La Opéra National du Rhin (OnR) ha cerrado 2017 con Francesca da Rimini, de Ricardo Zandonai, con puesta en escena de Nicola Raab y dirección musical a cargo de Giuliano Carella. Quien haya visitado Estrasburgo en diciembre ha tenido una muy buena oportunidad para disfrutar de una ópera no demasiado representada, con el aliciente de poder visitar los famosos mercadillos navideños. La obra, cuyo libreto es un calco de la pieza de teatro homónima de Gabriele D’Annunzio, se enmarca en lo que se conoce como “ópera literaria”, en las que no hay un verdadero libretista. En este caso, la adaptación del texto a la ópera es de Tito Ricordi, joven editor de la casa Ricordi que para poder pagar el exorbitante precio que D’Annunzio pedía por el uso de su obra dejó a Zandonai sin asignación mensual. Por suerte la apuesta salió bien, y Francesca da Rimini conoció un éxito casi inmediato tras su estreno en 1914, en Turín, poco antes de que estallase la Gran Guerra.
Como buen decadentista y nostálgico admirador de Nietzsche, Gabriele D’Annunzio ambienta su obra en el pasado, en el seno de una sociedad medieval cuyo carácter restrictivo conduce al drama individual. Se inspiró en una historia real relatada por Dante en el Canto V del Infierno. A Francesca la casan por conveniencia con Giovanni, el hijo malforme de los Malatesta. Para que ella apruebe el matrimonio, le hacen creer que su prometido será el hermano de Giovanni, Paolo, apodado “el Bello”. Francesca se enamora de Paolo y comete adulterio con él una vez casada con Giovanni. Un tercer hermano, apodado Malatestino, también enamorado de Francesca, descubre a los amantes, que mueren atravesados por la espada de Giovanni.
Nicola Raab ha elegido un espacio alegórico como lugar de desarrollo de la acción. En los decorados y el vestuario, a cargo de Ashley Martin-Davis, dominan los tonos grises con algunas notas de rojo oscuro. En el centro de la escena, una enorme estructura cilíndrica evoca la torre del homenaje de una fortaleza medieval. Esta estructura gira sobre sí misma, permitiendo cambios de decorado y facilitando la transición entre escenas. El dinamismo que podría ofrecer este elemento se desaprovecha por la forzada sobriedad de la escena, que limita las posibilidades de diferenciación entre escenarios. Nada que ver con la escenografía de La Calisto, representada en la OnR la temporada anterior, que también contaba con una estructura cilíndrica similar pero donde cada nuevo decorado sorprendía con un estilo diferente. Raab intenta hacer abstracción de la pasión de Francesca y elige desarrollar una escena centrada en las formas geométricas y en el gris como imagen de la represión y el destino trágico de los protagonistas. El resultado no está en consonancia con una obra que, a pesar de los intentos de Zandonai de alejarse de su maestro Mascagni, está muy influenciada por el verismo y cuenta una pasión muy real. La uniformidad monocromática fatiga y aburre, si bien se consiguen composiciones de gran belleza como el cementerio de espadas clavadas en un muro sobre una fotografía en blanco y negro del mar.
Al margen de esta excesiva monotonía cromática y de formas, Raab maneja magistralmente la dramaturgia y la distribución de los personajes en escena. Está muy bien ejecutada su decisión de presentar el primer acto como un recuerdo de Francesca, ya atada por su matrimonio. La soprano Saioa Hernández se sitúa en primer plano, seria y pensativa, mientras las acciones las realiza una Francesca más joven al fondo. Todo el drama se inicia ahí, en el recuerdo de Francesca de la primera vez que vio a Paolo. Sin dicha impresión, sin los comentarios de su hermana o sin el gesto de la rosa probablemente no habría habido adulterio, aunque quizás tampoco matrimonio. Es el encuentro que conduce a la plenitud amorosa pero también a la muerte. Más confusa es la aparición de la doble al final de la obra, delante de Paolo. Mientras que el espectador se está preguntando sobre ello, el efecto del clímax se desvanece, sin sacar partido a la tensión del texto y la música.
En cuanto a las voces, la clara protagonista es la madrileña Saioa Hernández, que encarna a Francesca, un personaje que, haciendo honor al título de la ópera, está en escena durante casi toda la representación. A pesar de ello, la voz de soprano de Hernández mantiene su brillo hasta el final. Sus agudos son luminosos y potentes, aunque pierde solidez en las notas más graves. Por continuar con las voces femeninas, destaca también Samaritana, la hermana de Francesca, interpretada por la mezzosoprano brasileña Josy Santos, de timbre original. La gran sorpresa ha sido Idunnu Münch, la joven mezzosoprano alemana que interpreta a Smaragdi, la eclava de Francesca. Canta con un gusto exquisito y no me extrañaría que en unos años se convierta en una intérprete de renombre.
En cuanto a los personajes masculinos, notable la ejecución de Marcelo Puente, que hace de Paolo. No sólo destaca su timbre fantástico sino también sus dotes dramáticas, afirmando el sobrenombre de su personaje en sus citas con la enamorada Francesca. Marco Vratogna interpreta a un Giovanni convincente, lleno de furor y rabia. Su voz es capaz de destacar claramente por encima de los momentos más atronadores de la música de Zandonai.
En definitiva, Nicola Raab y Giuliano Carella nos presentan una representación cuidada, tanto desde un punto de vista de la música como de la dramaturgia, si bien se hace aburrida la monotonía de tonos y formas del decorado, en constraste con las iluminaciones navideñas de la plaza de Broglie. Quedan aún dos representaciones en La Filature de Mulhouse, el 6 y el 8 de enero. Una buena oportunidad para disfrutar de una ópera no demasiado representada pero que está ganando reconocimiento en los últimos años, retomada también por La Scala para la primavera de 2018.