Comenzó la sesión después de evocar a María Orán, recientemente fallecida, como “insigne soprano que ha dejado recuerdos imborrables con sus actuaciones en la Opera de Las Palmas”. Salió Miquel Ortega al foso y dio entrada al minicoro de tres voces que glosa en irónicos clichés la felicidad burguesa de un matrimonio nada feliz de la clase media USA de hace poco más de medio siglo. Así comienza la operita en un acto Trouble in Tahiti, de Leonard Bernstein, absolutamente desconocida por todos los presentes. Poquita cosa, muy por debajo de los “musicales” y películas del autor del libreto y la música, que encaja en ritmos y efectos jazzísticos el diezmillonésimo relato del tedium vitae de una pareja standard, con sus vertienes psicoanalíticas y todo. Una de tantas exhumaciones en la insólita operación planetaria de derechos de autor, de edición y de gestión que han montado para el centenario del nacimiento de Bernstein, antes de que el paso a dominio público de esos derechos las convierta en material de museo. De hecho, la versión ha tenido algo de fúnebre pese a la buena labor del foso y la escena, con honestas intervenciones de la mezzo Ana Ibarra y el barítono Toby Girling (bastante corto de volumen).
El regocijante Gianni Schicchi de Puccini, bufo lleno de vida en torno a la codicia burlada, compensa de largo el aburrimiento precedente. En esta su segunda presencia en los programas de ACO ha gustado a todo el mundo. Los directores musical y escénico, Miquel Ortega y Alfonso Romero, aciertan con el tempo y el ritmo de la obra, logrando un dinamismo natural sin caídas ni vacíos, tal vez un punto exagerado en las caricaturas pero eficacísimo en sonido y acción. Todo el reparto, al que se suman los intérpretes de Bernstein, proyecta los caracteres del libretista Forzano con abundancia de medios actorales y gestualidad derivada de la vieja y gloriosa commedia dell’arte, tan vinculada a las tradiciones florentinas. Verdadero encaje de bolillos, con intérpretes avezados como el barítono Alberto Gazale en el rol protagónico, gratísimo Babbino caro de la soprano Ruth Rosique, buen estilo y sonoridad del tenor Pablo Bensch, excelencia teatral de los ávidos familiares del difunto Bosio Donati (numerosos canarios entre ellos) y muy animada sonoridad de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria a las órdenes de un director muy conocido por sus instrumentistas.
Escénicamente, Alfonso Romero y su equipo se apuntan un nuevo éxito. Hacen teatro dentro del teatro, intentando un marco unitario para dos óperas tan diferentes: el Teatro Donati, en cuyo escenario repleto de trastos mecánicos y tramoyas arrinconadas parecen ensayar los actores-cantantes. Atmósfera conseguida con excelente pulso y muy barroca visualidad. Rentabilizan elementos de anteriores producciones pero parecen nuevos en efectos de contraste y aparente improvisación. El solo hecho de soslayar el cambio escenográfico entre ambos títulos y conseguir ambientes completamente diferenciados pone de manifiesto una imaginación pragmática ajustada a los recursos de esta nueva producción Aco-Lopesan, tan prometedora como bien concebida.
G. García-Alcalde