorenzo icónico, muy bien trabajado tanto en lo físico como en lo vocal, y con un dominio apabullante del escenario.
Pero ¿y la música? Es cierto que estamos en obras de género chico, donde la presencia de los números musicales es más reducida, y, sin embargo, son muy comprometidos. Y si no, que se lo pregunten a la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, que soporta gran parte de la carga musical de la obra de Chueca, en especial las mujeres, que, si bien exhibieron su experiencia escénica, se vieron perjudicados por determinadas decisiones coreográficas y de colocación que dificultaban el empaste del, por otro lado, reducidísimo coro. Un lujo contar con voces de la talla de Beatriz Díaz como Pepa, Sagrario Salamanca como Asia, Jorge Rodríguez-Norton como Serafín y Mayca Teba como Manuela. Los cuatro se enfrentaron al dificilísimo equilibrio vocal entre la declamación de los diálogos y las puntuales intervenciones musicales, con brillantez. Por último, y no menos importante, la divertidísima Doña Simona de María José Suárez, quien dobla su papel en la segunda parte representando el rol de Gorgonia en Revoltosa’69.
La zarzuela de Chapí, de nuevo pródiga en textos y en fantásticas actuaciones, se basa musicalmente en la voz de Nancy Fabiola Herrera cono Mari Pepa y Gabriel Bermúdez como Felipe, quienes regalaron el momento musical más bello de la noche con el insuperable dúo “Por qué de mis ojos”, página cumbre de nuestra lírica. Este dúo, junto al preludio, fue donde por fin la solvencia y capacidad musical del maestro Miquel Ortega y de la Oviedo Filarmonía en el foso pudieron brillar sin las ataduras escénicas. Se nota en general a lo largo de toda la función una cierta inseguridad musical, seguramente provocada por el corto tiempo de ensayos musicales dentro de un espectáculo que supera las tres horas, donde el teatro ocupa dos tercios de este. Esa inseguridad fue especialmente evidente en el añadido final extraído de El puñao de rosas, donde los personajes de los dos títulos coinciden en la verbena.
El grupo de mujeres, con María José Suárez y Mayca Teba repitiendo, a las que se une Begoña Álvarez, y sus parejas, con Enrique R. del Portal, Darío Gallego y Sandro Cordero (con la adición de un fantástico Carlos Mesa como el Señor Candelas), de nuevo consiguen crear un grupo heterogéneo en cuanto a la cuidada caracterización de personajes, pero muy compacto en sus escasas intervenciones musicales.
Asistimos, en resumidas cuentas, a una estudiadísima producción, que presenta dos zarzuelas unidas por su alegato en pos de la sororidad, y que se revela a la vez como un estudio de dos maneras totalmente diferentes de acercarse a obras del género chico, en el que echamos en falta algo más de atención a la parte musical. Aun así, un éxito entre el público, que ha agotado las entradas para las dos únicas funciones, demostrando, una vez más, lo acertado del eslogan «Oviedo quiere zarzuela».