El Gran Teatre del Liceu cierra su temporada operística con el reprise de la producción de McVicar que abrió oficialmente la temporada 2014-15 con dos Violetas de lujo: Mosuc y Hartig.
Aunque los últimos días de julio se guardan para el Ballet Nacional de España con su espectáculo “Sorolla” la temporada propiamente operística ha llegado a su fin con las ocho funciones de Traviata que estos días llenan el coliseo de las Ramblas.
Después de ver en directo o en dvd, o escuchar tantas versiones de la inmortal obra de Verdi uno se pregunta ¿qué le puede aportar ver nuevamente esta ópera tan conocida?
Unos podrán decir que las ideas del regista, no es el caso ya que es una producción vista ya en dos teatros anteriormente por el que escribe y no es de las mejores aportaciones del regista escocés del cual soy un gran admirador.
Otros dirán que por las aportaciones de la batuta, no es el caso, ya que nuevamente Evelino Pidò no solo no aportó nada digno de reseñar diferente de su presentación en octubre pasado, sino que con su gesto tenso no arrancó más que confusión de los efectivos de la casa que con su profesionalidad supieron mantener todo en su sitio.
Evidentemente la ópera en su esencia es un espectáculo vivo, orgánico, que ha de traspasar la primera capa de piel para llegar más adentro y conseguir emocionarnos. Eso tan difícil tras decenas de representaciones de este título es lo que consiguieron en su mayoría los cantantes de los dos repartos de esta Traviata estival.
El día del estreno fue una de esas noches mágicas en que pareció que los astros se aunaron para que todo saliera perfecto sobre el escenario.
La Violeta de Elena Mosuc fue absolutamente magistral. Su técnica vocal, su buen enfoque de la musicalidad del rol y su capacidad expresiva a nivel teatral ha ganado un 200% desde las representaciones ofrecidas el otoño pasado de la misma producción.
Sus filati tenían la proyección perfecta, su volumen pasaba la orquesta en cualquiera de los registros sin ningún problema, la facilidad y homogeneidad de registro con unos contundentes sobreagudos era casi ofensivo y todos estos aspectos no desmerecieron la credibilidad de una dama de las camelias coqueta, caprichosa, melancólica, elegante y tristemente enferma terminal. Toda la paleta vocal y teatral del personaje estuvo muy bien servida por esta soprano rumana que esperamos ver nuevamente en otros roles igualmente bien servidos.
Anita Hartig, igualmente rumana, y que ha sustituido a la inicialmente programada Aylin Pérez fue otra sorpresa agradable en este reprise de Traviata haciendo su carta de presentación en el Liceu con la desdichada cortesana . Esta soprano que se encuentra en un momento ascendente de su carrera profesional y disputada por los primeros coliseos de la lírica escogió el teatro de la ciudad Condal para debutar este rol tan emblemático lo cual añadió expectación a su premier. Dicha expectación se saldó con un gran éxito. Su instrumento es de gran belleza y lo sabe sacar partido sobre todo en expresividad. Su registo agudo tendría que afianzarse para poder ofrecer lo que la tradición pide de su primera aria pero el segundo acto fue magistral con Nucci como partenaire, y soberbia en el tercer acto aunque no hiciera la segunda estrofa en su aria.
Los tenores fueron igualmente notables, el debutante liceísta Francesco Demuro venía del éxito conseguido ya con este papel en los otros dos grandes coliseos nacionales, el Teatro Real y el Palau de les Arts, y aquí hizo el triplete con su Alfredo. Si en algo destaca el tenor italiano es en un canto entregado, seguro, con un instrumento aterciopelado que sabe modular haciendo olvidar su intermitente proyección y que arrancó grandes aplausos y ovaciones tras su aria del segundo acto y sus dúos con Violeta del primero y tercer actos.
El jerezano Ismael Jordi fue la pareja ideal para Hartig, joven, guapo, buen cuerpo que lució al comienzo del segundo acto y con una interpretación siempre cuidada, matizada hasta el extremo de retrasar los tempi que dictatorialmente marcaba Pidò, compensando algunas carencias en el enfoque del registro más agudo por un fraseo de un gran gusto.
Otro de los debutantes en esta producción ha sido el barítono de la ciudad de Puccini, Gabriele Viviani, que ofreció un Giorgio Germont de gran línea de canto sabiendo hacer una buena mezcla entre un intrumento generoso en volumen y ductil de dinámicas.
Hay nombres en la lírica que forman parte de la historia, y uno de ellos en la cuerda de barítono es el gran Leo Nucci, no muy prodigado en este teatro y que es una pena que lo disfrutemos en la última etapa de su carrera, esta temporada con un padre lleno de fuerza dramática y una voz robusta que deja vislumbrar el paso del tiempo canoro en licencias canoras y en la que viene con un Simon Baccanegra que confiemos que muestre en plena forma uno de sus papeles estrellas.
El plantel de partiquinos también fue excelente desde la Flora y Amina de Gemma Coma-Alabert y Miren Urbieta respectivamente hasta la corte de papeles masculinos destacando el Gaston de Jorge Rodríguez-Norton, el Douphol de Toni Marsol y el Grenvil del argentino Fernando Radó.
Todos ellos acompañados de un coro entregado vocal y artísticamente en la producción y una orquesta que necesita de buenas batutas para que dé todo lo que puede desde los atriles titulares sin necesidad de reforzar los solistas.
El público que llenaba prácticamente el teatro correspondió con ovaciones y aplausos a unas noches llenas de magia operística.
Robert Benito