Hay ocasiones en que los conciertos se presentan gafados. Es el caso del que nos ocupa, que en un principio iba a protagonizar la joven soprano alemana Anna Lucia Richter, realizando lo que iba a ser su flamante debut dentro del Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela con un recital dedicado íntegramente a Franz Schubert. Ante su repentina indisposición por una afección vocal, la entidad organizadora del ciclo, el Centro Nacional de Difusión Nacional, personificada en Antonio del Moral, buscó rápidamente una sustituta, y la encontró en la soprano Julia Kleiter, pero la mala suerte quiso que en el fin de semana previo a este concierto la alemana también manifestase su indisposición para ofrecer el recital por el mismo motivo que su compañera, viéndose el CNDM obligado a una segunda sustitución de última hora. Y ha sido el barítono austríaco Florian Boesch el que in extremis ha salvado este sexto concierto de esta temporada, gracias a la diligencia y presteza de Antonio del Moral, quien dirigió al público unas palabras previas al concierto narrando con su natural sentido del humor las vicisitudes para encontrar un reemplazo apresurado para este recital.
Es loable además que el sugerente programa del concierto, diseñado de forma casi improvisada, haya satisfecho con creces las expectativas depositadas en un cantante de enorme solidez como Florian Boesch (en lo que supone su tercera participación en el Ciclo de Lied tras su allá por 2011) que contó con la magnífica asistencia pianística de Justus Zeyen. En un castellano que no ocultaba su préstamo lingüístico con la lengua italiana, el barítono austríaco aportó unas breves pinceladas que no aclararon demasiado a un oyente neófito sobre la temática de cada uno de los lieder que iba a interpretar, ante la ausencia de un nuevo programa de mano que sustituyese al de Richter.
El recital, concebido en dos bloques dedicados a Schubert y Schumann, abrió con una serie de 6 canciones, sobre poemas de Goethe y Schiller, de carácter dramático y declamatorio, que brindaron al cantante, muy cómodo en el estilo arioso, grandes posibilidades para decir, matizar y expresar el texto. En las turbulencias iniciales del mito de Prometeo Boesch comenzó exhibiendo volumen y amplitud, con una voz cavernosa, de timbre leñoso, apoyada en la gola y emitida desde el registro más grave, que contrastó con su uso del falsete y la media voz en la canción Quietud marina, a la hora de conseguir recrear con acierto esa pretendida calma en el océano.
Otras canciones elegidas, de diversos contenidos literarios entre la historia y la mitología, fueron Grupo del Tártaro, Límites de la Humanidad, la estrófica El peregrino y Los Dioses de Grecia. El juego de contrastes en el color vocal fue marca de la casa durante toda la velada, en la que el austríaco siempre supo demostrar capacidad fraseadora en connivencia con el elemento expresivo, que le llevaba en ocasiones a apianar hasta emitir en un hilo de voz mediante un canto más afalsetado y pleno de afectación. Asimismo, nos hallamos ante un cantante que no sobreactúa en el escenario, sino que la pose que adopta, desprovista de teatralización, hace que el espectador se centre únicamente en la pureza del canto en sí mismo.
Seguidamente, el dramático y doliente trío de Canciones del arpista D 478 sobre textos de Goethe, de una mayor vocación melódica que los lieder previos, sirvieron para clausurar la primera parte, al igual que las homónimas canciones op. 98a de Schumann cerraron la segunda, confiriendo al recital una unidad expresiva que permitió comparar los muy diferentes tratamientos estilísticos de un mismo texto. En ambos ciclos el barítono desgranó las tres canciones con emoción contenida, dotándolas de entidad propia.
Contrastando con el tono un tanto ominoso de la primera parte, la segunda consagrada a Robert Schumann, siempre sobre textos de Heinrich Heine, abrió con las tres desenfadadas canciones de El pobre Pedro op. 53, donde la voz de Boesch se evidenció más suelta y con menos ataduras. A continuación, llegaba uno de los ciclos más felices de toda la producción liederística del compositor de Zwickau, los Liederkreis op. 24, que Boesch sirvió en un estimable espectro de emociones y de continua matización expresiva, en cuya interpretación se disfrutó de una mayor presencia del elemento cantabile y plenamente melódico, destacando la expresividad vertida en canciones como “Ich wandelte unter den Bäumen”, “Schöne Wiege meiner Leiden” o la conclusiva “Mit Myrthen und Rosen”, siempre apoyadas en un imaginativo y minucioso subrayado pianístico de Zeyen, grandísimo compañero de viaje.
La ovación cosechada por Florian Boesch le llevó a brindar tres magníficas propinas, dos de ellas de otro sensacional ciclo schumanniano, Myrthen op. 25 que pone de nuevo música a poemas de Heine: las poéticas “Die Lotusblume” y “Du bist wie eine Blume”, y la canción estrófica “Heidenröslein” de Schubert sobre texto de Göethe. En suma, con esta exitosa actuación el barítono austríaco ha supuesto ser un idóneo reemplazo para un concierto que a todas luces parecía estar abocado a la cancelación definitiva. Por nuestra parte, seguiremos esperando con renovado interés en un futuro próximo la presentación de Anna Lucia Richter en el Ciclo de Lied.
Germán García Tomás